Ignacio Camacho-ABC
- El presidente sufre un virus que no necesita test de antígenos: da positivo en ineficacia, desgaste y sectarismo
Lo único que cabe agradecerle a Sánchez en 2021 es el cese de Iván Redondo. No porque eso haya mejorado la vida de los españoles sino porque ha rebajado los decibelios de la propaganda que el sobrevalorado gurú había convertido en marca de la casa. La manija de Óscar López y Antonio Hernando en La Moncloa se nota en un cierto comedimiento a la hora de colgarse medallas, un autobombo algo más pudoroso siquiera en la somera medida en que un narcisista puede contener la petulancia. También es cierto que el desparrame de Ómicron ha arruinado la expectativa del final de la pandemia y que cien mil contagios diarios no dejan mucho margen para el habitual ejercicio de soberbia. Las
previsiones de crecimiento han encogido, el estado de alarma ha sido revocado en dos sentencias, los fondos de ayuda europea no terminan de fluir y la principal preocupación de los ciudadanos en vísperas de Nochevieja son los test de Covid y la duración de la cuarentena. En ese marco hay poco triunfalismo que vender y la comparecencia que se preveía como el primer mitin de la larga campaña electoral que viene se quedó en un leve recuento autocomplaciente de cumplimiento de promesas que nadie se cree.
La del recibo de la luz, por ejemplo, le obligó a un malabarismo contable que él mismo sabía muy endeble. Lo argumentó con escaso énfasis, elocuencia débil y convicción deficiente. No era asunto para hacer alardes sin riesgo de incrementar el cabreo de la calle y poner sordina a la euforia del balance. Lo que le interesaba era sacar pecho de la contrarreforma laboral y de un precario consenso entre los agentes sociales que quiso presentar como ejemplo de responsabilidad y buen talante: el gran polarizador de la vida pública pidiendo acuerdos transversales. Y aun así, no pudo evitar que el presunto gran logro del año quedase envuelto en la incertidumbre de un trámite parlamentario cuyo resultado no parece a día de hoy nada claro. Para tratarse del proyecto estrella está demasiado expuesto al fracaso.
En general, el inventario presidencial transmitió una impresión bastante exacta del momento que atraviesa el sanchismo seis meses después del reajuste del Ejecutivo. Escasos éxitos, grietas en la coalición, falta de confianza y un optimismo artificial que transparenta inquietud por los signos patentes de cambio de ciclo. El desparpajo del gobernante seguro de sí mismo se está evaporando en una atmósfera abrasiva de desgaste político. El Gobierno ofrece síntomas que no necesitan prueba de antígenos: se ve de lejos que está afectado de un virus de ineficacia, insensibilidad y sectarismo. Ha envejecido de manera evidente a mitad de mandato y a duras penas se sostiene a hombros de unos aliados que le administran inyecciones con graves efectos secundarios. Si sale derrotado de las elecciones regionales de este año será muy difícil que se salve del colapso orgánico.