Cristian Campos -El Español
La cosa queda así equilibrada. A la nostalgia de tiempos pasados mejores en los que los artistas hablaban de follar, de amar, de desamar y de follar de nuevo en vez de aleccionarte sobre el colonialismo, el apropiacionismo cultural y el apocalipsis climático se suma la nostalgia por tiempos futuros mejores en los que RTVE no sea ya el patio de Monipodio de la izquierda lechuguina malasañera, sino una televisión capaz de ironizar sobre Yolanda Díaz con la misma escasa gracia con la que hoy ironiza sobre Macarena Olona (la Macarena divertida y la Macarena Olona no-divertida: con chistes como estos en los Estados Unidos te ficha el Saturday Night Live).
A Cachitos le pillan la gracia los mismos que dicen que No mires arriba «es una inteligentísima sátira sobre la estupidez de las elites políticas y mediáticas contemporáneas». En ambos casos, sólo hace falta que salga Bill Gates, Mark Zuckerberg o algún otro zumbado mesiánico por el estilo con los ojos haciendo chiribitas por la sobredosis de Ritalin y señalándote con el dedo el fotograma exacto en el que debes reírte de la insondable estupidez del resto del planeta.
El resto del planeta con la única excepción de ti mismo, claro, que sabes a ciencia cierta que No mires arriba es un zasca en toda regla a Isabel Díaz Ayuso porque se lo has leído al más tonto de España con sección fija en La Vanguardia. Punto extra si lo haces con la misma mueca de desgana (la boca torcidita y la nariz arrugada) con la que en Cachitos repasan el santoral ideológico progre.
Lo de sacar a Samantha Hudson para homenajear a Raffaella Carrà es, eso he de reconocerlo, de una refinada maldad misógina: «Mujeres, apartaos, que no sabéis: las Raffaella Carrà del siglo XXI somos ahora nosotros».
Y vale que la Carrà era más maja que las pesetas. Pero tanto como para repasar toda su discografía, canción a canción, como si fuera una mezcla de Bob Dylan, Jacques Brel y Lou Reed, hombre, pues igual no.
Más interesante habría sido, se me ocurre así a botepronto, repasar la línea genealógica de todas esas artistas que, sabiéndolo o no, juegan en la misma liga que la Carrà. Desde Mónica Naranjo y Katy Perry hasta Dua Lipa, Lady Gaga o Alaska, que es mil veces más Carrà que la Hudson. Ese sí habría sido un homenaje fetén y como Dios manda a la Carrà y a las mujeres libres como ella.
Pero oigan: a mí no me pagan para darle ideas a quienes no las tienen.
Lo de Cachitos es el chiste de piloto automático, el que se le ocurriría a botepronto a un adolescente con la carpeta forrada con fotos de Mónica García: los Borbones ladrones, los colegios privados para pijos, la libertad de Isabel Díaz Ayuso, Toni Cantó y su oficina, el fracaso de Ciudadanos, el patrimonio de Julio Iglesias, la evasión de impuestos, los «enchufes» de Nacho Cano…
Observarán un cierto hilo conductor: la vagancia.
Bueno, y otro aún más obvio: la cobardía. Porque anda que no ha dado de sí 2020. ¿Tan bien lo han hecho PSOE, Podemos, ERC y EH Bildu como para que la inmensa mayoría de los chistes de Cachitos le arreen a la oposición? Si todos los chistes de Cachitos han de ser políticos, repartamos juego.
Repasemos lo que se le pasó por alto el viernes a Cachitos.
El nacionalismo llamando a apedrear niños en Cataluña. La inflación crujiendo a las clases trabajadoras del país por una política energética ecojipipachamama que hace que Greta Thunberg parezca del lobby nuclear. Los socios preferentes del PSOE homenajeando a asesinos en las calles del País Vasco. Juana Rivas pidiendo que se archive la denuncia de unos posibles abusos sexuales a uno de sus hijos mientras estaba bajo su custodia (y el Gobierno indultándola a sabiendas de esos posibles abusos). Las amenazas y las navajas truchas de la campaña electoral en Madrid. La campaña organizada por los lobbies LGTBI en contra de José Luis Martínez-Almeida a raíz de una delirante denuncia, también trucha, en Malasaña.
Etcétera.
Como decía uno en Twitter, Cachitos es el chiste del perro Mistetas, pero en versión concienciada. Me pregunto si los responsables del programa, incluidos sus presentadores, chispeantes y sabrosos como una barrita dietética, son conscientes de que son ellos, precisamente ellos, todo eso de lo que pretenden reírse en 2022.
Mírenlo así. Cuando los responsables del Cachitos de 2060 repasen el archivo de la RTVE de 2020 sólo encontrarán a Samantha Hudson hablando de su «coño gordo» y a los millennial más rancios de toda España haciendo chistes sobre «señoros». A ver quién tiene los arrestos entonces de hacer un Cachitos con ese material de derribo para lelos.
Intuyo que en Cachitos se les ha pasado por alto la ironía. La generación más crítica con el pasado, a fuer de ignorante, debe recurrir a los archivos del franquismo y de la Transición para ofrecer a los telespectadores algo de interés dada su incapacidad para crear nada capaz de alimentar el Cachitos de 2060.
En el pecado de su muy contemporánea mediocridad llevan la penitencia de su eterno retorno al pasado.
Hubo de hecho más mala leche, más ironía y más sabiduría en una sola frase de Pepe Blanco que en el resto de Cachitos entero:
«Creo que la canción española es del pueblo, es racial, es de raza. Te voy a decir una cosa, cuando yo he oído cantar en el extranjero (he corrido el mundo, he corrido el mundo cantando, no todo porque sería mucho, pero bastante) he llorado viendo cantar a cualquier artista español. Porque un inglés no puede cantar un fandango, una jota o un pasodoble. No puede cantarlo. En cambio, yo cantaría lo que canta ese gran artista, Sinatra. Lo cantaría yo. [Canta como Sinatra]. Pero Sinatra no puede cantar ‘ayy, ayyyyy, olé’ como canta Rafael Farina o Antonio Molina».
Pepe Blanco murió en 1981 y desarrolló su carrera entre la década de los 40 y la de los 70. El homenaje, el verdadero homenaje, se lo ha hecho C. Tangana en este vídeo con la ayuda de Imanol Arias. Vale la pena verlo y compararlo con Cachitos.