Lo único que me ha quedado de los discursos de los candidatos es el calificativo a la vivienda que ponía Julia Madrazo: «vivienda asequible». Se agradece este detalle de delicadeza en una campaña torva, de ceños fruncidos, de echar la culpa al otro para que al final vengan los saboteadores. Tanto se estiran las agresiones que las dejamos a un paso de la campaña delincuente. Luego, la gente no va a votar.
Al Cid le persiguen las batallas después de muerto. No sé si ha sido porque coincidía con la campaña electoral, que a falta de tratar los problemas de verdad tienen que recurrir a la espada del Cid. La cuestión es que una Administración de un signo político, que posiblemente deseaba esa espada, le reprocha a la que la ha conseguido, del otro signo, que es falsa, que le han engañado después de pagar una millonada.
Me la voy a jugar, después de dejar claro que no entiendo nada de espadas: a mí me parece que no puede ser esa la espada del Cid, porque se parece demasiado a la que alguien de Hollywood le pondría en la mano al personaje -¡a ver si va a ser la de Charlton Heston!-. Además, está demasiado nueva, sin melladura alguna, para haber sido tan utilizada por nuestro héroe. Y digo nuestro, no se confundan, porque mucho de vasco tenía que tener; su villa de nacimiento está ahí mismo, en la muga con Burgos. Lo más probable es que la espada la perdiera Babieca (a alguien hay que echarle la culpa) cuando montaron sobre su lomo a su amo ya muerto para lo que creímos iba a ser su última batalla.
La campaña electoral no ha dado mucho más de sí. A mí lo que más me ha gustado ha sido lo de la espada, ya que apenas ha entrado en ella la historia de los doblones de Carlos III extraídos de las entrañas del mar por esos modernos piratas estadounidenses que se los han llevado. Ha estado, por un lado, la campaña normal, la que recurre a la espada del Cid y a alguna cosita más de la que se arrepiente su impulsor, y la anormal, de la que luego hablaremos. En la campaña normal los portavoces han puesto bastante de su parte para desanimarnos, de ahí la cada vez mayor abstención.
El que no es un forofo de partido lo tiene difícil para ser clemente con ellos. Por eso me temo que se acabe votando a aquel candidato que dé muestras de complicarnos la existencia lo menos posible, al que menos promesas de arreglarnos el futuro nos dé, al que nos deje tal como estamos, que no es poco. Y va a pasar de ahora en adelante que serán los osados los que pierdan las elecciones. Esto no es la República francesa. Doy fe de que no. Las empresas de marketing electoral son las que mandan y dan a los candidatos cursos acelerados de promesas exageradas y malas formas.
Luego está la campaña anormal, que se suma a la normal, que bastante nos ha desanimado. Me refiero a la realizada con verdadero entusiasmo, la que se lleva más minutaje en los medios audiovisuales, la de la Euskal Herria que no se rinde, la de los saboteadores, que ha ido in crescendo hasta llegar a un artefacto explosivo junto al coche de Josean Elola. Inmediatamente fui al libro de Mario Onaindia La Construcción de la Nación Española, a leer la dedicatoria que le hiciera a su hermano Patxi y, de paso, algún párrafo que me insuflara el valor patriótico que ya no tengo.
Tengo que confesar que lo único que me ha quedado de los discursos de los candidatos es el calificativo a la vivienda que ponía la delicada Julia Madrazo. Siempre que se refería a esta cuestión decía «vivienda asequible», algo que nada tiene que ver con la realidad vasca de sufrir los pisos más caros de España. Pero se agradece este detalle mínimo de delicadeza. «Asequible», qué bonito en una campaña torva, de ceños fruncidos, de echar la culpa al otro para favorecer, finalmente, que vengan los saboteadores, porque los que hacen la campaña normal la han dejado en la antesala de la anormal. Hasta tanto se estiran las agresiones que las dejamos a un paso de la campaña delincuente. Luego, la gente no va a votar.
Y es que hasta que el día de las elecciones no sea un día de fiesta democrática, sin tensiones ni dramatismos que nos recuerden nuestro pasado trágico, no va ser un día para felicitarnos. Hasta que no haya la elegancia que he visto en algún candidato de fuera, que además ha ganado, esto no va a funcionar y vamos facilitarles mucho su estrategia a los saboteadores. Parece que nos jugamos el juicio final en ellas cuando quienes se lo juegan son los candidatos, aunque todos -salvo raras y honrosas excepciones; pero éstos ya no volverán de candidatos- digan la noche de autos que han ganado.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 30/5/2007