DAVID JIMÉNEZ – EL MUNDO – 06/03/16
· Algo se ha gangrenado en una sociedad donde víctimas y verdugos se cruzan por la calle y son los primeros los que tienen que bajar la cabeza. Donde los cobardes pueden presentarse como héroes y los héroes son señalados como traidores. Donde el inocente tiene que comprobar los bajos de su coche y vecinos que vieron poner la bomba prefieren mirar a otro lado antes que alertarle, por complicidad o miedo. Esa es la sociedad que ETA y el mundo abertzale quisieron imponer en el País Vasco. La que lograron imponer, en ocasiones.
La coacción y el pensamiento único todavía dominan la vida diaria en muchos pueblos vascos, pero la situación es hoy infinitamente mejor que hace algunos años, aunque sólo sea porque ya no hay que mirar bajo el coche. ETA ha sido derrotada, pero la idea que la banda utilizó como coartada para matar a 857 personas perdura. Para que no muera del todo, la farsa debe continuar: los vencidos deben pasar por vencedores, los verdugos por víctimas, los pistoleros por hombres de paz y Arnaldo Otegi por una mezcla entre Mandela y William Wallace. Casi lo podemos imaginar, como el guerrero escocés interpretado por Mel Gibson en Braveheart, anunciando que estamos perdonados: «Volved a España y decidle al Rey que el País Vasco ha sido liberado».
Que Pablo Iglesias se uniera al teatro del regreso del hijo pródigo, asegurando que Otegi había estado encarcelado por sus ideas, sólo puede entenderse como un guiño electoral en una comunidad donde Podemos ha logrado implantarse con fuerza, robándole espacio a la izquierda abertzale, o por esa retorcida concepción según la cual un preso político lo es o no dependiendo de que comparta mi ideología.
Para preso político Murod Juraev, que tras cumplir nueve años de cárcel vio cómo el régimen uzbeko ampliaba su sentencia por motivos como entrar sin zapatos en los barracones o pelar incorrectamente una zanahoria. El disidente terminó cumpliendo 21 años de prisión antes de ser liberado el año pasado, sin haber renunciado a ninguno de sus principios. Un preso político es Zhu Yufu, que permanece en prisión por escribir un poema de 33 palabras que ofendió al Gobierno de Pekín y cuyo verso más subversivo decía: «¡Es la hora, pueblo chino!». Un preso político es Leopoldo López, condenado sin garantías en un proceso denunciado hasta por uno de los fiscales que lo acusó y confinado en una celda de aislamiento con el único objetivo de romper su voluntad.
Un preso político sería el propio Pablo Iglesias si, según la definición de la Enciclopedia Británica, fuera encarcelado por «acciones o creencias contrarias a las de su Gobierno», en este caso el de Mariano Rajoy. Pero el líder de Podemos está de suerte: puede despotricar todo lo que quiera contra las políticas de los dirigentes de su país, sugerir que quienes no comparten sus ambiciones políticas son parte de una malvada oligarquía destinada a explotar a los débiles, e incluso aupar a condenados por delitos de terrorismo al altar de los mártires, todo sin temer una llamada de la policía a medianoche.
Tan tolerante es este país con las ideas de todo el mundo que Otegi puede defender la independencia del País Vasco –muchos lo hacen sin pasar por la cárcel–, siempre que lo haga sin apoyar la violencia o el chantaje contra quienes no piensen como él. «Teníamos que haber dado ese paso antes», ha dicho sobre el fin de ETA en su entrevista a ETB tras salir de la cárcel. Cuenta el dirigente abertzale que durante su estancia en prisión perdió a su madre y que eso le hizo darse cuenta «de lo que supone que un buen día te llamen por teléfono y te digan que un ser muy querido para ti ha fallecido».
Es en ese súbito descubrimiento de la compasión por la vida ajena, que cuesta imaginar sincero, en el dolor que ha provocado su retraso en darse cuenta de lo que siente alguien cuando recibe una llamada anunciando que su padre ha recibido un tiro en la nuca, donde hay que buscar los motivos de su paso por prisión. No en sus ideas, sino en su incapacidad, y la de tantos como Otegi, para entender quiénes han sido los valientes y quiénes los cobardes, quiénes los héroes y quiénes los traidores, quiénes los verdugos y quiénes las víctimas del País Vasco.
DAVID JIMÉNEZ – EL MUNDO – 06/03/16