Victoria Prego, EL MUNDO 03/01/13
Mucho más preocupante que la valoración que los españoles hacen del Rey en este desdichado 2012, rebosante de golpes bajos autoinfligidos por los miembros de la Institución, es la respuesta de los jóvenes a una pregunta que sólo pide un sí o un no. Porque esa respuesta apunta al futuro.
Y resulta que cerca del 60% de los ciudadanos que están entre los 18 y los 30 años no considera que la Monarquía sea la forma de Estado deseable para España. Aquí sigue estando el fallo clamoroso de los dirigentes políticos y de las instituciones españolas: en que las nuevas generaciones han crecido sin conocer ni apreciar el papel de equilibrio y cohesión de la Monarquía en un país históricamente desgarrado y amargo.
En el cuadro del sondeo se ve cómo los mayores de 60 años, que conservan la memoria de nuestro pasado no inmediato, están convencidos de que España necesita ese poder moderador y situado por encima de las tensiones partidistas. Por eso lo apoyan, además de que recuerdan el papel decisivo que en los años inciertos del camino hacia la democracia desempeñó Don Juan Carlos. Pero los jóvenes y los menos jóvenes -los que llegan a los 40 años se reparten casi por mitad entre el rechazo y la aceptación- ni conocen ni entienden ni les importa nada la Monarquía.
Pero es que nadie se ha preocupado por explicar su valor político. Siendo tan libres, tan modernos, tan democráticos, cómo nos vamos a dedicar a algo tan rancio. Una Corona, un Príncipe, un Heredero… cursilerías.
La víctima directa de esta negligencia de años se llama Felipe de Borbón. Porque es a él a quien le va a tocar lidiar y templar las tensiones feroces que, sin duda, se van a desatar en el momento en que suceda a su padre.
El Príncipe de Asturias es, junto a la Reina, el que obtiene una mejor valoración de los españoles. Se lo ha ganado a pulso porque no ha cometido aún ningún error de bulto, de esos que han desacreditado a varios miembros de su familia, incluido su padre. Así que son los demás, fuera y dentro de la Familia, los responsables de la pérdida de apoyo que ha sufrido en este último año. Un síntoma de distanciamiento del que el futuro rey no es el culpable, sino el pagano. Y no se trata aquí de estar apostando por un ser humano. Se trata de apostar por la estabilidad institucional del país, ya bastante zarandeada por las delirantes apuestas que enturbian el presente.
El Príncipe es, constitucionalmente hablando, el caballo pura sangre que ha de ser cuidado porque tiene que ganar la carrera decisiva, la del futuro de España. Por eso todas las equivocaciones, frivolidades, torpezas, caprichos o delitos que se cometan a su alrededor serán siempre en perjuicio, no de su persona, sino de su figura. Y del papel que tendrá que jugar cuando suceda al Rey en medio de una tormenta de opiniones, para entonces seguro que ya mayoritarias, que considerarán que estará muy bien ponerse a discutir también si hay que cambiar o no la forma del Estado.
Victoria Prego, EL MUNDO 03/01/13