José Ignacio Wert Moreno
 

EH Bildu no engaña. Tiene la transparencia como cualidad. No diremos que en su segunda acepción del DRAE, que alude a la condición positiva de la misma. Sí en la primera («Elemento o carácter distintivo de la naturaleza de alguien o algo») y la tercera («Calidad, condición o naturaleza de algo o alguien»).

La izquierda abertzale ha tirado de cinismo muchas veces para justificar sus acciones. Pero sus hechos han tendido a hablar por sí solos. Tienen como misión la preservación del legado de la banda terrorista ETA.

El hallazgo de 44 condenados por pertenecer a dicho grupo armado entre sus candidatos a las elecciones del día 28 (una labor que tendría que haber efectuado el periodismo pero que ha realizado Covite) ha hecho las veces de barrito del elefante en la habitación. Pareciera que nos pilla a todos con el pie cambiado. De alguna manera no necesariamente consciente habíamos acabado acomodando la mercancía averiada en algún rincón del marco mental.

Lo expresaba muy bien una viñeta publicada estos días: se han caído las caretas y han descubierto los pasamontañas. (Mis disculpas al autor por no ser capaz de atribuirla). ¿Por qué Bildu ha llegado a gozar de una cierta aureola cool? No es una pregunta fácil de responder. Había ciertamente pocos asideros para jugar con la fantasía de que esa formación pudiera jugar un papel distinto al de legatario de los pistoleros.

Toca retroceder a los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero. Fue entonces cuando empezó a construirse la idea-fuerza: el PSOE debía sentirse más cercano al nacionalismo disolvente que al PP.

Esta tesis ha sufrido algunos altibajos. Pero ha sido una viga maestra en la construcción política de Pedro Sánchez. Cualquier postura contraria a Bildu ha sido despachada como síntoma de la histeria de esa masa casposa que empieza un milímetro a la derecha de Ferraz 70. «No pueden vivir sin ETA». «Habíamos quedado en que era mejor que hicieran política y no atentados». Y en ese plan.

La caída del guindo desnuda muchas cosas. Los agujeros en el fin de la propia banda terrorista, por ejemplo. La obsesión de Zapatero por la salida negociada para que el drama tuviera una fecha definida de fin dejó el perdón y el arrepentimiento en una especie de limbo. Hasta ahora, todos los gestos producidos en esa dirección parecen destilar la misma idea: «Sentimos mucho que no nos quedara más remedio que tener que mataros».

El importante porcentaje de apoyo social que tiene la trayectoria etarra es otra de las realidades incómodas que ha asomado debajo de la alfombra. Bildu lanza un mensaje a un electorado ávido de comprarlo.

Vuelve a hablarse de ilegalización. No creemos que sea lo mejor. Era inevitable que existiera un partido como EH Bildu y que éste se moviera por las instituciones. Lo contrario es dejarse llevar por la fantasía ante la terca realidad de la sociología vasca. La anomalía no está en su presencia sino en que el gran partido socialdemócrata estatal no lo visualice como un rival contra el que tiene aliados en los demás partidos que se sienten cómodos en la Constitución.

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Por todo lo anterior, a quien apela realmente el fin de esta farsa es al PSOE. La normalidad con la que ha vestido su apoyo en Bildu toda esta legislatura es hoy incluso más ofensiva. Los de Otegi son la call girl en el brazo del socio de club selecto de La Moraleja. Su propia naturaleza va proclamando a gritos su condición.

Incluir terroristas en unas listas electorales tiene una peculiaridad: sólo puede hacerse cuando queda poco para ir a votar. Las reacciones deben leerse en esa clave. El «periodismo Fernando Galindo» (admirador, amigo, siervo) se adelantó hablando de «triunfo de la democracia». Pero esta vez no se siguió ese argumentario previsible. Empieza a asumirse que esto cuesta votos fuera de la burbuja.

Hay un pequeño resquicio para la esperanza. Quizá estemos ante el principio de una catarsis. De los restos de Podemos teledirigidos por Iglesias no cabe esperar nada en este asunto. Pero el PSOE sí puede sacar una lección del 29 de mayo respecto al futuro de su relación con EH Bildu.

Su condición protectora de la herencia de ETA siempre va a estar regida por la transparencia. Volvamos al DRAE. Tercera acepción: «Tela o tejido transparente que se emplea en la confección de ropa».  O sea, la que deja las vergüenzas al aire.