La verdad sospechosa

Ignacio Camacho-ABC

  • A Sánchez le falta crédito para hacerse la víctima. En sus manos hasta una denuncia cierta reviste apariencia ventajista

Pedro Sánchez tiene la misma credibilidad que su tocayo el del cuento del lobo. O menos. Su siempre vaporosa relación con la verdad murió, como la voluntad de Manuel Machado, una noche de luna en que era más hermoso no pensar ni querer… creer que un líder precisa al menos una apariencia fiable. Él se ha encargado de despojar de valor a su palabra desde la suposición de que la primera mentira escandaliza, la segunda irrita, la tercera asombra por su contumacia y a partir de la cuarta empieza a perder importancia. Ha hecho de la incoherencia, del embuste, de la contradicción y del fraude moral una especie de rasgo de estilo o algo peor: una característica connatural a su concepto de la política como ejercicio de oportunismo. Y al adulterar las instituciones y destruir su autonomía para ponerlas a su exclusivo servicio ha roto cualquier posible vínculo con la ‘auctoritas’, el respeto o el prestigio. Maquiavelo aconsejaba al príncipe ser más temido que amado pero hasta el gobernante más cínico necesita mostrarse alguna vez digno de ser creído.

Y así ha llegado al punto en que una declaración verdadera, o al menos verosímil, incluso bastante probable, queda envuelta en un halo de sospecha. Aunque la denuncia sobre el espionaje de su teléfono tenga muchos visos de ser cierta, a la opinión pública le cuesta creerla por falta reiterada de transparencia previa. En todo caso suscita dudas por el momento y la manera escogidos para exponerla: un año después de los hechos y cuando el ‘affaire Pegasus’ pone las espurias alianzas del Gobierno a prueba. Quizá se refiriese a ello la ministra de Defensa cuando sugirió en el Congreso que la investigación podría arrojar sorpresas pero la oportuna conversión de Sánchez en víctima resulta una coincidencia demasiado estratégica. Sobre todo mientras no aclare si la intrusión proviene del separatismo catalán o de una nación extranjera. La segunda hipótesis, que apunta a Marruecos por la fecha -la de la invasión migratoria de Ceuta-, tendría lógica; la primera interpelaría al propio Ejecutivo por mantener a sabiendas el pacto con los presuntos fisgones de sus conversaciones secretas.

El patético precedente -justo hace un año- de las balas y la navaja ensangrentada refuerza el recelo de una sobreactuación ventajista, bien para contrarrestar la ofensiva separatista, para introducir un elemento de distorsión en la precampaña de Andalucía o hasta para poner el CNI patas arriba. El problema de fondo sigue siendo la desconfianza que provoca toda la ejecutoria sanchista y su enfática, obsesiva pulsión propagandística. El esclarecimiento de este vidrioso asunto va a quedar en manos de una justicia que no se distingue por funcionar deprisa. Y la judicialización del caso dejará abierta al presidente la salida que busca a este laberíntico enredo de espías. La confusión como vía de escape a una situación crítica.