La verdad de lo que pasa

EL MUNDO 13/06/13
ARCADI ESPADA

Observo una alegría libérrima en torno al cierre de la televisión pública griega. Es sorprendente. Creo que solo deberían alegrarse las mamachichos. No creo que la televisión esté al margen del grotesco despilfarro griego, descrito por Michael Lewis en Boomerang. Pero lo inquietante es que se trata de una alegría conceptual. Una nube tóxica de suspiros querría que el ejemplo fuera seguido en España. O sea que es el momento idóneo de reivindicar, no solo la continuidad de la vinculación entre las noticias y lo público, sino su extensión a otros medios de comunicación. Hablo, como es lógico, de la información y no de las variedades. Y hablo de un mundo donde la información, es decir, la verdad sobre lo que pasa está a punto de morir de éxito. Es el Estado, a través de los gobiernos sucesivos, el que organiza innumerables aspectos de la convivencia democrática, empezando por el seminal, que es el del voto y sus ceremonias, incluso contables. No veo ningún motivo para que el Estado, que no es un mero negocio de funcionarios o políticos, renuncie a la gestión de la información.

«La principal amenaza a la democracia moderna viene del debilitamiento del periodismo»

El reproche clásico a este punto de vista es bien sabido: la posibilidad de que los políticos controlen la verdad. Es un reproche que pertenece a un mundo analógico y anacrónico, rebosante de distopías más o menos orwellianas. Es evidente que una dictadura controlará la información como una dictadura y una democracia lo hará como una democracia. Pero al margen de la evidencia hay un asunto más profundo: la principal amenaza a la democracia moderna no viene del Islam, de China o del cambio climático. Viene del debilitamiento del periodismo. El modo contemporáneo de control político de la verdad no es ya su monopolio; es, simplemente, su disolución enmedio del ruido.
Esta reivindicación de la información pública no atenta contra el negocio de la información. Cabe decir que por una razón desgraciada. Salvadas las contadas excepciones que se consideren oportunas, el negocio de la información ha dejado de existir para convertirse en el negocio de la opinión. De tal modo que al margen de los ciudadanos, globalmente considerados, han de ser estos negocios los primeros interesados en la supervivencia de la información. Más que nada para tener algo de que hablar.