Gaizka Fernandez Soldevilla-El Correo

El círculo se cerraba. La historia criminal de ETA terminó como había comenzado: con el asesinato de un agente de la ley en un encuentro fortuito. Su primera víctima mortal había sido el guardia civil José Antonio Pardines el 7 de junio de 1968. La última fue el brigadier de la Police Nationale Jean-Serge Nérin, al que arrebataron la vida hace ya una década.

Según Florencio Domínguez, desde 2000 a 2011 las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE) arrestaron a 1.415 presuntos miembros o colaboradores de ETA, a los que se incautaron 1.545 armas de fuego, 811 granadas y 23.881 kilogramos de explosivo. La organización quedó débil, desorientada y sin líderes experimentados. Su letalidad entró en un imparable declive. Además, la Ley de Partidos dejó fuera de las instituciones a su brazo político, decisión que fue ratificada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, lo que comprometía su supervivencia.

ETA había perdido sus apoyos internacionales, su ‘santuario’, a sus comandos, a sus cabecillas y su moral de resistencia. Por añadidura, su anteriormente servil entorno civil estaba dejando de serlo. Si bien la banda seguía apostando por el terrorismo, el sector mayoritario de la izquierda abertzale deseaba volver a la arena pública. Y la condición sine qua non era el fin de la violencia. En 2009 se inició una sorda lucha por el poder interno en el ultranacionalismo.

En enero de 2010, ETA intentó paralizar el debate sobre su continuidad con un atentado en las torres Kio de Madrid, pero fue frustrado por la Guardia Civil. Tras aquel fiasco, los terroristas entraron en un ‘parón técnico’ que al año siguiente se convertiría en definitivo. Sin embargo, antes de anunciar el «cese definitivo de su actividad armada», la organización volvió a matar.

El 16 de marzo de 2010 una decena de terroristas robaron varios vehículos de lujo en un concesionario de Dammarie-les-Lys. La Police Nationale recibió el aviso, aunque no se sabía que era un comando de ETA. Una patrulla compuesta por tres agentes y un brigadier interceptó uno de esos BMW en Villiers en Bière, una localidad a unos 50 kilómetros al sur de París. Ahora bien, los policías no habían detectado los otros automóviles, que no tardaron en aparecer. Superándoles en número, los etarras abrieron fuego contra los agentes y mataron al brigadier Jean-Serge Nérin. Luego huyeron de allí. En un comunicado, la banda responsabilizó a los policías franceses de haber iniciado el tiroteo. Una vez más los terroristas pretendían transferir la culpa a la propia víctima.

Jean-Serge Nérin había nacido en Cayenne (Guayana) en 1958. Estaba casado y tenía cuatro hijos. Le quedaban solo dos años para jubilarse. Fue enterrado en su región de origen, adonde se trasladó su viuda. Floryan Nérin, uno de los hijos, contó a EL CORREO que lo había hecho «para estar a su lado. Todos los días va al cementerio».

El 5 de septiembre de 2010 ETA decretó un alto el fuego, pero el anuncio había llegado tarde para Nérin. En diciembre de 2017, durante el juicio de apelación contra los cuatro acusados de haber participado en el asesinato, una de ellas, Izaskun Lesaka, leyó un comunicado en nombre de la organización terrorista: «Queremos manifestar públicamente que lamentamos sinceramente aquella muerte, y queremos mostrar nuestro pésame a sus familiares. Lo hacemos con todo respeto, pues sabemos que no existen palabras que apacigüen ese dolor».

Cuando el periodista de EL CORREO Fernando Iturribarría preguntó a Floryan Nérin si aceptaba la petición de perdón de ETA, declaró que «no, no lo acepto. Porque una parte de nosotros se ha ido con nuestro padre. Intentamos sobrevivir, pero es muy duro soportar ese peso todos los días y no es fácil sostenerse. Llega muy tarde». Más adelante añadía que «quitar la vida a alguien no es un ‘daño colateral’. Detrás de una vida hay personas. Mi padre era muy querido y apreciado como policía y como persona por sus jefes, colegas, amigos y familia. Una vida no es un ‘daño colateral’ y cuando se pierde es irreversible». Jean-Serge Nérin había sido la última víctima mortal de la banda, pero «que sea la última, la primera o la 50ª no cambia nada. Evidentemente, habría preferido que depusieran las armas mucho antes. Mejor que no las hubieran cogido y que todo pasara pacíficamente».

En marzo de 2010, ETA ya era consciente de su derrota operativa. El robo de los coches no era más que un intento desesperado de maquillarla de cara a su público afín. Como todos sus empeños, acabó en una tragedia inútil. Los terroristas podrían haber evitado ese asesinato, al igual que todos los anteriores. No quisieron. ETA es la única responsable de sus más de 850 víctimas mortales y casi 2.600 heridos. Ese es su legado.