EDITORIAL- EL ESPAÑOL
Según los primeros sondeos, Giorgia Meloni ha ganado holgadamente las elecciones italianas. Con alrededor del 25% de los votos, la candidatura ultraderechista ha logrado la mayoría necesaria para recibir el encargo de formar gobierno en los próximos días. Un enorme crecimiento con respecto al 4,35% que obtuvo en 2018.
La coalición derechista, integrada por los Fratelli d’Italia de Meloni, la Liga de Matteo Salvini y la Forza Italia de Silvio Berlusconi habría ganado los comicios con alrededor del 42% de los votos. Una ventaja suficiente como para controlar el Parlamento y el Senado.
Junto con la primera victoria de la extrema derecha en Italia desde la Segunda Guerra Mundial, el otro elemento clave de esta cita electoral ha sido el alto nivel de abstención. A las 19:00 horas, la afluencia había caído en 7 puntos, disminuyendo la participación con respecto a los comicios de 2018 y siendo una de las tasas de abstención más altas desde 1948. Un síntoma de la fatiga de una ciudadanía acostumbrada a crisis políticas cíclicas, la reconfiguración constante del paisaje de partidos y un nuevo gobierno cada 18 meses de media.
La coalición victoriosa (que resultará en la mayoría absoluta de derechas más amplia en décadas) se autodenomina «bloque de centroderecha». Pero, en realidad, estos sombríos resultados suponen la consagración del sorpasso de la extrema derecha a la derecha liberal en Italia. Una que ya ni siquiera es la populista de Salvini, sino que tiene directamente ascendencia fascista.
¿Adiós al antifascismo?
Bajo el lema de «Dios, patria y familia», el ideario neofascista de Meloni incluye la oposición al matrimonio homosexual, la prohibición del aborto, la defensa de la «familia tradicional», el rechazo de la «ideología de género» y la denuncia de la «islamización» de Italia y Europa por culpa de la «inmigración ilegal».
Es también conocida su afinidad con líderes ultraconservadores como Viktor Orbán o Donald Trump. Por si fuera poco, sus socios de coalición han mostrado admiración hacia figuras de derecha radical como Marine Le Pen, en el caso de Salvini, o se han negado a condenar la invasión de Ucrania por Putin, como Berlusconi.
De manera análoga a lo que ha podido experimentar en España el PSOE con Vox, estos comicios también han puesto de manifiesto las limitaciones de la estrategia de los socialdemócratas de mostrarse como dique de contención de la ultraderecha y espolear el miedo al fascismo.
La izquierda había interiorizado la derrota desde que los sondeos empezaron a ser favorables a Meloni, sin haber ofrecido un proyecto esperanzador rival al de la extrema derecha. El Movimiento 5 Estrellas ha tenido que conformarse con un 16% de los votos, y el Partido Demócrata, con un 20%.
El 25-S ha supuesto el ocaso de la mitología antifascista, constitutiva de la república italiana, y que ha perdido definitivamente su mística. La ultraderecha se ha normalizado en el país desde que Berlusconi diera carta de legitimidad a valores como la xenofobia, el chovinismo o el autoritarismo.
Claves de la victoria
Meloni no sólo ha sabido capitalizar mejor que el resto de fuerzas conservadoras el enfado del pueblo italiano, su hartazgo con la inestabilidad política y el descrédito del sistema tradicional de partidos. También ha sido muy hábil jugando sus cartas desde que la irresponsabilidad del M5E, Forza Italia y la Liga abocara a Italia hace dos meses a unas elecciones anticipadas que han acabado dando la victoria a la derecha más radical.
Porque Hermanos de Italia fue el único partido que no quiso integrarse en el gobierno de concentración nacional de Mario Draghi. Que Meloni tomara la arriesgada decisión de mantenerse al margen de Draghi es lo que ha hecho que, cuando cayó este gabinete de consenso, su partido quedase exento del desgaste que ha afectado al resto de fuerzas.
También ha resultado clave en la avasalladora victoria del bloque de derechas la influencia del sistema electoral italiano. Un mecanismo que premia la concurrencia en coalición. El voto del centroderecha se ha concentrado en un solo bloque, mientras que el de la izquierda se ha dispersado, al haberse presentado varias opciones por separado.
El futuro de la UE
Con la victoria de Meloni no sólo está en juego un retroceso de los derechos sociales en Italia. También se abre un inquietante interrogante sobre cómo afectará a la Unión Europea la llegada al poder del postfascismo en la tercera economía de Europa y uno de los países fundadores de la Unión.
Es cierto que, al contrario que Salvini, Fratelli d’Italia nunca ha defendido el Italexit. Pero su compromiso con la UE es mucho menos claro que el que ha manifestado hacia la OTAN. Es indudable que el euroescepticismo de Meloni va a tensar las relaciones entre Roma y Bruselas.
Más que proponer una salida de la Unión, el peligro de la victoria de la ultraderecha reside en su capacidad para promover una agenda reaccionaria y extremista dentro de la UE. Si Meloni finalmente llega a primera ministra, cambiará el equilibrio de poder en el Consejo Europeo a favor de la familia política conservadora.
El Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos se convertirá en el segundo partido europeo más grande. La conformación de un eje Hungría-Polonia-Italia, y el aumento de su influencia en la Comisión y el Parlamento Europeo puede desplazar el centro de gravedad de la UE hacia la derecha con consecuencias devastadoras.