Tonia Etxarri-El Correo
- Las vergüenzas del Gobierno quedaron ayer expuestas en el escaparate
Salvado por la campana (la de las cesiones). Puigdemont no dejó caer a Pedro Sánchez, permitiéndole sacar especialmente el decreto del que habían hecho bandera: el denominado ‘ómnibus’ relacionado con la reforma de la Justicia, a cambio de unas contraprestaciones muy jugosas. Se encargó Junts de airearlas, en contraste con el silencio del Gobierno, para explicar a sus seguidores todo lo que están obteniendo del presidente más debilitado de la democracia. Y las vergüenzas del Gobierno quedaron expuestas en el escaparate. Antes de la no votación le habían recordado a Sánchez (ausente durante todo el debate) que ellos no hacen nada gratis. Que no están en el Congreso por el «bien común» al que apelaba el ministro Félix Bolaños. Un concepto que no manejan los ultranacionalistas de Junts. Ellos están en el Congreso, como se encargó de subrayar ayer Míriam Nogueras «para cambiar la relación entre Cataluña y España; no para perpetuarla».
En un principio no votaron y luego se abstuvieron gracias a la negociación ‘in extremis’ mantenida entre el prófugo de Waterloo al otro lado de la línea telefónica, a espaldas del Congreso. Ayer, en una sesión surrealista, se evidenció la capacidad de Puigdemont para someter a Pedro Sánchez a una situación agónica que no presagia nada bueno para esta legislatura. Las concesiones que se llevó Junts para su casilla tienen mucho recorrido. Una nueva competencia en inmigración, un reconocimiento de la deuda con Cataluña, revertir la norma de Rajoy que ayudó a trasladarse a las empresas que se vieron amenazadas por el ‘procés’. Supresión del artículo 43 bis de la Ley de Enjuiciamiento Civil que, según Junts, amenazaba la viabilidad de la aplicación de la amnistía y, según el Gobierno, no se podía suprimir porque contravenía el derecho comunitario. Y dos huevos duros.
El Gobierno salvó dos decretos por los pelos. Observen la votación. Pero Sánchez no se puede engañar a sí mismo y mostrarse exultante ante los ciudadanos. Porque ayer quedó patente su máxima debilidad. No sólo por su constante dependencia de los socios secesionistas sino porque Podemos le acaba de declarar la guerra a la vicepresidenta Yolanda Díaz, otra derrotada. Ayer los ministros comparecían ante el Parlamento con respiración asistida porque este Gobierno, con la amenaza constante de Puigdemont, se encuentra en la UCI.
Es lo que tiene haber condicionado la gobernabilidad de España al apoyo de los siete votos de quienes están empeñados desde hace mucho tiempo en separarse del Estado. Y Puigdemont, en estos seis años en los que ha vivido como un prófugo de la Justicia, ha tenido oportunidad para planear su venganza.
Quien tiene el mando a distancia de la Moncloa no es otro que Puigdemont.
Se equivocan quienes creen que el PP está disfrutando con una situación tan terminal como la que está viviendo el Gobierno. Porque quien se está frotando las manos es el principal enemigo de España y socio del Gobierno.