IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL

  • Quizá lo sucedido este domingo se vea más claro si fijamos la atención en la última vez que los catalanes pasaron por las urnas

Lo canónico es comparar siempre una elección con la anterior de su misma naturaleza, pero en la elección catalana del 21-D de 2017 confluyeron demasiadas circunstancias que la hicieron insólita, única e irrepetible. Por tanto, incomparable con cualquier otra, anterior o posterior.

Quizá lo sucedido este domingo se vea más claro si fijamos la atención en la última vez que los catalanes pasaron por las urnas: noviembre de 2019, elecciones generales. No solo por la proximidad temporal, sino porque el contexto (salvo la pandemia) y el mapa de partidos era mucho más parecido al actual: ya estaba Sánchez en el poder, Vox se había hecho presente, la burbuja de Ciudadanos ya había estallado. Veamos cómo no cambió tanto en un año:

En el plano político, este resultado trae más respuestas que preguntas (no siempre sucede) y ayuda a clarificar, aunque no a despejar del todo, las cuatro incógnitas mayores que teníamos en la víspera. Dos de ellas se refieren a la política catalana y las otras dos a la española.

Primera: ¿quién será el próximo ‘president’?

Los dos partidos cogobernantes en Cataluña provocaron de consuno la convocatoria para solventar de una vez esta cuestión. Había dos candidatos verosímiles (Illa nunca lo fue) y la respuesta parece clara: con una elevadísima probabilidad, Pere Aragonès ocupará el Palau de la Generalitat.

El improductivo PDeCAT regaló en la misma tacada la victoria en votos al PSC y la presidencia del Govern a ERC. Si se hubieran sumado los votos de JxCAT y del PDeCAT, la candidatura de Puigdemont habría obtenido 35 escaños, por 32 la de Aragonès y 31 la de Illa. Laura Borràs sería la presidenta indiscutible y Junqueras habría mordido el polvo. Es lo que tiene no saber frenar una escisión a tiempo.

Paradojas de la vida, esta ha sido la venganza póstuma —e inútil para sí mismo— de Artur Mas sobre Puigdemont, a quien siempre consideró un usurpador del trono. Verdaderamente, hay vidas en las que está uno para nada.

Segunda: ¿cómo será la coalición gobernante?

Teóricamente, hay tres coaliciones tripartitas posibles: la secesionista (ERC, JxCAT, CUP), la del referéndum (ERC, JxCAT, ‘comunes’) y la de la izquierda (ERC, PSC, ‘comunes’). Todas ellas dispondrían de una cómoda mayoría absoluta.

El resultado deja la opción reducida a las dos primeras. La reedición del tripartito maragalliano habría exigido una derrota concluyente de Puigdemont (como sucedió en las generales). No ha sido así. En esta votación, ERC ha ganado por un pelo la primacía entre los nacionalistas, pero se ha quedado muy lejos de alcanzar la soñada supremacía.

Con solo 35.000 votos de diferencia sobre JxCAT y con la CUP en ascenso, es inconcebible que ERC se atreva a enviar a sus dos socios independentistas a la oposición para sustituirlos por dos fuerzas no independentistas. Sería tanto como renunciar expresamente a la independencia como proyecto político, y tendría un coste inasumible para Junqueras, que pasaría a ser el nuevo ‘botifler’. Además, no lo necesita para lo que le interesa, que es mantener a Sánchez maniatado mientras él progresa en su plan de independencia a plazos.

En la noche electoral, Borràs pareció reclamar una reedición de la actual mayoría independentista y Aragonès abrió la puerta a subir al carro a los ‘comunes’ (Iglesias lleva semanas tratando de ablandar a Puigdemont para que acepte esa fórmula). Todas las tensiones de las próximas semanas girarán en torno a ese eje.

Tercera: ¿qué pasará en la derecha española?

Es absurdo ignorar el impacto de esta elección sobre el ecosistema político español, singularmente en el campo de la derecha. Como ha escrito Rubén Amón, dan ganas de pedir la dimisión de Rajoy y Rivera, auténticos artífices de la debacle de sus partidos —aunque sus sucesores también han contribuido—.

El centro derecha está en almoneda. Por un lado, cada vez se aleja más la posibilidad de construir una alternativa de poder sin la presencia imprescindible de Vox (a este ritmo, no solo será pieza necesaria sino protagonista, que es la apuesta monclovita). “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio / Contigo, porque me matas / Sin ti, porque yo me muero”, podría cantar Casado a Abascal.

Al líder del PP le huele la cabeza a pólvora. Uno diría que su problema más acuciante no es ya montar un plan ganador para 2023 (lo que está muy lejos de haber conseguido en estos dos años), sino llegar a las próximas generales como candidato de su partido. El PP es hoy un océano de dudas: crisis de estrategia más crisis de liderazgo con unas gotas de corrupción heredada forman un cóctel explosivo.

El problema de Ciudadanos no es —al menos, inmediatamente— de liderazgo, sino existencial. Tras autoliquidarse en su territorio fundacional, la pregunta inevitable es si ese partido tiene aún un futuro autónomo en la política española que no desemboque en una ‘fusión fría’ con el PP o en la simple extinción. La sombra de UPyD es alargada.

Cuarta: ¿Sánchez se fortalece o se debilita?

Si Redondo hubiera escrito en un papel el resultado ideal para los intereses de su jefe, sería muy parecido a este. Sánchez, como suele hacer, jugó a la ruleta rusa en estas elecciones y, pescando en aguas revueltas, consiguió un cuantioso botín.

Aparentemente, todo le salió bien. Su candidato fue el más votado, pero sin riesgo alguno de ser presidente. Los socios de ERC quedaron satisfechos por salvar ‘in extremis’ la presidencia de la Generalitat. Iglesias no salió revolcado, pero tampoco tiene mucho de lo que presumir. El PP se llenó de ruido para una larga temporada. Arrimadas quedó prendida con alfileres. Y su aliado de referencia en la derecha, Vox, progresa adecuadamente. Todo ello por los pelos: los 35.000 votos que separaron a JxCAt de ERC gracias a la venganza de Mas separaron el bingo monclovita de un escenario endiablado. Pero los triunfos que más se saborean son los que vienen así, de penalti injusto en el último minuto.

Por lo demás, la jornada electoral resultó más tranquila y ordenada de lo que podría haber sido. Faltaron 1.500.000 a la cita, pero con eso ya se contaba. Solo falta que dentro de dos semanas la crónica de contagios no nos dé un disgusto.