- El autor denuncia que Sánchez ha convertido el Partido Socialista en una organización populista, donde el objetivo es conseguir votantes al precio que sea, aun a costa de traicionar los principios socialdemócratas.
Somos testigos diarios de cómo el gobierno Sánchez–Iglesias destroza nuestra democracia y, a la vez, nos hemos resignado a dar por hecho que, para los tres próximos años, son inevitables. Está arraigando, a la vez que la irritación, una cierta sensación de impotencia frente al desastre provocado, con un coste insoportable para la sociedad española. Pero, la resignación no es un argumento.
Se puede estar cometiendo el error de creer que el viejo partido socialista sigue en pie, que no podría admitir tanta irresponsabilidad. Se ignora que Sánchez, de la mano del publicista Iván Redondo, ha convertido al PSOE en una organización populista, enmascarada tras el utilitario trampantojo “nosotros, la izquierda”. No le esperen, compatriotas confiados.
Un sábado de marzo de 2018, en la Jaime Vera, escuela de formación de cuadros del PSOE, Iván Redondo -hoy superministro de facto- apadrinó la conversión al populismo del partido fundado hace 140 años. Él mismo era el mensaje: se presentó como un experto en comunicación política que puede trabajar para cualquier partido –“en todo tipo de formatos”, dijo-. En aquella jornada resumió la nueva doctrina: “Son las emociones, estúpidos”.
Para qué necesitan los socialistas un congreso, un comité federal, conferencias, asambleas, militantes, para qué, si tienen a alguien capaz de proporcionar lo que hay que decir según convenga, de empapar de emociones antifascistas calles y plazas. Y las ideas claras: “Primero se siente, después se piensa”. Desde entonces, este comercial osado ha logrado que millones de socialistas repitan lo que él cocina cada día. Todo teñido de la emoción que más une: hay que parar a la derecha. ¿Parar a la derecha o colocar a Montilla, Blanco y otro de Podemos en Enagás?
El invento no funcionaría sin el brazo mediático, sin un trasmisor poderoso de la fábrica de emociones. Un ejemplo de estos días: los medios sanchistas titulan que Trump, con 100.000 muertes por coronavirus, ha provocado un desastre en EEUU. Cierto, pero si 300 por millón son un desastre, ¿cómo titular 600 en España? No hay remedio: con los populistas, ni con los hechos en la mano.
Para qué necesitan los socialistas un congreso, un comité federal, conferencias, asambleas, militantes, para qué…
Nos mofamos de las tonterías de Trump, pero, si nos fijamos bien, las similitudes con nuestros populistas “de izquierda” asombran. Ahí están, entre muchas, las ocurrencias procedentes del gobierno Sánchez-Iglesias, como el “Portugal detuvo el coronavirus porque está un poco más al oeste”, o el genial “Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín están en línea recta, en horizontal” y por ello tienen más contagios.
Nos alarman los ataques de Trump al Estado de Derecho, como cuando destituye a funcionarios que le estorban -el director del FBI, entre otros-, pero no son menos peligrosos para la salud democrática los de nuestros populistas en el gobierno. Sobran ejemplos, empezando por el acoso a los tribunales del vicepresidente y terminando en la destitución del coronel Pérez de los Cobos, héroe contra golpistas.
Y, además, inútiles. Si Angela Merkel logra con rapidez las adaptaciones temporales para que cobren la ayuda las primeras víctimas sociales de la epidemia, nuestros populistas de izquierda abren a destiempo un debate de meses sobre renta mínima permanente y universal, mientras se van formando humillantes colas de comida. Por no hablar de los retrasos en el cobro de los ERTE -”es muy complicado”-. Emociones frente a los problemas de las familias.
Si Merkel se juega su futuro político en 2015 frente a la extrema derecha admitiendo un millón de refugiados, nuestros populistas progres montan el indecente espectáculo del puerto de Valencia con el Aquarius, con pocas peticiones de asilo y muchas fotos. No importan los valores, sólo la fabricación de emociones políticamente útiles.
Desde la moción de censura, el partido socialista sanchista ya no cuenta con otro horizonte que no sea el del bloque que les apoyó, un conglomerado “plurinacional” y populista que se ha consolidado en la política española gracias a lo que Santos Juliá definió con dolor, al final de su vida de historiador, como “desbandada socialista”, la traición a ciudadanos, víctimas de los nacionalistas, que habían confiado en los dirigentes del PSOE.
Estos días de efervescencia teatral del sanchismo, los más incómodos con el voto de Ciudadanos a favor de la alarma han sido los socialistas aliados de los separatistas en Navarra, País Vasco, Baleares, Cataluña o Comunidad Valenciana, porque les desenmascara ante sus electores. Y los más descolocados, los socialistas avergonzados por “la desbandada”, como Page, Lambán, Vara, Caballero o Borrell. Avergonzados, pero, hasta hoy, aquietados.
Los más incómodos con el voto de Cs a favor de la alarma han sido los socialistas aliados de los separatistas en las CCAA
La vía Arrimadas deja al descubierto las trampas del gobierno Sánchez-Iglesias para no perder a los electores decisivos del centroizquierda, la explotación interesada de un sentimiento: ¡que viene la derecha! Evidencia la fórmula del sanchismo para conservar el poder, el engaño de Sánchez.
Inés Arrimadas ya demostró la utilidad de su estrategia frente a la “desbandada del PSOE” en Cataluña. Convenció, cuando, con el pasaporte en la mano, desafió al supremacista antiespañol Puigdemont: “No me va usted a obligar a utilizar esto para ir a visitar a mi familia, en Jerez o en Salamanca”. Y conectó con los votantes de centroizquierda.
Esa vía desmontó el fraude político de los traidores del PSC, que habían perdido el respeto de muchos catalanes antinacionalistas, y Ciudadanos ¡ganó las elecciones en Cataluña! Ahora, quien una al país, quien tenga capacidad para sacar a los españoles de las trincheras, será el único liderazgo capaz de derrotar a este populismo que lleva al país a la ruina.
Nuestra democracia es parlamentaria y tiene recursos para evitar que un gobierno hunda por generaciones a un país. El peso de la opinión pública es decisivo y la responsabilidad para lograr ese estado de opinión necesario está muy repartida. Hoy, esperar tres años no es una alternativa, es una catástrofe segura, dadas las circunstancias.
Debería haber pocas dudas sobre la mayor emergencia nacional. Si tenemos un gobierno que es una garantía de hundimiento general, lo urgente es cambiar ese gobierno. Un país con una necesidad de financiación europea récord y con el gobierno menos fiable dibuja el peor escenario para los próximos años.
La muy previsible segunda oleada de la Covid 19 en octubre, en el país con más infectados por habitante del mundo, no deja mucho margen temporal. Si nos pilla con este gobierno, la traición del PSOE ya importará poco.
*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.