Juan Carlos Girauta-ABC

  • Las Big Tech llevaron su impulso fáustico más allá de lo que pudieron soñar los espíritus totalitarios del siglo XX

Las mayores empresas del mundo creen en la interseccionalidad. ¿Y eso qué es? Si hay una fuente autorizada para definir el concepto es Wikipedia, espejo ella misma del fenómeno merced al alto nivel de movilización del activismo digital: «La interseccionalidad es un enfoque que subraya que el género, la etnia, la clase u orientación sexual, como otras categorías sociales, lejos de ser naturales o biológicas, son construidas y están interrelacionadas». He aquí la raíz de cuanto vemos y de cuanto veremos en el ámbito político, social y empresarial a lo largo de la década que acaba de empezar.

Si lo que teníamos por natural (omito la clase) no es más que construcción cultural, entonces todo se puede -incluso se debe- deconstruir, destruir y reconstruir. Alguien convencido de tal cosa, ¿no está abocado a practicar o a promover la ingeniería social más invasiva? Por lo pronto será mortal el daño a los postulados de la igualdad entendida al modo de las democracias liberales. De repente no podemos obviar el sexo, la etnia, la orientación sexual. ¿Qué avance es ese que, con promisorios juegos de palabras, libera a fantasmas que estábamos encerrando o enterrando?

Con paciencia, los pioneros se afianzaron en cenáculos universitarios. Corriendo el tiempo fueron hegemónicos en el ámbito de la cultura. Luego sus políticas sedujeron a una izquierda mundial ávida de ambiciosos programas omnicomprensivos, toda vez que sus referentes últimos se habían acabado derrumbado al terminar el siglo. Por fin, se adueñaron del lenguaje de los medios y de las grandes empresas. El año pasado, Douglas Murray puso negro sobre blanco en «La masa enfurecida» lo que era obvio, la desnudez del rey: «Silicon Valley no solo ha adoptado los presupuestos ideológicos de la interseccionalidad (…) sino que los ha interiorizado hasta tal punto que ha añadido una nueva capa de locura en todas las sociedades que se han imbuido de ellos». En cuanto a Google: «Alguien ha hecho un esfuerzo premeditado por endosarnos imágenes que nada tienen que ver con lo que estamos buscando». Pero, ¿por qué harían tal cosa? Porque «alguna parte del código trata deliberadamente de molestar, desorientar o enfurecer a quienes buscan determinados términos».

Dotadas de ingentes recursos, de afinidad colusoria, de medios de penetración ideológica como nunca antes concentrara oligarquía alguna, las Big Tech no solo cayeron en la tentación de la ingeniería social, sino que llevaron su impulso fáustico más allá de lo que pudieron soñar los espíritus totalitarios del siglo XX. Tenían al mundo mirando pantallitas varias horas al día, ensimismado, inerme. Tras la grave y ridícula ocupación del Capitolio americano, han visto la oportunidad de dar un empujón decisivo a su agenda megalómana acallando a cualquiera que no adopte sus posiciones ideológicas. Los enemigos de Trump lo celebran, pero pronto lo lamentarán.