- Si nuestra apuesta como país pasa por lograr que el español como lengua común desaparezca, ¿cómo vamos a defender una identidad propia, que tenemos desde hace cinco siglos, ante el inglés, el chino o el árabe?
La izquierda española en su conjunto y todos los nacionalistas con presencia en el Congreso de los Diputados votó a favor de colocar el bable asturiano al mismo nivel que el catalán, el vasco y el gallego. 191 votos a favor. 153 en contra. Sucedió a finales de marzo de este año. Un comportamiento ciego que llevaría al ministro Manuel Castells a suspenderles a todos en Historia.
Lo lógico es que en el camino de la destrucción de España como tierra de encuentro, como nación y como Estado que durante quinientos años ha integrado culturas, lenguas y dialectos en un proyecto común, la negación del español sea pieza esencial para lograrlo. Sin idioma común no habrá país común, será más fácil reivindicar y lograr las rupturas independentistas.
La ruta buscada es única. Lograr que haya 17 lenguas, idiomas o dialectos para 17 estados, ya sean federados o independientes.
Desaparecido el español del lenguaje político y puestas en igualdad de condición democrática el castellano, el catalán, el gallego y el vasco, era cuestión de tiempo que en cada autonomía apareciese la necesidad de dotarse de una lengua o idioma oficial que ayudase a sus políticos a defender la diferencia respecto al resto.
Ya tenemos el reino de taifas de los 17 miniestados en los que algunos ignorantes quieren convertir España
Cada cita electoral, cada legislatura autonómica, cada estatuto es un paso más en una carrera sin meta a la vista. Ya tenemos el reino de taifas de los 17 miniestados en los que algunos ignorantes quieren convertir España, una fragmentación que nos convertirá a todos en más débiles y más pobres respecto al resto de países.
Sumemos a los cuatro anteriores el bable asturiano, la fabla aragonesa, el castuero extremeño, el panocho murciano, la llingua de León, el guanche canario y su medio origen bereber, el cantabrú o mantañés, las mezclas de La Rioja, el aranés, el jaqués y, por supuesto, el andaluz con sus distintas variantes y acentos. Hasta el ladino que se llevó desde España en la obligada emigración de los judíos hacia el norte de África y hoy en Israel.
Tendremos un gran mosaico del regreso a los siglos XIV y XV, e incluso a antes de la llegada de los romanos y el latín, origen de todas las variantes posibles salvo la del euskera, que tiene claramente otro origen.
Si esa es nuestra apuesta como país, lograr que el español como lengua común de España desaparezca e insistir en que tan sólo es el castellano elevado a idioma total por la imposición del centralismo, ¿cómo vamos a plantar cara a nivel internacional?, ¿cómo vamos a defender una identidad propia, que tenemos desde hace quinientos años, ante el inglés, el chino o el árabe?
Les convendría (nos convendría a todos) colocar delante de sus ojos lo que en la primavera de 1961 escribió el historiador Américo Castro sobre su visión de España. Hoy merece mucho la pena que las derechas y las izquierdas, los unionistas y los separatistas, lo lean, lo piensen y lo asuman:
“Al decir español pienso en un plano de coexistencia para quienes se sentían más próximos entre sí que junto a ningún otro pueblo, primero en la Peninsula Ibérica, y más tarde fuera de ella. Comenzaron a llamarse españoles después del siglo XII, pues antes sus nombres étnicos fueron castellanos, aragoneses, leoneses, navarros, catalanes…”.
Defender la democracia y todo lo que representa en este inicio del siglo XXI es justamente lo contrario de lo que hacen
Para acentuar la importancia que da a la historia forjada en común y la importancia del idioma como pegamento que respetase las diferencias, pero impidiese la ruptura y la fragmentación, Castro añade: “La lengua común para todos ellos, cuando se reunían unos con otros, fue el castellano. La religión y el sentimiento de adhesión a la corona los mantuvo unidos en un vértice en que todos coincidían, no obstante, sus diferencias. “.
Habla de la religión y la corona como dos sentimientos capaces de ayudar a entenderse entre todos los habitantes de la antigua Hispania de los romanos: “El nombre español y la coincidencia de estar conviviendo como españoles fueron adquiriendo más profundo sentido a medida que las grandes empresas del Imperio y el esplendor de su civilización iban dorando al español de una dimensión internacional”.
Defender la democracia y todo lo que representa en este inicio del siglo XXI es justamente lo contrario de lo que hacen todos los representantes políticos que se obsesionan por promover la diferencia entre españoles. Una diferencia que se transforma en desigualdad y que expulsa la solidaridad para dar la bienvenida al egoísmo.
Entre otros muchos ejemplos, Américo Castro pone el de España y Portugal en América. Mientras nuestro país veía como el antiguo Imperio se descomponía en más de diez repúblicas, Brasil se mantuvo como un único estado. En Portugal reinaba Pedro de Braganza. En España se descomponía la dinastía de los Austrias.
*** Raúl Heras es periodista.