La tercera vía planta cara al frentismo

EL CONFIDENCIAL  29/07/15
JOAN TAPIA

El pasado domingo el gran titular de El Periódico de Cataluña no se refería a la lista unitaria del independentismo ni a la de Podemos-ICV, tan omnipresentes los últimos tiempos, sino que decía: “La tercera vía se rebela contra el frentismo del 27-S”. Abajo, una fotografía de Miquel Iceta, el líder del PSC, afirmando que “Cataluña puede ir a un escenario confuso, fragmentado y peligroso” y otra de Ramon Espadaler, el candidato de Unió Democrática (el partido que ha gobernado en coalición con CDC durante muchos años), asegurando: “Estamos preparados para liderar la revolución del seny (de la sensatez)”.

Desde el 2012 la política catalana ha estado dominada por el auge y las desavenencias internas del frente independentista. Y en las últimas semanas –tras la elección de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona– ha generado gran atención una posible candidatura del frente de la rebelión social. Por eso muchos observadores creen que las elecciones del 27-S serán una gran batalla entre el frente soberanista, que ha rehecho su unidad, y el de la protesta social, nucleado junto a Podemos y la tradicional ICV (ecosocialista), al estilo de la coalición Barcelona en Comú. Pero estos dos frentes han tenido un mal inicio de campaña, mientras que la socialdemocracia catalana (el PSC de Miquel Iceta) y la democracia cristiana (la Unió Democrática de Duran Lleida) han levantado cabeza y han atraído la atención de la prensa. Y es que el catalanismo de izquierdas –que llevó a Pasqual Maragall a la Generalitat– y el de centro-derecha –supeditado a Pujol y Mas durante muchos años– están ultimando sus listas para el 27-S, conscientes de que Cataluña está ante unas elecciones decisivas.

· La lista unitaria empieza con mal pie porque Raül Romeva, su número uno, abre la posibilidad de que Artur Mas no sea ‘president’

Castigado por la crisis y la sentencia del Estatut, el PSC perdió mucha fuerza y pasó de 37 diputados en el 2006 a 28 en el 2010 y 20 en el 2012. La sentencia del Constitucional fue un golpe casi mortal a su idea de incrementar el autogobierno dentro de España y los recortes de Zapatero le hicieron perder –como al PSOE– una parte de su voto tradicional. Además, el despegue del independentismo provocó una crisis interna con el abandono del partido de consellers del Gobierno Maragall. Pero las últimas encuestas (por ejemplo, la de La Razón del lunes) indican que el PSC está iniciando una ligera recuperación. Las recientes elecciones municipales tienen una doble lectura. Por una parte, ha sufrido un gran varapalo en la ciudad de Barcelona que gobernó durante tantos años, quedando como quinta fuerza política tras Colau, CiU, Ciutadans y ERC. La razón principal ha sido la polarización del voto de izquierdas a favor de Ada Colau. Pero, por la otra, el PSC ha salido muy bien librado en ciudades importantes donde tenía la alcaldía como L´Hospitalet (la segunda ciudad de Catalunya), Terrassa, Tarragona, Lleida, Cornellà, Santa Coloma… e incluso ha recuperado otras como Mataró. Además, la consolidación de Pedro Sánchez como líder del PSOE y sus crecientes posibilidades (la encuesta de Metroscopia para El País del domingo le situaba unas décimas por encima del PP) pueden reanimar a un electorado “felipista”, algo envejecido y tentado por la abstención o el voto a Podemos. Al PSC le va bien cuando el PSOE está fuerte y el PSOE no puede ganar sin la aportación de los diputados del PSC.

Por su parte, Unió ha sufrido un largo calvario porque ni Durán Lleida ni Sanchez Llibre ni Ramon Espadaler –sus principales dirigentes– podían asumir la apuesta de Artur Mas, que ha consistido en convertir una coalición nacionalista, pragmática y autonomista –en la que el independentismo estaba latente pero sólo como un programa máximo para un futuro indeterminado y lejano– en una formación dogmáticamente independentista que afirma que hay que huir de España y que cree que debe competir en radicalidad con ERC. Pero romper la coalición CiU, que ha sido la marca electoral de Unió desde 1980, no ha sido fácil. Y al final ha supuesto una ruptura del partido (que recuerda la del PSC) con el abandono de dirigentes históricos como Joan Rigol.

Pero tras el 27-S nada será igual –lo decía ayer Miquel Roca en La Vanguardia en un artículo en el que el antiguo secretario general de CDC exhibía una significativa neutralidad– y el PSC y Unió están condenados a plantar cara tanto al frente independentista como al de la protesta social. Y a los dos partidos –el PP y Ciutadans, este último con encuestas al alza– que rehúyen el catalanismo. Unió y el PSC tienen clientelas muy distintas e irán separados a las elecciones, pero comparten una convicción catalanista similar y la creencia de que –pese al fracaso del Estatut y la actitud cerrada del gobierno del PP– a Cataluña le irá mucho mejor peleando por más autogobierno dentro de España que lanzándose a la aventura separatista. Aunque, eso sí, el PSC quiere una solución federal, que cree que un gobierno del PSOE puede facilitar mientras que Unió –aunque Duran Lleida es el sumo sacerdote del pragmatismo– prefiere la liturgia de la confederación.


· El frente de la protesta social no tiene un buen candidato por la negativa de Pablo Iglesias a dar protagonismo a los políticos de ICV

Y los problemas del frente independentista y del de la protesta social durante la última semana han revitalizado a la tercera vía. Artur Mas consiguió al fin –con una operación en la que la ANC y Òmnium han sido peones contra Junqueras– la lista unitaria. Pero, tras el entusiasmo inicial, se empieza a ver que el precio pagado ha sido muy alto. Primero porque Mas ha tenido que renunciar a encabezar la lista y aceptar figurar en el cuarto puesto. Es confesar una cierta desautorización que no casa bien con el liderazgo de un movimiento emocional y nacionalista. No podrá estar presente en los grandes debates electorales y por delante suyo tiene tres personas (Raül Romeva, Carme Forcadell y Muriel Casals, dos de las cuales han militado en ICV) que conectan poco con el electorado catalanista de centro, el tradicional caladero de votos convergente.

Además, el número uno de la candidatura, Raül Romeva, en su primera entrevista larga (a El Periódico) afirmó que no estaba escrito en ningún sitio que el presidente fuera Artur Mas, que todo dependía de los resultados. Rápidamente fue desautorizado por CDC y ERC –los patronos de la lista–, pero lo que es evidente es que la lista unitaria ha empezado con mal pie. Ya antes de esta declaración se especulaba con que si la lista no sacaba la mayoría absoluta y se quedaba, por ejemplo, en 56 diputados (los escaños que la última encuesta de La Vanguardia daba a CDC y ERC por separado y que La Razón da ahora a la lista conjunta), Mas podía tener graves problemas para ser elegido. Aunque con las CUP llegaran a la mayoría absoluta (muchas encuestas les más que triplican sus tres diputados actuales) sería difícil que esa formación asamblearia votara a Artur Mas, entre otras cosas porque ya ha anunciado que no lo hará. En ese caso se podrían inclinar por alguien como Romeva (eurodiputado de ICV durante muchos años y amigo allí de Oriol Jonqueras). Todo son especulaciones, pero la lista unitaria –víctima de sus contradicciones– no ha generado el entusiasmo que sus partidarios auguraban. Y el nombramiento de tres directores de campaña (tres) no parece que vaya a facilitar las cosas. Aunque el fichaje de figuras como Pep Guardiola o Lluís Llach –que abrirá la lista de Girona– son un activo indudable.

Vamos al frente de la protesta social. El éxito de Ada Colau se debe en parte a que la lista la abría alguien con gran notoriedad pública, por su participación en las plataformas de lucha contra las ejecuciones hipotecarias, y que además ha resultado ser una buena candidata. Y aun así sólo ha conseguido 11 concejales (sobre 41). Es alcaldesa sólo porque Trias no quiso o no supo (a Artur Mas no le convenía pedir el apoyo del PP o Ciutadans en vísperas del 27-S) montar una coalición alternativa. Y gobierna sin tener mayoría.

Y en el caso de la coalición Podemos-ICV para la presidencia de la Generalitat las cosas se han complicado mucho. Los candidatos obvios –por valía y experiencia– eran Joan Herrera o Dolors Camats pero ambos fueron rechazados con rotundidad por Pablo Iglesias con el argumento de que encarnan la vieja política. Y no sólo eso, sino que ha vetado también que abra la lista Joan Coscubiela, el veterano dirigente sindicalista que, como diputado en Madrid, ha sido el azote radical del PP esta legislatura.

A este dogmatismo se ha unido el fracaso –tras una búsqueda algo peregrina– de una figura indiscutible pero sin currículum político que pudiera satisfacer al mismo tiempo al mundo del ecosocialismo y al de Podemos. Y al final la pasada semana decidieron apostar para presidir la Generalitat por Lluís Rabell, que fue presidente de la Federación de las Asociaciones de Vecinos de Barcelona y que –persona respetada en su mundo– carece totalmente de notoriedad pública y de experiencia política. La noche en la que se hizo público su nombre los directores de los periódicos catalanes sólo tuvieron una reacción: ¿pero quién coño es Lluís Rabell?


· El PP cambia de candidato en el último minuto y confiesa así que la política de Rajoy respecto a Cataluña ha sido una permanente improvisación

La idea de la confluencia Podemos-ICV era buena y podía atraer votos tanto del PSC (como ya sucedió en las municipales de Barcelona) como del sector más ERC de la lista unitaria, pero la negativa de Iglesias a dar protagonismo a políticos de la izquierda catalanista va a reducir su atractivo electoral. Y a ello se une la rápida pérdida de fuerza de Podemos, y del liderazgo de Pablo Iglesias en toda España, que ponía de relieve la encuesta de El País del domingo.

Si la lista unitaria, con Raül Romeva al frente y Artur Mas de cuarto, descuida su flanco derecho –se decía que muchos electores de CiU tenían el corazón a la izquierda y la cartera a la derecha–, y la de Podemos-ICV tiene dificultades para galvanizar a la izquierda con un líder acreditado, puede que suban las opciones de Ramon Espadaler para “pescar” en el electorado conservador y las de Miquel Iceta –que estará apoyado en campaña por Pedro Sánchez y al parecer Felipe González– de recuperar electorado tradicional del PSC. Además, en ERC hay malhumor por la lista unitaria y en CDC el desconcierto es fuerte porque parece que sólo dos consellers (Irene Rigau, procesada junto a Mas por el 9-N y la vicepresidenta Neus Munté) irán en las listas. Que políticos convergentes de la tradición de Germá Gordó, Santi Vila, Antoni Fernandez Teixidó o la sustituta de Espadaler en el gobierno, Meritxell Borràs, salgan del primer plano es algo que no puede ser bien digerido en ningún partido. Muchos políticos de CDC perderán su escaño no porque gane Podemos –o el PSC–, sino porque Artur Mas los ha sacrificado.

Quedan dos cortos meses, uno es agosto y ayer el PP anunció el relevo de Alicia Sánchez-Camacho por García Albiol (con la torna de Andrea Levy) que ha demostrado ser un político combativo y con éxito en la alcaldía de Badalona, de la que ha sido apartado tras las últimas elecciones pese a encabezar la lista de largo más votada. García Albiol es un político combativo que hará la vida difícil a Inés Arrimadas, la bisoña candidata de Ciutadans (Rivera se reserva para Madrid) y que puede morder en sectores de la izquierda receptivos al populismo.

No obstante, su designación tiene puntos negros. Pese a que su altura –es un antiguo jugador de baloncesto– le hará destacar con rapidez, es poco conocido. Además, su discurso contrario a la inmigración –a veces rozando el racismo– le sitúa muy a la derecha y le aleja del elector moderado que quiere respetabilidad. Lo más grave es que su designación, cuando faltan menos de 60 días para las elecciones, es una confesión pública de la improvisación continua que ha sido la política de Rajoy respecto a Cataluña. Cambiar de candidato en el último momento es admitir –lo constataba la encuesta de La Razón del lunes– que las expectativas del PP están por los suelos. Y la culpa de ello no es de Alicia Sánchez-Camacho –que quizás ha confundido empuje con grito–, sino de su supeditación (esa ha sido también su fuerza) a la dirección central del PP de Madrid, que le ha dictado una política negativista (tras ordenarle respaldar a Mas durante todo el 2011) y que le ha frenado en seco cualquier veleidad de dibujar un discurso de muy moderado catalanismo. Fue patética la brutal desautorización cuando intentó presentar algo similar a una especie de pacto fiscal que pudiera tener buena acogida en los medios económicos catalanes.

Un relevante financiero catalán me dijo hace ya años que el PP catalán tenía poco futuro porque sus jefes no eran seleccionados en función de su prestigio en la comunidad, sino por el juramento de obediencia a Madrid. Y en la Cataluña del 2015 la figura del virrey no es la más idónea para acercarse al electorado. Pero ahí seguimos.