La verdad de las mentiras

Ignacio Camacho-ABC

  • Ante los militantes inquietos aflora el relato sincero: que es el poder lo que está en juego y que mucho cuidado con eso

Al final van a acabar siendo sinceros, aunque sólo en voz baja, por imperativo de la realidad. Hay que escuchar a Ábalos, el capataz del aparato, un político de brocha gorda que sabe que en las Casas del Pueblo, cuando la gente pregunta «cómo habéis hecho esto», no vale el guion de la factoría de relatos de La Moncloa. Eso de la agenda del reencuentro y demás cursiladas no se lo cree nadie por mucho que lo trompetee en los medios adictos la brigada turiferaria del sanchismo. Así que toca llamar a filas prietas y decir la verdad, o parte al menos, para frenar la crecida del descontento. Y entonces suenan, como ayer en Mérida, los argumentos auténticos: que las

críticas a los indultos son armas para el adversario, que el jefe siempre tiene razón en virtud del Artículo Primero y que cuando no la tenga da igual porque hay que obedecerlo. O sea, que aunque el asunto no guste, cómo va a gustar, no queda más remedio que tragárselo en silencio. Que ni concordia ni zarandajas: es el poder lo que está en juego y mucho cuidado con eso. Nos vamos entendiendo.

Los tipos como Ábalos, un perfil que todos los partidos necesitan para mantener la cohesión interna, no gastan pico de oro ni se andan con perífrasis, eufemismos o circunloquios. Su tono es directo, primordial, sin adornos; van al grano y se sienten incómodos en las ambigüedades propias del estilo retórico. Hablan ante los suyos con el áspero lenguaje de la calle. Cuestión de carácter. En cierta forma son el envés de Sánchez, que tiene varias decenas de asesores encargados de envolver sus patrañas en un celofán de significantes posmodernos, imposturas gestuales y demás andamiaje de pretensiones elegantes. De manera que cuando el número dos del PSOE afirma, por ejemplo, que «hay que desempedrar el camino» del diálogo con los independentistas resulta fácil identificar una advertencia nítida: el Tribunal de Cuentas estorba con su reclamación de cantidades malversadas y es menester sacárselo de encima. Y si dice que «lo que molesta a la derecha no son los indultos sino que gobernemos nosotros» está mencionando a su modo la genuina cuestión de fondo: que la continuidad del mandato, o sea, del negocio, exige el pago de ese precio a todas luces enojoso. Lo sabe él, lo sabe el que lo envía, lo saben quienes lo escuchan, lo sabemos todos.

Casi se agradece esa franqueza, ese prosaico pragmatismo con el que trata de vencer los escrúpulos de una parroquia inquieta por temor a las consecuencias (electorales) de una medida tan polémica. Mejor así: la evidencia cruda, material, directa, sin frases alambicadas ni milongas noveleras que no satisfacen a la grey socialista extremeña, andaluza o manchega. Las cosas claras y el chocolate espeso. Espeso, viscoso y oscuro, casi negro como el horizonte al que el presidente conduce al país entero con tal de aguantar en su puesto un poco más de tiempo.