- Los asuntos corrientes los despacha con el voto de ERC, Bildu y PNV; y los asuntos de Estado (monarquía, armas a Ucrania, CNI…) los resuelve con el apoyo de la oposición
El día de principios de 2009 en que fue nombrado secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, José Luis de Francisco supo que iba a tener que trabajar mucho para ayudar a Zapatero a salvar sus decretos y leyes en el Congreso. El PSOE había ganado con holgura las elecciones de 2008, pero necesitaba siete escaños para asegurar su investidura, y optó por no pedírselos a nadie para evitar ataduras. A cambio, asumía que el ejercicio parlamentario se convertiría en un deporte de alto riesgo, porque tendría que buscar un acuerdo para cada ocasión, en lugar de disponer de un pacto de legislatura que le permitiera dormir tranquilo.
Zapatero inventó así la conocida como ‘geometría variable’: sacar adelante cada norma con un partido distinto, dependiendo del asunto de que se tratase. Y uno de los encargados de acometer esa tarea era De Francisco, antiguo ujier de la Cámara por oposición, antes de saltar a la política como asesor de Izquierda Unida, y de transitar más tarde hacia el PSOE. Su vida era el Parlamento, donde ocupaba la jefatura del Gabinete de Meritxell Batet, cuando hace cuatro meses falleció después de luchar contra el cáncer. Es seguro que José Luis de Francisco, un gran servidor público, dio buenos consejos a algunos dirigentes socialistas sobre cómo mantener operativa la batería de su móvil, cuando no hay votación parlamentaria que no se convierta en una yincana para el gobierno, y hay que hacer llamadas sin pausa para convencer a unos o a otros de que su voto es determinante, y qué contrapartidas se ofrecen.
Porque ahora Pedro Sánchez ha elevado la geometría variable a categoría de arte. Su maestría y virtuosismo (y su muy glosada fortuna) le han permitido transitar por la legislatura con los limitados 120 escaños del PSOE (49 menos de los que consiguió Zapatero) y los 35 de Unidas Podemos: en total, apenas 155 diputados, no siempre bien avenidos, y que necesitan la inyección de votos de otros partidos para que el Gobierno no colapse. Es natural, como consecuencia, que haber llegado vivo al mes de mayo de 2022 invite al presidente a dedicarse lisonjas en primera persona del singular, al asegurar que «el Gobierno de coalición progresista, por un lado, y las mayorías parlamentarias forjadas en cada una de las votaciones, por otro, han dado a España la estabilidad institucional y política que necesita». O que su ministro Félix Bolaños recalque que «somos un gobierno estable, que sacamos adelante todas, todas, todas las iniciativas parlamentarias que llevamos al Congreso». Estabilidad. Durabilidad. Dime de lo que presumes… Pero, ciertamente, no se podrá negar al presidente, a la vista de lo ocurrido en estos años, el derecho a presumir.
Los asuntos corrientes los despacha con el voto de Esquerra Republicana, Bildu y PNV; y los asuntos de Estado (monarquía, OTAN, armas a Ucrania, seguridad nacional, CNI…) los resuelve con el apoyo de la oposición, cuando Podemos se planta ante el gobierno del que forma parte. Y para evitar males mayores, en el olvido quedan proyectos muy trompeteados en su día y que ahora no prosperarían fácilmente, como la reforma de la conocida como Ley Mordaza, o la reforma del Código Penal para eliminar o matizar el delito de sedición por el que fueron condenados los dirigentes del proceso independentista. ‘E la nave va’.
Lo ha explicado con suma claridad Oriol Junqueras, cuando respondió en medio de la crisis del espionaje y al diario ‘El País’ (dato no ignorable), que «no estamos aquí para derribar gobiernos», en referencia al de Pedro Sánchez —no se debe aplicar esta frase más allá de las circunstancias presentes—. Gabriel Rufián, la voz de Junqueras en Madrid, ha amenazado tantas veces con dejar caer al Gobierno que empieza a provocar conmiseración y voluntad de clemencia. Esquerra solo romperá con Sánchez cuando no encuentre mejor remedio, porque el independentismo —incluidos el de Puigdemont, la CUP, los CDR y demás instrumentos de la misma causa— necesita tiempo para reorganizarse, repensarse, reunificarse y retomar las hostilidades. La duda no es si «ho ternarem a fer» (lo volveremos a hacer), como repiten sin pausa, sino cuándo lo harán. Aunque se trata de una duda retórica: lo harán cuando gobierne el PP, que moviliza mejor los jugos gástricos de esa coalición de voluntades rupturistas y engrasa el discurso del ‘fascismo español’, y tal y tal.
Hasta que llegue esa hora, Esquerra solo dará sustos parlamentarios episódicos a Sánchez. La gran duda que puede plantearse es qué ocurriría si un día, en uno de esos ejercicios temerarios del presidente en los que pierde el apoyo de sus socios de investidura, pero se niega a negociar con el PP, la oposición también dejara al Gobierno abandonado a su suerte, solo por darle un escarmiento. Aún no ha ocurrido.