Joseba Arregi-El Correo

Todo es nuevo, todo es viejo, nadie se preocupa por ver tendencias a largo plazo, ni mirando al pasado ni pensando en el futuro

Casi se nos ha olvidado ya lo que los propios periodistas decían de los periódicos no hace tantos años: nada hay más viejo que el periódico de ayer. Hoy habría que añadir algo: nada hay más viejo que el tuit que acaba de ser publicado. El presente es como un gargantúa que traga todo antes incluso de que llegue a ser realidad. Formulado paradójicamente: el tiempo se come al tiempo, o el presente el futuro que nunca llega a ser. Esta paradoja no es un juego, pues si el futuro no llega a ser presente, el presente no llega a ser pasado, y entonces nos quedamos sin nada, ni pasado, ni presente, ni futuro: la tiranía del presente, que en realidad es la tiranía de la nada, del vacío radical, el instante que se escapa del flujo del tiempo que consiste en hacer algo como medio para alcanzar un fin, mientras que el instante se constituye en la soberanía del momento que no se somete a ninguna finalidad porque no quiere ser medio para nada más que para consumirse a sí mismo, el instante de placer en el que el sujeto se pierde en la sensación misma de placer.

Hace años, cuando quien esto escribe era joven, se hablaba de una pintada que apareció en una universidad de París, de las que quisieron una revolución que se consumió a sí misma. Decía lo siguiente: Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo empiezo a sentirme muy mal. Es una sensación que ha embargado a muchos de aquella generación y de algunas de las siguientes. La sensación de haberse encontrado, buscando la liberación más radical, con un vacío enorme. De ese vacío de cuenta también otra pintada de la misma época: que pare el mundo, que me bajo.

A veces piensa uno que la mayor revolución que se puede llevar a cabo hoy en día consiste quizá no en pedir que se pare el mundo, sino en pararse uno mismo y dejar de participar en esta rueda en movimiento continuo sin contenido alguno que no sea el propio movimiento. Resistir a la moda del movimiento perpetuo, de la innovación incesante, de la novedad diaria, de cada hora, de cada segundo, como principio revolucionario radical. Dejar de creer en lo que los medios de comunicación de todo tipo fabrican en cada momento.

Si miramos a la política, todo son giros, novedades estratégicas, cambios en el panorama, nuevas situaciones de un día para otro. De repente el Gobierno es inestable o alcanza una estabilidad inesperada sin pensar en que un imprevisto pueda hacer volver la inestabilidad. Lo que durante unos momentos era una cualidad negativa de pactos estrafalarios pasa a ser geometría variable positiva; lo que era un Gobierno Frankestein pasa a ser transversal, la crispación deja paso en un santiamén a voluntad pactista. Todo es nuevo, todo es viejo, nadie da un duro por la duración de nada, y menos aún se preocupa por ver tendencias a largo plazo, ni mirando al pasado ni pensando en el futuro.

Un atento lector de prensa y de medios digitales trata de encontrar líneas coherentes, tendencias claras que sirvan para entender algo del futuro que le espera, pero se encuentra con la opinión de expertos y más expertos que se contradicen mutuamente. Unos nos dicen que saldremos mejores y más fuertes, otros que más debilitados y con menos idea de lo que el futuro nos depara. Nada de lo que existía va a quedar en pie, todo lo nuevo ha venido para quedarse, como si hubiera un lecho básico en el que lo de quedarse tuviera sentido. Niklas Luhmann decía que el presente estaba colonizado por el futuro, pero el futuro que nos piensan los expertos y futurólogos para mañana estará tan amenazado por el futuro de pasadomañana como nuestro presente lo está por un futuro sin conexión con el presente.

Es fácil de entender que muchos anden buscando algún oasis en el que saciar su sed de estabilidad y de certeza. Lo que resulta increíble es que se encuentre tal oasis en un rincón que sigue sin querer saber nada de su pasado marcado por el terror de ETA, gobernado por un partido que firmó el año 1998 un pacto secreto con HB y ETA excluyendo a los partidos no nacionalistas de la gobernación futura de Euskadi. Que no ha renegado nunca expresamente de dicho pacto. Que ha aprobado en el Parlamento vasco, con tres votos de HB, el plan Ibarretxe para reformar la Constitución bajo la excusa de una reforma estatutaria. Que ha vuelto a firmar un acuerdo con Bildu para un nuevo Estatus para Euskadi de exclusión de los no-nacionalistas. Que aprobó los Presupuestos del PP en el Parlamento español para, a la semana siguiente, apoyar la moción de censura destructiva -sin programa pactado de gobierno ni Presupuestos pactados- en base a una frase en una sentencia que no tenía nada que ver con el asunto que se juzgaba. Que, por lo tanto, es responsable del Gobierno español y de todas las consecuencias de su actuación, responsable de buena parte de crispación correspondiente. Un oasis basado en renegar de facto cada día de lo dicho y hecho el día anterior.