TONIA ETXARRI, EL CORREO 09/12/13
· La izquierda abertzale pretende que los ciudadanos olviden quiénes fueron los «afrikáners» que practicaron la limpieza ideológica.
Mucha gente en Euskadi sueña con un Otegi lehendakari, como ocurrió con Mandela». La frase, pronunciada ayer por el presidente de Sortu vino a ser el colofón del homenaje que había pretendido hacer, cuarenta y ocho horas antes, un presunto etarra juzgado en París, cuando pidió al tribunal un minuto de silencio por el presidente sudafricano. El fiscal replicó. Le chocaba escuchar a los acusados, inculpados por extorsión terrorista en países democráticos, cualquier declaración que trate de apropiarse de una «personalidad humanitaria».
Eso es lo que está ocurriendo en las últimas horas. Que el intento de lavar la imagen de una trayectoria terrorista como la de ETA, justificada por la izquierda abertzale instalada hoy en las instituciones democráticas, está intentando traspasar todas las fronteras imaginables hasta llegar a Sudáfrica, aprovechando el fallecimiento de Nelson Mandela, para usurpar la memoria de un hombre que, a pesar de su paréntesis de justificación de una violencia de respuesta a una dictadura que explotaba y mataba a los diferentes, promocionó, por encima de todo, la política pacífica y de reconciliación en una sociedad democrática como llegó a ser Sudáfrica en cuanto él llegó a ser presidente.
Entre los millones de testimonios que asoman por la multitud de homenajes que están teniendo lugar por todo el planeta, no hay un solo reproche, una queja, un pero o un borrón en el balance de la historia del líder negro que derrotó el apartheid. Su currículum, sin embargo, presenta luces y sombras, como él mismo le reconocía, irónicamente, a Tony Blair en una de sus entrevistas: «teniendo en cuenta que estoy en paro, jubilado y con un pasado gris, tiene mérito al recibirme».
Su pasado gris. Se referiría, seguramente, a su etapa como líder del brazo armado del Congreso Nacional Africano, de cuya trayectoria salpicada de atentados no podía sentirse orgulloso. Una etapa que justificó como respuesta al régimen del apartheid, desde la cárcel, en donde tras 27 años de reclusión experimentó tal capacidad de evolución que le facilitó la excarcelación y poder ser elegido presidente en las primeras elecciones democráticas. Ese pasado gris que le llevó a pronosticar a la primer ministro Margaret Tatcher, siete años antes de su elección, que el «Congreso Nacional Africano es una típica organización terrorista; cualquiera que piense que ellos pueden gobernar Sudáfrica, vive en una fantasía». La presidenta británica erró en su pronóstico.
El nombre de Nelson Mandela se mantuvo en la lista americana de personalidades conectadas con el terrorismo muchos años después. Pero el líder de ese pasado gris, consciente de que la violencia hay que desterrarla de cualquier acción política y, con mayor razón, en una sociedad democrática, hizo de la reconciliación la tarjeta de visita que le ha granjeado la amistad y el reconocimiento de los políticos de orientación más diversa.
En El CORREO, el presidente Mariano Rajoy destacaba de Mandela su búsqueda de la concordia frente a una natural tentación de revancha. Patxi López, su empeño en trabajar por una sociedad de la que toda la humanidad se sienta orgullosa. Y el lehendakari Iñigo Urkullu, su ejemplo que nos guía hacia un nuevo futuro «asentado en la memoria y la verdad como base de convivencia».
Es, precisamente, en la memoria y la verdad donde se deben asentar las bases de una convivencia de una sociedad que ha sufrido las consecuencias de la violencia. En Sudáfrica, la comisión correspondiente, encabezada por el obispo Desmond Tutu cuyo lema fue «sin perdón no hay futuro pero sin confesión no puede haber perdón», tuvo sus defensores y detractores.
En Euskadi, donde la izquierda abertzale pretende deconstruir la historia del horror provocado por el terrorismo de ETA para que la gente se olvide de quienes han sido aquí los «afrikáners» que practicaron la limpieza étnica cuando asesinaron a 838 ciudadanos, la batalla de la memoria no ha hecho más que empezar. Nadie se merece más «justicia restaurativa» que los familiares de esos 349 asesinados sin autor condenado. Esos casos sin resolver que han quedado en el limbo de la historia esperando que los jueces más comprometidos los rescate del olvido.
Pero se equivocarían quienes piensan que, desde la izquierda abertzale se puede instrumentalizar el legado del mítico Mandela practicando una comparación entre los terroristas que siguen mostrándose orgullosos de su trayectoria y el expresidente sudafricano por el hecho de que ETA haya dejado de matar. En estos dos últimos años el Parlamento vasco ha tenido ponencias de víctimas del terrorismo y de motivación política sin lograr un consenso entre todos los partidos. La ponencia de paz seguirá estancada mientras EH Bildu se niegue a deslegitimar la violencia. En Euskadi el relato sigue al revés. El PNV quiere llamar la atención al PP, PSE y UPyD, que se muestran exigentes con la izquierda abertzale en vez de señalar a éstos como el freno del debate. Los partidos que defienden a las víctimas del terrorismo son acusados de ser «contrarios a la paz» y lindezas similares.
En Euskadi hay muchas víctimas del terrorismo dispuestas a ser Mandela porque tienen la misma altura moral que el gigante africano. Dispuestas al perdón. Pero nadie puede pretender lo inverosímil. Ni cambiar la historia. Que los verdugos perdonen a las víctimas, por ejemplo. Para honrar la memoria de Madiba, quienes sembraron las calles de terror, en democracia, tendrían que empezar por reconocer el dolor causado por su fanatismo en lograr el apartheid de los diferentes.
TONIA ETXARRI, EL CORREO 09/12/13