El general invierno

Ignacio Camacho-ABC

  • La previsión de la borrasca fue exacta. Ni la temeridad individual ni la descoordinación gubernativa tienen coartada

Pocas veces ha existido en la reciente meteorología española, que acusa el defecto de una cierta tendencia «acojonativa», una previsión tan exacta como la que ha advertido de la tormenta polar Filomena con precisión de temperatura, intensidad, tránsito geográfico y banda horaria. Cualquier ciudadano con televisión, radio, ordenador o teléfono móvil ha podido seguir la evolución del temporal, con anticipación suficiente, en cualquier punto de España. Estábamos avisados, pues, tanto la población como las autoridades, y esta vez no cabe coartada ni para la imprudencia o temeridad de ciertos individuos ni para la improvisación y descoordinación de los que mandan. Se puede argüir, como explicó ayer aquí Luis Ventoso, que ante inclemencias de esta magnitud ningún dispositivo de protección basta; ya Napoleón señaló al General Invierno como responsable de su derrota rusa, y razón no le faltaba. Pero la excusa oficial de que era imposible adivinar el alcance de la borrasca resulta pura y sencillamente falsa. Hasta los centímetros de nieve fueron pronosticados con puntería casi matemática.

Lo que ha ocurrido es que, por una parte, la sociedad del bienestar se ha acostumbrado a exigir de sus gobernantes una inviable garantía de seguridad completa a sabiendas de que ningún político se atreverá a contradecir a su clientela; y por otra que los administradores públicos carecen de operatividad para anticiparse o hacer frente a una emergencia. Enfrascados en trivialidades ideológicas o propagandísticas diversas, han perdido la capacidad de respuesta. No están a lo que tienen que estar; son mucho más eficaces creando que solucionando problemas y cuando éstos les sobrepasan, como se ha visto también en la pandemia, sólo buscan la manera de eludir culpas o de descargarlas en otros en vez de explicarse con franqueza. En un Estado que gasta dinero a espuertas, el Ejército es el único recurso del que echar mano, por lo general tarde, en caso de contingencia. Siempre acude donde se le llama y nunca se queja.

La politización del fracaso es un clásico que quizá en esta ocasión no vaya a mayores porque autonomías, ayuntamientos y Ejecutivo central han compartido fallos y la famosa cogobernanza ha derivado, como suele, en un caos. El laboratorio de imagen de Moncloa sacó ayer a Sánchez en pose de mando tras dos días de bloqueo urbano, logístico y aeroportuario. Al presidente y a Iglesias estas cosas les deben de parecer asuntos insignificantes, alejados de la misión histórica que les trae ocupados. Ya se les ha olvidado que por una nevada de mucho menor impacto y una subida de luz más leve lincharon a Rajoy hace dos años. Entonces la derecha perversa, compinchada con el capitalismo energético, mataba de frío al pueblo, lo abandonaba en las carreteras y se desentendía de su sufrimiento. Menos mal que para impedirlo han tenido que llegar al poder ellos.