La undécima plaga

ABC 29/05/14
IGNACIO CAMACHO

· El mantra de la catarsis ha cuajado; el retroceso bipartidista ha sido celebrado como la caída del último tabú de la política

UN fantasma recorre España: el fantasma del bipartidismo, y todas las fuerzas de la vieja nación se han unido en santa cruzada para acosarlo, que diría Engels. El resultado de las elecciones europeas ha sido celebrado como si hubiese caído el último tabú de la política. Gran parte de la sociedad ha interiorizado la idea de que la hegemonía histórica de las dos grandes fuerzas de la Transición se ha convertido en la principal amenaza del sistema democrático. Se habla del bipartidismo, incluso de la partitocracia, como si en vez del soporte de la estabilidad fuese la undécima plaga de Egipto. El mantra de la catarsis ha cuajado: millones de ciudadanos piensan que para regenerar la vida pública hay que destruir como primera providencia la estructura bipolar del régimen parlamentario.

La debelación del bipartidismo aparece de golpe como una necesidad purificadora, una exigencia de higiene nacional fruto del hartazgo por la corrupción y los vicios de endogamia de una nomenclatura mediocre. El concepto triunfante de

la casta iguala al PSOE y al PP como víctimas de un visceral repudio antipolítico que tratan de aprovechar minorías terceristas y populismos demagógicos para prender fuego a una hoguera de fobias sociales acumuladas como rastrojos de agosto. Un furor destructivo se ha apoderado de muchos sectores de la población que, inflamados de desencanto y cólera, quieren arrasar los cimientos sobre los que se asienta el poder. La vehemencia de este arrebato transversal, que trasciende clases e ideologías, ha provocado una excitación exterminadora propia de los fines de ciclos históricos. Se trata de una fiebre pasional que salta sobre cualquier criterio objetivo. El argumento de la ingobernabilidad, la clave de bóveda sobre la que los constituyentes diseñaron un sistema electoral de proporcionalidad mayoritaria, ya no resiste el impulso emocional de este radical regeneracionismo: la gente está tan cabreada que prefiere una situación inestable a un mal gobierno.

Esta es la clase de situaciones sobre la que, como ocurrió en la Italia de la tangentópoli y como está a punto de suceder en Francia, se alzan los proyectos oportunistas y los liderazgos demiúrgicos. De momento en España lo que se está produciendo es una relativa atomización que apunta hacia coaliciones fragmentarias. El denostado bipartidismo, chivo expiatorio del fracaso institucional, es duro de pelar y está protegido por un mecanismo de autodefensa que se llama Ley D´Hont; con ella vigente la mayor convulsión posible sería la sustitución de los dos partidos cardinales por otros dos alternativos. Pero esta excitación catártica puede desembocar en un proceso imprevisible si los agentes políticos primordiales permanecen en su autismo inmóvil, presos del síndrome de catalepsia. Todas las grandes tormentas de la Historia empezaron con un chubasco del que alguien dijo que no calaba.