La tragedia del PSOE: “Todos eran mis hijos”

José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 31/12/11

Si José Luis Rodríguez Zapatero fuese un buen dramaturgo –que no lo es, obviamente- podría apropiarse del título de una de las obras teatrales cimeras de Arthur Miller –“Todos eran mis hijos”- para, remedándolo, afirmar sin ambages que los firmantes de los tres manifiestos que corren por el circuito del PSOE, unos críticos, otros renovadores, otros imaginativos, fueron, sin excepción, sus cómplices, en unos casos, y cooperadores necesarios, en otros, de una política que él propició y que ha dejado en ruinas al socialismo español y al Estado, haciéndolo en una dimensión mayor de la prevista: el desfase entre los gastos y los ingresos públicos no será del 6% sino del 8%. Sin embargo, ni los que fueron hijos dóciles del zapaterismo, ni los que lo propugnaron con una energía política inusitada, están dispuestos a socializar la responsabilidad por el hundimiento de la izquierda en España y la de su partido. Y por el mal enorme hecho a toda la nación.

Con Zapatero y ‘sus hijos’ políticos, el PSOE perforó su suelo electoral marcando un hito político histórico e impensable. La complicidad de todos los estamentos del partido y del socialismo en general no registró excepción alguna que ahora los cuadros de mando del hundido Titanic puedan llevar a una lista higienizada. Porque ni los que suscriben que ‘Hay mucho PSOE por hacer’, ni los que constatan que ‘Yo estuve allí’, ni los cargos municipales que intentan un regeneración desde la base, pueden mostrar sus expedientes limpios de contaminación de una gestión del PSOE y del Gobierno que se caracterizó por la sustitución del ideario verdaderamente socialista por el progresismo banal y la ideología de género; el proyecto de futuro por el revisionismo histórico mediato e inmediato; la buena administración por el despilfarro; la cohesión del Estado por su cuarteamiento, el sectarismo por la ecuanimidad y el uso alternativo de las normas por el igual y estricto cumplimiento de las leyes.

Tanto Alfredo Pérez Rubalcaba como Carme Chacón no tienen modo de desembarazarse de su propia trayectoria. Ningún otro dirigente del PSOE fue más cómplice que ellos en el desastre. Aspirar, como lo hacen, a suceder al zapaterismo suponiendo que fue una anécdota en el socialismo hispano, es un auténtico sarcasmo, entre otras razones porque sin el andamiaje que ofrecieron al ex presidente desde posiciones de poder e influencia, muchos errores no podrían haberse perpetrado. La investigación de la Sala Penal aJosé Blanco que lo fue todo en el zapaterismo –secretario de organización del PSOE, vicesecretario general, ministro de Fomento y Portavoz del Gobierno- por posibles delitos en el ejercicio de su cargo ministerial se comporta como un último acto de la tragedia socialista: no sólo no hubo la más mínima solvencia gestora, la menor consistencia ideológica ni la más escuálida competencia política, sino que, indiciariamente, puede sospecharse con fundamento que uno de los adalides del zapaterismo incurrió en prácticas corruptas. Peor final, imposible.

Las tragedias –también las teatrales, no sólo las vitales- consuman por lo general enormes temeridades. El 38º Congreso del PSOE, a celebrar en los primeros días de febrero, es una imprudencia temeraria porque se plantea en términos de supervivencia, de lucha entre facciones, de pelea malversada ideológicamente, de encarnizado duelo entre náufragos para abrazarse al tablón salvador en el oleaje de la tempestad. Lo único sensato que se ha oído desde la debacle del 20-N ha sido la propuesta de aplazar el 38º Congreso, formar una gestora y dar tiempo a la organización para que recapacite sobre su errática trayectoria desde el año 2000. Celebrar el cónclave, además, con un vicesecretario general del partido empapelado por el Supremo, es suicida. Más aún cuando el PP, que revalidará la pareja Rajoy-Cospedal con un coordinador general, le pisará los talones con otro congreso triunfal a las puertas de las elecciones andaluzas en las que los conservadores se alzarán seguramente con una contundente mayoría absoluta, barriendo así, y definitivamente, del mapa político al Partido Socialista. Un PP que ayer demostró en el Consejo de Ministros presidido por Mariano Rajoy  que sí se podía abordar la crisis desde otras perspectivas, tanto en cuanto a los ajustes presupuestarios como al incremento de ingresos fiscales.

Allá ellos si creen que con propugnar una bicefalia ajena a la tradición del PSOE mediante la propuesta de elegir al candidato a la presidencia del Gobierno a través de primarias abiertas a la militancia y los simpatizantes y proclamar ahora un partido “nacional” que “hable igual en todas las autonomías” (hacer todo lo contrario de lo que hicieron en el pasado inmediato siendo ellos los mismos) es suficiente para recuperar un solo centímetro del terreno perdido. Si los “hijos” de Zapatero demuestran tener su tozudez obtusa y van derechamente a una reunión congresual para agredirse con más denuedo, será que la crisis del socialismo español aún no ha bebido su cáliz hasta las heces. Que lo hagan y se produzca una catarsis que, a plazo muy largo, les extraiga de la postración actual. Que es de su íntegra responsabilidad, porque el PP y Rajoy se dedicaron a una consistente espera observando inmutables la autodestrucción socialista.

“Matar” al padre –es decir, a Zapatero- como remedio y acto de contrición, inmolándolo –más aún- sacrificialmente ante la opinión pública, es un gesto tardío y amortizado. Son los actores de esta tragedia –y no el olvidado ex presidente refugiado en León- los que siguen representando una pieza que actualiza, revive y mantiene en el escenario a los coprotagonistas de la historia más triste de la izquierda española en más de tres décadas. El zapaterismo se ha llevado por delante y sin remisión a tres generaciones de socialistas, por más que ahora Rubalcaba hable de transversalidad generacional. Si el PSOE no asume ese destrozo, carece de chance alguna en el futuro inmediato. Porque todos son hijos del mismo padre y, por lo tanto, consanguíneos del hombre “que sonreía como Julia Roberts”.

José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 31/12/11