Luis Ventoso-ABC

  • Jamás verán a esos artistas apoyando la pervivencia de su país

Pablo Rivadulla Duró es un señor de 32 años, hijo de una pudiente familia de Lérida (su padre posee una próspera empresa de saneamiento y fue presidente del club de fútbol local). El nombre artístico de Rivadulla es Pablo Hasél. Su audiencia real es ínfima, pero en teoría vive del rap. He hecho el esfuerzo profesional de escucharlo y no es exactamente Kendrick Lamar. Es muy malo. ¿Ideología? Modernísima: el comunismo, llegando a glorificar en sus vídeos al genocida Stalin. Consciente de su liviano talento, Rivadulla ha buscado eco con la provocación. Algunos ejemplos, necesarios para situarnos: «Menti-roso, te mereces un tiro y un navajazo en el abdomen» (dedicado a Ángel Ros, alcalde de Lérida por el PSC); «¡qué alguien le clave un piolet en la cabeza a José Bono!», «el mafioso de mierda del Rey», «siempre habrá algún indigente despierto que quiera matar a Aznar», «merece que explote el coche de Patxi López». Nada más facilón que escupir cataratas de insultos. Pero llegaron a los tribunales, con un resumen de 64 tuits y una canción entre 2014 y 2016. En mayo del año pasado el Supremo le metió nueve meses de cárcel, por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona y a las instituciones del Estado, acorde al Código Penal. El Supremo da por probado que Pablo Rivadulla ensalzó el terrorismo de «ETA, Grapo, Al Qaida, Baader Meinhof y Terra Lliure». Ante la trena, a Rivadulla se le ha disipado el valor que mostraba para insultar desde la impunidad y gimotea por las esquinas.

Los lloriqueos de Rivadulla han encontrado eco inmediato en dos baluartes del progresismo: el Gobierno de Sánchez y nuestros artistas “comprometidos”. El Gobierno quiere eliminar las leyes que sancionan el enaltecimiento del terrorismo y las injurias a la Corona, incluso con una surrealista carrera entre PSOE y Podemos a ver quién llega antes. Doscientos artistas han suscrito un manifiesto en defensa de Rivadulla y la libertad de expresión. Algunas observaciones: 1) Según leo en un informe del Parlamento Europeo, «múltiples países de la UE han introducido legislación para prevenir la diseminación de mensajes que potencialmente conducen a la radicalización de los ciudadanos», incluso si «no incrementan necesariamente el riesgo de que ocurran hechos terroristas». En el Reino Unido, que en experiencia democrática nos lleva un trecho, hay más de veinte presos por apología del terrorismo. Las leyes españolas no son una rareza, como nos quiere hacer creer el O.P. (Orfeón Progresista), lo anómalo es cepillárselas. 2) Almodóvar, los inefables Bardem y el resto de los firmantes del manifiesto pro-Rivadulla jamás se atreverían a significarse para denunciar o lamentar los ataques contra la pervivencia de su país por parte de un separatismo de claros tintes xenófobos. 3) ¿Defenderían también estos artistas la impunidad total de Rivadulla si entre las víctimas de sus ofensas estuviesen los musulmanes, las mujeres o las minoría gay, o si ensalzase el franquismo? Pues claro que no. Ardería