Ferrer Molina-El Español
Uno echa la vista atrás, repasa sus cerca de tres años al frente de Interior y ve que podría recorrerlos saltando de calamidad en calamidad.
Marlaska era un juez respetado al que no le tosían ni los etarras y ahora tiene que soportar cada dos por tres las hostias de Gil Lázaro. Rubalcaba tenía cintura y las esquivaba bien; él se las come casi todas.
Así que uno no puede dejar de pensar en quién le mandaría entrar en política. Desde que Pablo Iglesias dijo que Sánchez había nombrado «un ministro del PP» se diría que hace méritos para que le quiera Podemos.
No hace tanto que envió a Soto del Real a Otegi. Cuando el abogado de la AVT le pidió que impusiera al reo 300.000 euros de fianza, más papista que el Papa, él subió la cifra: 400.000.
La sentencia de la Audiencia Nacional que le obliga a restituir a Pérez de los Cobos es la gota que colma el vaso. En un ataque de soberbia decidió destituirle con tres palabras: «pérdida de confianza». El delito, negarse a chivarle las investigaciones en curso que unos guardias civiles realizaban como Policía Judicial.
Que el juez ya se había transformado para entonces en un político al uso lo demuestra su ceguera incluso en aquello en que era un experto: la ley. Por eso es tan demoledor el pronóstico que le lanzó desde la tribuna el abogado del Estado Edmundo Bal y que ahora le estalla en los morros: «Si el coronel recurre, gana». Dicho y hecho.
Es la suya una trayectoria que se torció lastimosamente. Quién le iba a decir al otrora azote de los terroristas que el PNV -ojo, ¡el PNV!- acabaría recriminándole el pacto con Bildu consistente en acercar a presos etarras al País Vasco como si no hubiera un mañana. Joseba Egibar lo denomina de forma muy gráfica «acuerdo cinco a la semana».
Hay que estar muy perdido para quejarse de que el PP elija intencionadamente por su condición de víctimas del terrorismo a Mari Mar Blanco y a Teresa Jiménez Becerril para interpelarle en el Congreso. Eso, que podría ser un desahogo comprensible en privado tras una dura sesión parlamentaria, resulta una infamia expresado en público.
En poco tiempo, Marlaska se ha echado encima a las asociaciones judiciales, a los sindicatos de la Policía, a los guardias civiles, a las víctimas del terrorismo y a Margarita Robles. Le repudian casi todos los que le admiraron.
Y sigue sin rectificar su veredicto acerca de las agresiones a cargos públicos de Ciudadanos en la manifestación del Orgullo Gay de 2019, cuando justificó a los violentos. Cómo no iba a «tener consecuencias» pactar con quien «trata de limitar los derechos humanos»… En serio, ministro ¿de veras compensa?