Lorenzo Silva-El Correo
- El propio Charny estuvo implicado en uno de ellos: la tentativa de arrebatar Calais a los ingleses en el año 1349 con la ayuda de un traidor que formaba parte de la guarnición
Allá por mediados del siglo XIV, el noble francés Godofredo de Charny advertía en su Livre de Chevalerie contra los hombres «que abandonan el correcto camino principal para seguir otros secundarios y así perderse» y contra los que «merced a su gran sutileza no actúan de acuerdo con el buen sentido natural y por tanto no sacarán provecho de su natural inteligencia». El pasaje lo cita Yuval Noah Harari en su libro Operaciones especiales en la Edad de la Caballería, recientemente traducido, donde narra una serie de hechos históricos en los que el engaño, la traición y la deslealtad fueron determinantes para perseguir algún objetivo estratégico. El propio Charny estuvo implicado en uno de ellos: la tentativa de arrebatar Calais a los ingleses en el año 1349 con la ayuda de un traidor que formaba parte de la guarnición. La cosa salió mal, Charny acabó cayendo prisionero y quizá este pasaje de su libro, sugiere Harari, se lo inspiró aquel revés.
Si en aquellos tiempos, en los que todavía imperaba el ideal caballeresco, no se rehuía la tentación del juego sucio, imagínese ahora, cuando el honor ha quedado como una antigualla a la que sólo se atienen los ingenuos. No hay más que abrir al azar un periódico: equipos de fútbol que entierran en euros a quien puede influir en los árbitros, ministros investigados por utilizar los recursos del Estado para neutralizar a un testigo molesto o para esparcir inmundicia sobre adversarios políticos, diputados bajo la lupa de la justicia por servirse de las dependencias del Congreso para obtener favores de empresarios, generales de la Guardia Civil imputados por amaños en adjudicaciones.
Tal vez quienes recurrieron a estas «operaciones especiales» —por utilizar la terminología de Harari— para alcanzar sus fines pensaron que enfilar por aquel atajo era un alarde de astucia. Es posible que incluso creyeran que zafarse de los escrúpulos que impedían a otros estas conductas ventajistas merecía la pena y les procuraba el triunfo: por ejemplo, alguna que otra Liga cayó mientras el responsable arbitral recibía su oscuro estipendio. Y sin embargo, también lo dice Harari: a largo plazo, el juego sucio no resulta rentable. Y pone como ejemplo el caso de la secta de los nizaríes, también conocidos como Assassini, que hicieron del asesinato alevoso un arte. Al final sus métodos los hicieron tan odiosos que los mongoles, tras apoderarse de sus dominios, los exterminaron por completo. Cuando la suerte le da la espalda, y a nadie le sonríe siempre, no hay piedad para el tramposo.