Ignacio Varela-El Confidencial
Entre la bradicardia que inducirá Sánchez y la taquicardia que querrá provocar Rivera, Iglesias y Casado bastante tienen con mantener el equilibrio, mirando con aprensión sus suelos respectivos
En estos días, los cronistas políticos y analistas electorales —y los candidatos, que con demasiada frecuencia olvidan su papel y ejercen de cronistas y analistas— hablamos sin parar de la movilización del voto, de los indecisos, de los escaños que van y vienen… Y no siempre hablamos de lo mismo. Más bien parecen conceptos de goma, que se adaptan al interés de quien los maneja.
El ‘tracking’ de IMOP para El Confidencial nos ofrece varios indicadores para medir la temperatura electoral y su evolución. El primero es el interés que los ciudadanos muestran por las elecciones. El segundo, la intención de participar. El tercero, el porcentaje de quienes ya tienen su voto decidido. El cuarto, los que expresan directamente intención de voto a un partido. Observemos cómo se han movido:
A medida que avanza la precampaña, crecen el interés por las elecciones, la voluntad de participar y el número de personas que mencionan directamente a un partido cuando se les pregunta a quién votarían hoy mismo. Sin embargo, el porcentaje de quienes ya han decidido su voto está estancado entre el 55% y el 57%. Aumenta, pues, la movilización, pero ello no hace disminuir la indecisión.
En esta última oleada, el 72% asegura que su probabilidad de ir a votar es máxima: 10 sobre 10. Si eso se confirmara el 28 de abril, habría en las urnas algo más de 25 millones de votos. Pero de esos que anuncian su segura participación, solo el 65% dice tener su voto ya decidido; y el 16% de estos no declara a qué partido votará.
Así pues, de 25 millones de votantes probables, casi nueve millones se declaran indecisos; a los que hay que añadir 2,5 millones que aseguran que irán a votar y que ya han decidido su voto, pero no se lo cuentan al entrevistador. Lo extraordinario de esta ocasión no son las cifras en sí (que se pueden cuantificar con estos u otros criterios) sino el hecho de que suban todos los indicadores de temperatura excepto el voto decidido. Al parecer, una gran masa de votantes ha decidido firmemente aplazar su decisión, sin que ello implique que estén desmovilizados o desentendidos de las elecciones.
Lo que da una fortaleza singular a la posición del PSOE es que su voto es el más firme en todos los aspectos. La gran mayoría de sus votantes potenciales están seguros de participar, dicen tener la decisión ya tomada y señalan directamente al PSOE como su opción definitiva de voto. Son los que menos dudan. Además, la fidelidad de sus antiguos votantes es altísima (85%), pierde muy poco hacia otros partidos y sigue recibiendo más de un millón y medio de votos procedentes de la galaxia podemita. Crece por momentos la convicción social de que será el partido ganador. También es cierto que todo ello puede estar señalando su techo: no se ve cómo podría aumentar aún más su ventaja.
La otra cara de la luna es Ciudadanos. Su espacio electoral es un mar de dudas. Entre quienes muestran inclinación por el partido de Rivera, solo el 40% tiene su voto decidido. El 72% declara intención directa, mientras el 28% restante sale de la simpatía. El centro derecha moderado es el territorio ideológico en el que el voto aparece más lábil y movedizo. Tiene una peligrosa vía de agua hacia Vox. Su electorado está dividido respecto a las coaliciones poselectorales. Y la mayoría de sus votantes potenciales cree que el PSOE ganará las elecciones.
Un buen número de las personas entrevistadas en el ‘tracking’ admite estar dudando entre dos o más partidos. Ciudadanos aparece en la mayoría de las combinaciones: 26% duda entre Ciudadanos y PP; 15%, entre Ciudadanos y PSOE; 6%, entre Ciudadanos y Vox;. 6%, entre Ciudadanos, PP y Vox. En total, un 53% de los dubitativos incluye en su dilema al partido de Rivera. Lo que es un problema evidente, pero podría trasformarse en oportunidad. Si para Sánchez las cartas parecen ya jugadas, para Rivera todo estaría aún por jugarse.
Este cuadro muestra bien la situación:
Voto decidido (55%) |
Voto no decidido (44%) |
|
PSOE | 34,7% | 27,0% |
PP | 20,5% | 19,1% |
Cs | 10,3% | 24,2% |
UP | 12,7% | 13,4% |
Vox | 12,1% | 5,0% |
Si únicamente votaran los que ya tienen el voto decidido, el PSOE arrasaría y Ciudadanos sería el quinto partido. Si solo lo hicieran los indecisos, la ventaja socialista se reduciría considerablemente y Ciudadanos estaría segundo, a solo tres puntos del partido de Sánchez.
Si solo votaran los indecisos, la ventaja socialista se reduciría considerablemente y Ciudadanos estaría segundo
Quizás esto ayude a comprender por qué Sánchez desearía que la Semana Santa comenzara ya y se extendiera hasta el 27 de abril. Por qué ha prescrito dosis masivas de narcótico para la campaña. Por qué la televisión pública, ignorando la tradición y su obligación institucional, no ha abierto hasta ahora la boca para proponer un debate entre los líderes. Por qué el PSOE procrastina y sabotea subterráneamente los debates peligrosos (es decir, todos en los que tenga que participar Sánchez). Por qué para el presidente del Gobierno Cataluña ha pasado a ser “ese territorio del que usted me habla”. Por qué les ha traicionado el subconsciente en el lema: ‘Haz que pase’. Cuanto antes, por favor.
También se comprende por qué Rivera necesita desesperadamente lo contrario: que los indecisos se decidan. Movilización a tope. Campaña de perfil alto, golpes de efecto constantes, piezas provocativas. Debates, cuantos más mejor. Alborotar la campaña, patear el tablero. Que se agiten de nuevo las banderas. Por eso su lema de campaña es el grito de un forofo: ‘Vamos, Ciudadanos’.
Entre la bradicardia que inducirá Sánchez y la taquicardia que querrá provocar Rivera, Iglesias y Casado bastante tienen con mantener el equilibrio, mirando con aprensión sus suelos respectivos. Y Abascal, con lograr que tamaña erección no termine en gatillazo. Todo es cuestión de temperatura.