Miquel Escudero-El Imparcial

Jueves 22 de diciembre de 2022

Joaquín Luna es un excelente periodista que además de escribir bien y con inteligencia, es divertido. El mejor ritmo para degustar sus breves textos es leerlo sin prisa, sorbo a sorbo, lo que nos permite captar su particular modo de estar en la vida, su estilo. Él, que es hombre educado, comedido y elegante -en absoluto esnob-, está impregnado de un escepticismo risueño; acaso con la sonrisa amarga del gladiador que refirió Ortega, de alguien que sabe que no hay nada que hacer, porque nadie escucha ni lee como Dios manda. Y el buen humor es lo último que se debe perder.

Dice Joaquín Luna que sus escritos son prescindibles, pero cuáles no lo son. Escribir es su oficio y él aspira a compartir sus observaciones con los lectores de su diario, La Vanguardia, lo que implica alguna voluntad de influir. Es culto, pero no se las da de intelectual e incluso rechaza su evidente condición de escritor, así que se etiqueta sólo como periodista; alega que no ha escrito aún ensayos ni novelas.

Cuando te dejan (Temas de Hoy) es su última entrega como libro y en él recoge un puñado de crónicas que son fiel reflejo de su carácter. En ellas, bromea, en su papel de decano de los periodistas divorciados de Cataluña, o satiriza abierta y amablemente sobre usos y costumbres, o critica con valentía y sabiendo dar en el clavo (como en el caso del procés).

Si tuviera que leer en voz alta y ante un grupo de amigos uno de esos escritos, yo elegiría el hilarante ‘Colonias estivales para maridos’; una ocurrente y jovial traca de despropósitos.

Nuestro autor cuenta también que se hace cargo de que los camareros tienen inevitablemente sus cosas, sus novias y sus preocupaciones, pero: “De las últimas cinco veces que he pedido agua con gas en un bar o restaurante ‘sin hielo ni limón, por favor’ me han servido en cuatro ocasiones con su hielo y su rodaja”. Sucede que, “a veces, uno anda peleón y se atreve a pedir, por segunda vez, que le quiten el hielo y la rodajita, lo que en ocasiones comporta un vaso con hielo y sin limón o con limón y sin hielo”.

Recuerda el habitual número aprobados en el examen de selectividad para entrar en la Universidad (a la búlgara, dice), el 94 por ciento, siempre rondan esa cifra: “¿Estamos ante la generación mejor preparada de la historia o estamos ante los examinadores más benévolos desde los tiempos de Boabdil el Chico?”.

Observa que cada vez más se equipara a los hombres con los animales: “Indicio de que la soledad gana terreno en las ciudades”. Se fija asimismo en que el apellido Rodríguez (el quinto más común entre los catalanes, un 13,2 por ciento) está desapareciendo de la esfera pública y “una cosa es que se hayan esfumado los Leoncios, Aquilinos o Bartolos y otra muy distinta es que un apellido tan potente, arraigado y simpático pierda visibilidad”. Hace hincapié en su diminutivo Rodri, del que dice que definió una época en nuestro país: era nombre de barrio, de lateral derecho de Tercera División, de pionero de la petanca.

Por otro lado, Joaquín Luna habla, sin levantar la voz, del triunfo silencioso del puritanismo cívico y de “la tendencia irrefrenable de los sectores progresistas a erigirse en guardianes de la moral, a dar y vender certificados de buena conducta –un modus vivendi, por cierto- y a creerse superiores”.

Somos la generación del miedo, apunta, nos envuelve el miedo, ya sea a tener pareja o a perderla, a ser madres o a no serlo. Un miedo del que él carece para hablar del ensimismamiento ridículo que transmiten las taifas en España. Así, “me desazona que muchos soberanistas sueñen con una columna de tanques en la Diagonal. ¡Qué ilusión! Lo siento, pero no sucederá. Nunca volveremos al 39”. “Y, en paralelo, crecen y crecen las ‘estructuras de Estado’: subvenciones, prebendas, viajes bochornosos al extranjero, empleos, organismos innecesarios y cinco minutos de gloria para personajillos”.

El independentismo improvisa, cualquier cosa menos basarse en el realismo. “Los radicales son la otra cara del pacifismo mayoritario. Algún día, con sosiego, revisaremos una deriva de este pacifismo, sin la cual no se explica esta cara B: el odio a todo lo español –como si el pasado común no fuese con nosotros- y la creación de un marco mental que desdibuja todos los conceptos que articulan una democracia”. Más claro, el agua. Ciertamente, no hay peor ciego que quien no quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír. Y así estamos hoy como estamos.