PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Algunas condenas al acoso a Mikel Iturgaiz son solo muestras de civilidad

La tolerancia, en condiciones políticas normales, es una práctica consustancial al sistema político democrático y liberal, pero que, en sí misma, ya es cicatera. Quiero decir que tiene un envés muy fino, de modo que, si te pasas de tolerante, a efectos políticos, muestras cierta debilidad. Cuando un político se pasa de tolerante puede estar indicando que la opinión del adversario es tan buena por lo menos como la suya. Y eso no le conviene en absoluto, claro. A un político práctico, se entiende; al que vive de ello.

No obstante, en la Euskadi contemporánea estas sutilezas están de más, puesto que nunca hubo tolerancia. Por ejemplo, las muestras de condena ante la última agresión a Mikel Iturgaiz -siento decirlo- son todo menos demostraciones de tolerancia. Son, en todo caso, postureos y bienquedismos de personas educadas y civilizadas, que no ocultan, salvo al que no lo quiera ver, la realidad política que hay debajo. Porque, bajo una apariencia de modernidad, nuestra sociedad vasca es profundamente arcaica. Nos movemos por otros parámetros que tienen más que ver con la exclusión del diferente y con la búsqueda de chivos expiatorios que con la tolerancia abierta y liberal.

Para el sector político hoy dominante, el nacionalista, la tolerancia política no es más que una rémora para su proyecto. Para un nacionalista, ser tolerante con un españolista sería una especie de claudicación en toda regla. Un nacionalista debe ser beligerante contra el españolismo, esa es su marca de origen y de identidad política. Un nacionalista tolerante con el españolismo sería lo más absurdo que cabría imaginar.

La tolerancia significa considerar que el diferente puede tener razón y no solo darle margen para que se exprese, sino aceptar que incluso pueda gobernar en esa sociedad en la que conviven unos y otros. Pero el nacionalismo vasco, desde su fundación, considera que una parte de la sociedad vasca está de más aquí. Y así es imposible practicar la tolerancia. Y si no reconocemos esto, nunca avanzaremos. Tolerancia significa que, si tú consideras que Euskadi es tu única nación, al mismo tiempo consideras que otros conciudadanos tuyos se sienten pertenecer también a otra nación en el mismo territorio que tú pisas y con el mismo derecho que tú.

Y los nacionalistas, por definición, no aceptan esto. O hablando de tolerancia: no lo toleran en absoluto. Por lo tanto, las muestras de condena y solidaridad que hemos visto, desde el lehendakari a otros miembros de su partido y de otros partidos ante la última agresión a Mikel Iturgaiz, solo son una expresión mínima de civilidad, de urbanidad, de educación, si se quiere; pero, al menos en el caso de los nacionalistas, no tienen nada que ver con la tolerancia. Porque ni el lehendakari ni nadie de su partido considera que las ideas que representa Mikel Iturgaiz tienen el mismo valor en Euskadi, aparte de la gente que les vote, que las suyas propias.

Pero es que hay algo más que explica esta súbita y generalizada solidaridad -con las excepciones conocidas- por Mikel Iturgaiz. Y es que en el panorama político vasco actual la debilidad del PP vasco es tan manifiesta, es tan evidente, que muchos que antes le temían ahora no solo no es que no le teman, sino que incluso están planeando el futuro de ese partido, ahora que viene Alberto Núñez Feijóo y que creen encontrar en él un nuevo valedor para sus políticas de continuo erosionamiento de la unidad nacional y de ensanchamiento de las capacidades propias con vistas a un nuevo estatus. Este PP vasco actual sería, para el nacionalismo en el poder, una especie de burrito ‘Platero’; es decir, un partido pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no tiene huesos.

Porque ahora al que temen es a Vox, que amenaza con engrosar sus efectivos en las distintas escalas de la representación política y ante el que se está volcando la intolerancia consustancial que caracteriza al País Vasco contemporáneo. Un partido que, aunque ahora no parece que esté en sus mejores horas, tiene en Euskadi una cuenta pendiente para sus líderes, en especial para su presidente, que es de aquí.

Ante Vox se activa la palanca de la intolerancia, que no es otra que la de la exclusión del diferente. Y la consigna es que sería una desgracia que el PP fuera absorbido o ‘sorpassado’ aquí por dicho partido. Así que hay que mantener al PP vasco, aunque sea con respiración asistida, para que el otro, el peligroso, no crezca demasiado. Y esta es la otra explicación de las condenas por lo de Mikel Iturgaiz. El único que no se ha sumado al coro ha sido Bildu y los demás le reprochan su inmovilismo. Pero si Bildu, sin apearse de su inmovilismo, resulta ahora decisivo en Madrid, ¿quién es nadie para reprocharle nada?