Ignacio Camacho-ABC
- En vacunación tendremos la medalla de oro, pero se da el fenómeno paradójico de que en contagio también subimos al podio
A falta de grandes éxitos en Tokio, Sánchez escogió las vacunas para colgarse a sí mismo la medalla de oro. Y por rara vez no faltó a la verdad, aunque soslayó el fenómeno paradójico de que en cuestión de contagios también estamos en el podio. Plata, en concreto, segundos en el ranking europeo. Esa polaridad contradictoria es la característica principal de la quinta ola: los países con mayor grado de inmunización son también los de mayor intensidad infecciosa. Y aunque es cierto que el ochenta por ciento de los positivos no está vacunado también lo es que España ya lleva nueve veces más ingresos hospitalarios que el anterior verano. Y que en términos absolutos los muertos superan a los de julio del pasado año. Desde la última semana la tasa de incidencia, la famosa curva, está bajando pero es ahora cuando comienza a impactar sobre el sistema sanitario. Sólo la barrera vacunal, que amortigua la gravedad de la mayoría de los casos, evita un panorama dramático.
La velocidad y capacidad de transmisión de la variante Delta, similares a las de la varicela y capaces de afectar incluso a muchas personas que han recibido la pauta completa, ha alterado las previsiones médicas. Primero porque complica la inmunidad de grupo y después porque la circulación masiva del virus puede dar lugar a nuevas cepas. La circunstancia de que la población afectada sea sobre todo joven ha dado lugar a una verdadera subpandemia. Relativizar este hecho equivale al error de cuando se minimizaba la enfermedad porque ‘sólo’ cursaba grave en los viejos. Es cuestión de tiempo que el patógeno encuentre el modo de expandirse de nuevo si no se toma en serio. Por ahora quizá sea posible ignorar el problema, esconder la realidad bajo la alfombra subjetiva de los deseos mientras sometemos a la juventud a un experimento de riesgo. Pero los datos son tercos y en algún momento habrá que decidir si estamos dispuestos como sociedad a tolerar una determinada cifra de fallecimientos con tal de no alterar una ficticia normalidad que, fuera del triunfalismo del Gobierno, aún no es más que una aspiración, un empeño incierto.
El intento de oponer la prioridad económica o política a la sanitaria ha sido, es y será un fracaso. La propaganda y la euforia no sirven contra un adversario que cuando parece vencido inicia un asalto por otro lado. El desprecio de la ciencia -¿dónde están los célebres expertos?- puede costar más caro que el esfuerzo colectivo por salir del colapso. Por fortuna los ciudadanos son en general más responsables que las autoridades y empiezan a entender que no basta con vacunarse. Son ellos, al menos los adultos, los que siguen usando las mascarillas desoyendo las frívolas consignas de ‘recuperar la sonrisa’. Los que sí han aprendido lo que se juegan y han adoptado su propia estrategia de autodefensa ante la fuga de un Ejecutivo en clamorosa incomparecencia.