Mi querido Fernando Navarro publicaba en su blog esta impresionante pieza el 10 de julio de 2007:
Si Zapatero hubiera sido sincero habría podido redactar su programa electoral del 2004 de esta forma:
“Creo que es el momento de cambiar el modelo territorial español, y de realizar una decidida apuesta por la potenciación de los nacionalismos periféricos. Los nuevos Estatutos que tengo previsto aprobar sobrepasan los límites fijados por la Constitución, por lo que habrá que modificarla. Desde luego, no desdeño pactar con partidos separatistas o contrarios a la Constitución. Por otra parte, mi deriva me va a situar en un rumbo mucho más cercano a ETA de lo que jamás ha estado Gobierno alguno, y, gracias a ello, creo que estaré en condiciones de negociar el final de la violencia. Tendremos una nueva España: una nación de naciones. Y ETA no tendrá razón de ser. La paz prevalecerá. En estas nacientes naciones, el PP no tendrá lugar, y el voto no nacionalista tendrá que acabar, necesariamente, en el partido socialista. Creo que con ello marginaremos durante décadas al PP. Es cierto que habrá zonas naturales de conflicto: Navarra, con el nacionalismo vasco, y Baleares y Valencia, con el nacionalismo catalán. Mi receta para luchar contra esta realidad es explícita: ceder.”
No lo hizo. Zapatero sabía que no habría obtenido muy buenos resultados electorales con este programa, así que decidió acometerlo de forma subterránea. Pensaba que sería más fácil, mediante una política de hechos consumados, ir moldeando a sus votantes para que fueran normalizando la nueva realidad. Contaba para ello con el indomable sectarismo de una buena parte de ellos. Quedaba el hecho de que el PP, al mantener su postura, dejaba en evidencia la deriva de Zapatero. Por lo tanto, era preciso criminalizarlo.
La único herramienta que tenemos para luchar contra este proceso subterráneo es exponerlo a la luz: levantar las piedras y ver lo que corretea debajo de ellas. Así que yo también quiero ver las actas.