José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Hace 20 años, el primer presidente socialista de la democracia vio venir la crisis de la Corona y propugnó entonces una «monarquía de ciudadanos»
Entre las páginas 58 y 85 del libro ‘El futuro no es lo que era’ (Editorial Aguilar, 2001), una larga conversación de Felipe González y Juan Luis Cebrián, el expresidente socialista expresa con claridad, contundencia y, a lo que se está viendo, también lucidez, todo lo que él pensaba y sigue pensando de la significación política, incluso personal, de Juan Carlos I y de la monarquía parlamentaria española.
González ha tenido la gallardía de saltar al ruedo desde su preventivo confinamiento para defender el “legado histórico” del Rey emérito y reivindicar su derecho constitucional a la presunción de inocencia. Ha roto su silencio el político español más legitimado para hacerlo: el primer presidente de un Gobierno socialista desde que terminó la Guerra Civil en 1939, con un largo mandato de más de 13 años y en un sistema de monarquía parlamentaria.
Lo que González le responde al que fuera fundador y primer director de ‘El País’ en esas páginas no es muy distinto a lo que ahora sigue sosteniendo cuando Juan Carlos I atraviesa por su fase vital más umbría. No por ello hay que obviar que el que fuera jefe del Estado ha contraído unos méritos extraordinarios que, antes o después, se le atribuirán, como hace ahora González, y que en este momento se minimizan por su irresponsabilidad y, todo hay que decirlo, por el fallido funcionamiento de los controles que debieron evitar que la contrajera.
González sostiene —y solo citaré alguna de sus reflexiones más sustanciales— que el Rey emérito “moderó la parte de riesgo” que conllevaba la transición de la dictadura a la democracia, de tal manera que “aparecía como el garante de que los estatutos de unos y de otros no iban a ser brutalmente alterados, y a eso se aferró todo el mundo”. El ex secretario general del PSOE —tras constatar que la nuestra era una monarquía sin monárquicos, lo que en palabras de don Juan de Borbón, “era una fortuna para ella”— sostiene que Juan Carlos I, “más que el motor del cambio, fue el referente tranquilizador para que el cambio fuera posible. Solo en un aspecto clave hizo de motor del cambio: tenía el poder absoluto y no lo ejerció”.
Siendo importantes esos reconocimientos que Felipe González predicaba hace 19 años del Rey emérito, lo son mucho más las advertencias que ya entonces el líder socialista lanzaba sobre la monarquía parlamentaria. “A mí lo que me da miedo del debilitamiento de la monarquía [es] la percepción popular de la relativa y creciente inutilidad de la institución” —sitúe el lector la afirmación en el contexto temporal en que se dijo— y que “se está perdiendo el consenso de la monarquía más rápidamente de lo que creemos”. Parece que los hechos le están dando la razón.
El socialista sevillano trató de buscar la proyección de la monarquía en el futuro de España. Decía: “Definamos la monarquía que queremos: la monarquía institucional de los ciudadanos. Ese criterio debe ser la base para establecer las formas de relación y de la comunicación entre la monarquía y los españoles”. Y añadía: “El problema es definir lo que significa una monarquía de ciudadanos. No hay tradición suficiente para describirlo, no hay perspectiva histórica”.
Cuando se publicó esta larga conversación de González con Cebrián, gobernaba en España, y por mayoría absoluta, el PP de José María Aznar. El expresidente socialista, sin detenerse en la figura del que fuera su sucesor en la Moncloa, parece que se adelanta lustros en la descripción de una situación rabiosamente actual. Dice:
“Mientras ejercí mi responsabilidad en el Gobierno, quise que la monarquía consolidara una relación con la España diversa y plural, en todos los sentidos, en el territorial, en el social, en el cultural, dentro de España y en nuestra representación en el exterior. Nunca quise hacer sombra, sino lo contrario, a la figura del Rey. Y ahora vienen jefes de Gobierno que no pasan por la Zarzuela, jefes de Estado en visita de trabajo que se elude acudan a ella o que pisan solo tangencialmente el palacio. Todo el protagonismo se desplaza hacia el Ejecutivo. Parece que la voluntad del Gobierno actual es minimizar la presencia de la monarquía para maximizar la suya”.
Obviamente, González se estaba refiriendo a José María Aznar y su Gabinete, recogiendo el ambiente de la época, que atribuía una relación poco fluida del jefe del Estado con el presidente del Gobierno (tema sobre el que pesa más la leyenda que la realidad), pero ¿acaso no encaja esa digresión con lo que hoy está sucediendo? Desde luego que lo hace. Como, en general, esas páginas en las que ex secretario general del PSOE se explaya sobre la monarquía y sobre Juan Carlos I recobran una especial actualidad 20 años después de ser escritas. Advertía González de sus temores sobre la monarquía, propugnaba una “monarquía de ciudadanos” que, en otro momento, denomina también “republicana”, en alusión a los valores que debiera conllevar y que, a su juicio, los incorporó buena parte del reinado de Juan Carlos I.
Releer estas opiniones, sin ese cúmulo de apriorismos obscenos que las fuerzas políticas antisistema han erigido contra Felipe González, sería un buen ejercicio para encontrar salidas a la confusión que hoy afecta al sistema político e institucional español. El expresidente socialista tenía razón hace 20 años, la tuvo en la Transición, aunque registrase cambios de criterio, y sigue teniéndola ahora. Especialmente cuando aseveraba: “Siendo este un país discutidor y habiéndole llevado ese talante a tantos desastres históricos, la gente se siente tranquila de que haya algo que no se someta constantemente a escrutinio crítico, como solemos hacer”. Ese es el meollo de la cuestión.