IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Victoria Prego le puso voz y alma al relato de nuestra mejor memoria histórica. La de la reconstrucción de la concordia

En los últimos tiempos quizá existan motivos para cuestionar que el periodismo constituya una fuente de la Historia, aunque si hay un caso en el que no quepa ninguna duda es el de Victoria Prego, que entre otras muchas cosas fue la voz por excelencia de la Transición española, un proceso político y social que contempló como testigo y supo transmitir como narradora. Hizo de todo en este oficio, prensa radio y televisión, entrevistas, opinión, análisis, crónicas, y todo lo hizo bien, con la seriedad y el rigor que convirtió en su principal impronta; pero la serie documental sobre la refundación de la democracia quedará para siempre como su gran obra, la referencia memorial de una etapa que relató con la autoridad y la autenticidad de haberla vivido en primera persona. Se sentía orgullosa de haber asistido a la reconstrucción de la concordia.

A ‘Toya’ le gustaba recordar aquella escena de las primeras Cortes recién inauguradas, cuando vio entrar en el hemiciclo a Suárez y a González, a Carrillo y a Fraga, a Alberti y a López Rodó, a Soledad Becerril y a la Pasionaria. La imagen viva de la reconciliación, del acta de paz que enterraba el fantasma de las dos Españas. Por eso le dolía en el alma el reciente cuestionamiento de un pacto de libertades al que se reconocía vitalmente vinculada, y no se recató nunca de expresar esa contrariedad en voz alta ni de advertir sobre la amenaza de una marcha atrás susceptible de provocar una fractura dramática en la convivencia ciudadana.

En este oficio es relativamente fácil obtener cierta fama, conocer gente importante, asistir de cerca a muchos acontecimientos; lo que resulta bastante más complicado es ganarse la credibilidad y el respeto. Victoria lo logró a base de trabajo, disciplina, discreción, solvencia y criterio, de entender su profesión con responsabilidad y compromiso ético. Inspiraba confianza porque todo el mundo sabía que fuese cual fuese su posición personal no iba a influir en su manera de relatar los hechos, ni a desviarla del deber de anclarse en la realidad para comprenderla y explicarla desde un exacto método epistémico. Ésa fue el soporte del prestigio unánime que disfrutó en este tiempo de banderías, partidismos, hipérboles, exabruptos y sesgos.

Y además era cariñosa, noble, abierta, comprensiva. Perspicaz como interrogadora, leal como compañera, acogedora como confidente, cómplice como amiga. Estaba educada en la contención, en la mesura, en el tacto, en la cortesía. En esa compostura delicada que sólo se puede aprender mamándola en familia. Independiente pero no neutral, con un intenso sentido de la justicia, le rebelaba la ligereza y el sectarismo de la nueva clase dirigente, la creciente frivolidad de la mirada periodística, la ligereza del pensamiento relativista. Y qué fuerza moral la suya para encajar la peor noticia sin descomponer su elegante sonrisa.