ABC – 09/04/16 – IGNACIO CAMACHO
· La repetición electoral tendría una ventaja, y es que después no habría excusas. Pero eso sí: que nos ahorren la campaña.
Si hemos de ir a nuevas elecciones, que aún está por ver, al menos deberían ahorrarnos la campaña. En primer lugar porque ya nos la sabemos –genial, amigo Puebla— y en segundo porque después de cuatro meses de postureo sobre los pactos (honrosa excepción al respecto la de Rajoy, que no posturea porque no se mueve) nuestra clase política no esperará que la vayamos a creer cuando hable de programas. Desde que expire el plazo de investidura hasta la jornada electoral, el 26 de junio, van 54 días. ¿Piensan los candidatos pasárselos enteritos echándose en cara la falta de acuerdos? ¿O nos van a volver a vender las promesas de diciembre recalentadas en el microondas? ¿Con qué argumentos pretenden combatir la abstención? ¿Se seguirán negando a revelar con qué partido están dispuestos a pactar tras este largo sainete?
En realidad, eso es lo único que los españoles querremos saber en caso de ser convocados otra vez a las urnas. Lo demás, el cansino carrusel de propuestas, ya lo conocemos. La repetición de las elecciones –si se da la ocasión, insisto; ha habido tantísima impostura que hasta el último minuto del último día no cabe dar nada por cierto— tendría una ventaja esencial, y es que después no habrá excusas. Ni para los ciudadanos, que deberán entender que votar implica cierta responsabilidad, ni para los dirigentes políticos, que ya se quedarían sin pretextos.
No puede haber una tercera vez. Es decir, legal y teóricamente sí es posible, pero eso significaría el auténtico fracaso de la democracia. Una quiebra del sistema; mejor ni pensarlo. Tendría que haber acuerdos, como los hay en las municipales. ¿Y por qué los hay en las municipales? Pues… porque no tienen repetición ni segunda vuelta y si nadie logra armar coaliciones gobierna automáticamente la lista más votada. Que tampoco sería una mala idea para estudiar en este festival de reformas con que los partidos nos marean sin ser capaces de lograr el consenso para abordarlas.
Y otra cosa más. Con o sin elecciones, en esos manoseados borradores de reformismo institucional debe incluirse un acortamiento de plazos para la formación de Gobierno. Esta bufonada no se puede repetir; una vez y no más. Los legisladores de la Transición no fueron lo bastante previsores o pecaron de bienintencionados, pero tras este precedente es menester tomar medidas. En el siglo XXI no se comprenden dilaciones de esta clase, propias de un calendario premoderno. Como mínimo hay que aprender de esta desafortunada experiencia: una democracia contemporánea no admite la autocongelación en un limbo de tiempos analógicos.
Pero todo esto es hablar por hablar. Porque en los días que quedan aún podemos asistir a algún otro esperpento. Si algo nos acaban de demostrar nuestros esclarecidos líderes es que son capaces de hacer algo peor que no formar Gobierno: formar, a toda prisa y con atropellada urgencia, un mal Gobierno.
ABC – 09/04/16 – IGNACIO CAMACHO