JAIME MAYOR OREJA – ABC – 26/06/15
· La gravedad reside en que puede desaparecer una opción, un partido, como referencia de una parte de la sociedad española, tras las elecciones generales, lo que impulsaría la radicalidad del frente. Más vale tarde que nunca. Lo más urgente es que seamos capaces de recuperar la verdad de lo que ha sucedido y está sucediendo en España en estos momentos.
Nada de lo que sucede hoy en la política española es casual. Y tampoco es fruto de una decisión improvisada radical o extremista del Partido Socialista Obrero Español. El origen del «Frente Popular», populista y nacionalista, que se acaba de municipalizar en España es la primera consecuencia lógica y previsible del desarrollo de un proceso, de un mal llamado «proceso de paz». En el fondo del mismo, se adivinaba la puesta en marcha de un proyecto de la izquierda española al que parecía haber renunciado, pero al que se abrazaban impulsados por su debilidad propia.
La ejecución material de este proceso, esto es, de un proyecto de una izquierda irredenta, arrancó con Rodríguez Zapatero, tras la primera gran tragedia de España en la democracia reinstaurada, esto es, el 11 de marzo de 2004. Rodríguez Zapatero encontró en un proceso de negociación con ETA, esto es, no solo un grupo terrorista, sino la expresión de un proyecto de ruptura de España, el elemento esencial de una segunda transición. Era la mejor manera de expresar de manera inequívoca «el vista a la izquierda» en la política española, utilizando un símil militar, que nos alejara de la transición. Rodríguez Zapatero se abrazaba, se comprometía con la ruta que los nacionalistas vascos y catalanes habían solemnizado con ETA, en Estella y Perpiñán.
Años más tarde, dos legislaturas después, la crisis que sin duda estaba larvada se manifestó, y se manifestó dramáticamente, en los bolsillos de los españoles, y aquel gobierno sucumbió ante la dimensión de la faz económica y material de la misma. Cambió el Gobierno, pero el proceso iniciado, el «vista a la izquierda», continuó, pervivió, incluso se expandió por su propia naturaleza, ya que no se puso encima de la mesa ningún otro proyecto político diferente. Todo se limitó a la apreciable, plausible y necesaria gestión económica de la crisis. Era el precio político de la paz.
En este mal llamado «proceso de paz», ETA abandonaba la vanguardia del movimiento nacionalista, pero se daban ya todas las condiciones para que el testigo del relevo fuese recogido por otra pieza del movimiento nacionalista: el presidente Mas y el nacionalismo catalán. De esta manera, fueron llegando una escalada de provocaciones, un simulacro de un referéndum el pasado 9 de noviembre, y por fin confirmando el contagio de la ruptura, el anuncio de unas elecciones plebiscitarias para Cataluña, convocadas para el 27 de septiembre.
Primero se trata de municipalizar el frente y la autodeterminación, y luego se plebiscita. Mientras tanto, el nacionalismo vasco en la retaguardia, a rebufo, pero sin alejarse de los otros nacionalistas, se prepara, trata de avanzar pactando en Navarra un salto histórico.
Pero este «vista a la izquierda» no solo se manifiesta a través de las transformaciones de la vanguardia del movimiento nacionalista, sino que lógicamente tiene su consecuencia y manifestación en el conjunto de España, en el ámbito de las alianzas y de los valores. Un proceso en la dirección de la autodeterminación tiene que ir acompañado paralelamente por la configuración de un frente popular, populista y nacionalista.
Lo único que ha tenido que producirse es una ocasión propicia para que este frente instalado en el punto más débil de España, la nación, se hiciera presente, y esta ha sido la elección local y municipal del pasado 24 de mayo. No es posible encontrar un instrumento más fácil para poner en marcha un frente de estas características que unas elecciones locales y municipales como nos lo ha enseñado nuestra reciente historia en el arranque de la Segunda República. La razón es obvia: la atracción para desalojar desde la izquierda y el nacionalismo a la derecha en una elección local es irresistible e insuperable. Pero sin ser una elección para el gobierno de España, sin embargo, entrelaza alianzas dinámicas, que son duraderas y que no cambian de la noche a la mañana.
El frente popular, que por todo ello se va diseñando paralelamente con este proceso, tiene un núcleo duro y una periferia. El núcleo duro, Partido Socialista y Podemos; la periferia está constituida por el conjunto de las fuerzas nacionalistas. Fuera del frente surge una nueva opción política, Ciudadanos, con la que ellos sí que pueden pactar, a diferencia del PP, porque entre otras consideraciones saben que esta nueva opción sueña con reemplazar y sustituir al Partido Popular.
Del pacto de Estella al de Perpiñán, del de Perpiñán a Madrid y al Frente Popular, y por último, de Madrid a Navarra, viene a significar el Iter del proceso hasta la fecha. Todos sabemos que el «frente popular», nacido como consecuencia del proyecto de una izquierda, incapaz de ganar en solitario, y del mal llamado «proceso de paz» impulsado por el PSOE y ETA acabará como el rosario de la aurora, pero se mantendrá mientras tenga el objetivo y la argamasa del desplazamiento del Partido Popular del gobierno. Todos sabemos que por su propia naturaleza, en todos los frentes, mandan los más radicales sobre los más moderados, pero probablemente muchos no quieren escuchar la verdad, les molesta la verdad, y quieren escuchar lo que más les conviene a ellos.
Si tuviéramos alguna duda sobre lo que estamos viviendo, esto es, la asociación de un proceso y de un frente, acabamos de conocer la posibilidad de que Arnaldo Otegui pueda ser el candidato a la Lehendakaritza en las próximas elecciones vascas, una vez que al recobrar la libertad vuelva en olor de multitud, y las declaraciones de Podemos contra la política de la dispersión para favorecer el eje radical ETA-Podemos, dentro del referido Frente.
Por todo ello, el Partido Popular no tiene un problema de comunicación, de marketing. Lo que sucede en la sociedad española es que hay un problema de falta de diagnóstico, de déficit de comprensión de la naturaleza del adversario que tenemos delante de nosotros, y que nos ha conducido a un déficit de proyecto político propio, de valores y de convicciones propias. No pensemos tanto en cómo podemos cambiar al Partido Socialista, porque ya no lo podemos hacer, sino en cómo cambiar nosotros. La gravedad no solo radica en el hecho de que por una falta de mayoría se pueda instalar un frente de la naturaleza que he descrito. La gravedad reside en que puede desaparecer una opción, un partido, como referencia de una parte de la sociedad española, tras las elecciones generales, lo que impulsaría la radicalidad del frente.
Más vale tarde que nunca. Lo más urgente es que seamos capaces de recuperar la verdad de lo que ha sucedido y está sucediendo en España en estos momentos.
JAIME MAYOR OREJA ES PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN VALORES Y SOCIEDAD