1.»No sé si vamos a cubrir las expectativas, esto es la presentación de un libro»
Eso dijo Alfonso Guerra, juguetón, antes de empezar su discurso y sabiendo que las expectativas iban a colmarse con creces durante la presentación de su libro, La rosa y las espinas. Porque lo que Guerra hizo a continuación, frente a buena parte de ese PSOE cuyo salario no depende de Pedro Sánchez, es lanzar una soflama incendiaria que coloca al presidente no fuera de los consensos elementales de la izquierda y en la periferia de la Constitución, de la democracia y del Estado de derecho. La única palabra que no pronunció Guerra es «autócrata». Pero sí calificó a Sánchez, sin mencionarlo de forma explícita, de «disidente», de «estafador», de «falsificador» y de «cómplice» de la ruptura del pacto constitucional. Las mismas palabras que utilizaría uno para hablar de dictadores como Nicolás Maduro o Miguel Díaz-Canel.
2. «Yo no he sido desleal ni disidente. El disidente ha sido el otro»
O, lo que es lo mismo, el que se ha alejado de la izquierda y del PSOE para formar bloque con los partidos más corrosivos del escenario político español no ha sido «el PSOE de ayer», sino Sánchez. Es el presidente el que ha movido la ventana de Overton hasta posiciones predemocráticas, devolviendo a los españoles a esa «tumba de dolor y muerte» que era la España de los años 30. «La amnistía es una humillación deliberada de la generación de la Transición, la que supo encontrar el consenso como manera de resolver los litigios históricos que cada pocos años precipitaban a España al conflicto» dijo después Guerra, y todos los presentes entendieron. El PSOE de Guerra no es el de Largo Caballero y el asesinato de Calvo Sotelo, sino el de la reconciliación nacional.
3. «La amnistía es la condena de la Transición y de la democracia»
El plan de Sánchez (la demolición de los consensos de la Transición en favor de una España quebrada política, moral y socialmente, inerme frente a los intereses personales de un presidente cesarista) a la vista de todos. No cabe descartar la posibilidad de que Sánchez crea realmente que su alianza con el supremacismo xenófobo de ERC, Junts, BNG, PNV y Bildu es una necesidad histórica frente al auge de un supuesto fascismo redivivo. Pero entonces estaríamos hablando de un problema muy diferente, más psicológico que político, y que se sumaría en cualquier caso a las consecuencias de la actual balcanización de España. Según Guerra, la amnistía no es una enmienda a la legalidad o a la Transición como símbolo de concordia nacional, sino de la democracia misma. El plan de Sánchez, por tanto, no es democrático.
4. «La amnistía significa la condena del 90% de los españoles que votaron la Constitución y que encuesta tras encuesta manifiestan su apoyo a los acuerdos entre los políticos que defienden la Constitución»
Un presidente que inició su ascenso al poder en contra de su propio partido sólo necesitaba subir un peldaño más para enfrentarse a su país y sus propios ciudadanos cuando estos le dicen, elección tras elección, encuesta tras encuesta, que no le quieren y que su opción es un pacto entre los dos grandes partidos del escenario político español. «En las pasadas elecciones» añadió Guerra, «el mensaje fue fácil de entender. El 73% de los diputados del Congreso forman parte de dos partidos. Sin embargo, las decisiones dependen de formaciones que representan cerca del 6%. ¿Cómo es posible que España dependa de un partido, Junts, que representa al 1,6% de la población?».
5. «La amnistía pretende borrar un pasado democrático, el de los últimos 45 años, para pasar a un futuro execrable»
El futuro de España, con Pedro Sánchez, no pasa por la democracia. «La amnistía es una hipoteca enorme que lastraría el futuro de la Nación. Falsificaría la historia. Convertiría en represores a los demócratas y presentaría como demócratas a los felones que atentaron contra la libertad y la democracia, y que repiten cada día que volverán a hacerlo». ¿Qué futuro puede por tanto construirse sobre la idea de que la democracia y el Estado de derecho son indeseables? ¿Y sobre la idea de que el nuevo paradigma «progresista» exige aceptar que los golpistas «no delinquieron, que fueron justos cuando se alzaron contra la legalidad, porque esta era injusta»? «Esa es una criminalización que un demócrata no puede aceptar» añadió Guerra.
6. «O se sube el umbral electoral, que hoy no deja a nadie fuera, o se prima al partido que gana las elecciones, como se hace en otros países»
El eterno problema español no es el territorial, sino precisamente el contrario: el de un sistema electoral que pone la gobernabilidad en manos de minorías cantonalistas y con intereses incompatibles con los del resto de los españoles. «Todo empezó con el Pacto del Tinell. Se trata de aislar no a la extrema derecha o a la extrema izquierda, sino al partido conservador forzándole a pactar sólo con la extrema derecha» dijo Guerra. Cuando esas minorías, como ha ocurrido desde 2018, coinciden con un gobernante como Sánchez, el resultado es disolvente. Urge, por tanto, blindarse frente a la posibilidad de que esa combinación de gasolina y cerillas vuelva a darse en el futuro. Hay que diseñar un sistema electoral a prueba de nacionalismos y pedrosanchezes.
7. «La izquierda ha pospuesto los pilares de su pensamiento, la lucha contra la desigualdad y la defensa de la libertad, a favor de la identidad, sea de lengua, de territorio, de sexo o de religión. Y eso no es la base del socialismo»
La caída del Muro de Berlín debería haber sido el golpe de gracia para un socialismo cuyo fracaso histórico no pilló por sorpresa a nadie medianamente informado (la duda era el cuándo). Pero de sus cenizas surgió una mutación que, subida a hombros de algunos de los viejos fetiches del socialismo, como la lucha de clases, la negación de la naturaleza humana y el aplastamiento de la individualidad en beneficio del colectivo, ha acabado poniéndose al frente de ideas tradicionalmente asociadas a la ultraderecha: un identitarismo acientífico, casi religioso, que divide a los seres humanos por raza, sexo y lengua, y que sacraliza las identidades tribales aferradas a fantasías medievales predemocráticas. Quizá la «izquierda» de hoy sea eso, pero entonces habrá que redefinir las categorías políticas para bautizar el nuevo fenómeno.
8. «En Cataluña no hay libertad plena. Hay mucha prisa para que se hable en catalán en el Congreso, pero en los colegios catalanes los niños no pueden hablar castellano ni en el recreo, tienen inspectores que se lo impiden»
Un presidente tan preocupado, al menos en apariencia, por el presunto renacimiento de la ultraderecha debería saber detectarla allí donde esta medra a la luz del día y sin que el Gobierno mueva un dedo para ponerle freno. Es decir, en la Cataluña nacionalista que celebra el Congreso políglota mientras prohíbe a sus escolares estudiar o incluso expresarse en el idioma mayoritario en la región. «La izquierda ha de tomar distancia de los partidos separatistas. El nacionalismo es una ideología regresiva e insolidaria que atenta contra la convivencia» dijo luego Guerra.
9. «El Parlamento ya no ocupa el lugar central que le atribuyó la Constitución. Ha perdido bastante de su función legislativa y su función de control está capitidisminuida»
Una democracia con el Poder Judicial asediado por el Gobierno, con el Constitucional convertido en una extensión no ya de la Moncloa, sino de Ferraz, y con el Parlamento convertido en una cámara de «embajadores» de provincias o de partido que no defienden el interés común sino el particularista no puede dar jamás como resultado una democracia funcional, sino más bien un Estado fallido. Y la prueba de la caída del Parlamento en la irrelevancia es el dato dado por Guerra: Sánchez ha aprobado a lo largo de los últimos cuatro años más de 132 decretos leyes, diseñados para situaciones de extraordinaria emergencia, pero que él utiliza de forma desacomplejada para sortear cualquier tipo de control democrático.
10. «Esta situación no durará. No puede durar. No debe durar. Porque la libertad y la democracia anidan en el corazón de muchos socialistas»
Está por ver que las palabras de esperanza de Guerra, y su fe ciega en la militancia socialista, lleguen a tiempo. Los que gritaban «con Rivera no» frente a Ferraz en 2019 no atesoraban mucha libertad y democracia en sus corazones. Los que votaron este 23 de julio a Sánchez tampoco pueden alegar ignorancia frente a lo que sucede hoy en España dado que los antecedentes estaban a la vista. ¿Dónde están entonces esos socialistas en cuyo corazón anida la libertad, y, sobre todo, qué piensan hacer para pasar de las palabras de crítica a los hechos para devolver a España a la senda de la democracia?