Las aulas de ETA

No hay que ser una lumbrera para imaginar la presión que supone para un docente el mero hecho de vérselas con un alumno que carga con varios asesinatos a la espalda, que no se arrepiente de ello y que tiene tanto a sus «compañeros de armas» en activo como a sus cómplices en la impunidad.

Durante años ha sido un rumor generalizado algo que se sabía pero que se dejaba pasar con resignación, como si no hubiera otro remedio la presión de ETA sobre la universidad vasca y las coacciones a profesores para que les dieran buenas calificaciones a los presos de esa banda. No hay que ser vasco ni profesor para deducir que, si ETA se dedica a extorsionar a los empresarios y a amedrentar a toda una sociedad, lo raro y lo extraordinario sería que no intentara chantajear a quienes examinan a su gente. No hay que ser una lumbrera ni siquiera alguien concienciado en la lucha política contra el terror para imaginar la presión que supone para un docente el mero hecho de vérselas con un alumno que carga con varios asesinatos a la espalda, que no se arrepiente de ello y que tiene tanto a sus «compañeros de armas» en activo como a sus cómplices en la impunidad. Si, además de todo eso, uno se anima a visitar la Facultad de Periodismo de Lejona, que es donde de un modo misteriosamente masivo se vienen matriculando desde hace años los presos de ETA, comprende lo que es el terror de un modo físico: unos bloques de cemento y hormigón situados en medio del campo así como recorridos por docenas de galerías y escaleras interminables, laberínticas y despobladas. Imagine el lector simplemente la posibilidad del asesinato en ese marco incomparable y estará nada más y nada menos que en la película «El resplandor» de Kubrick, en aquel hotel inmenso y vacío que un niño recorría a toda velocidad en un triciclo.
Imagínese el lector lo que es para ese profesor apacible y tranquilo tener que recorrer todos los días ese laberinto de pasillos después de haber puesto un suspenso a un tipo que se ha cargado sin pestañear a varias personas y que tiene entre sus planes sacarse una carrera en esa Facultad. No es preciso ni siquiera imaginar el momento explícito del chantaje. Basta con ponerse en el lugar del examinador que, por el mero hecho de cumplir honestamente con su trabajo y dar un suspenso a ese alumno, se va a convertir en un «contratiempo» para los planes académicos de un asesino convicto que está orgulloso de serlo y tiene detrás una organización dispuesta a vengarlo.

Imagínese ahora el lector a una mujer que se rebela ante esa situación públicamente, a una profesora también apacible y tranquila que, por denunciar esas coacciones vividas en su propia carne y por sacar a la luz las notas de sobresalientes dadas a terroristas en situación de busca y captura (ahí está el caso de las etarras Belén González Peñalba y Elena Beloki) aparece repetidamente en los documentos incautados a los comandos de ETA y llega incluso a leer en uno de esos papeles los cálculos centimétricos que los terroristas han podido hacer sobre su miopía y su capacidad de reaccionar en un atentado que fuera dirigido a ella, es decir sobre los segundos que tardaría en volverse si alguien en el interior de su propio despacho le estuviera apuntando a la nuca con una pistola. Sobra decir que tales cálculos sólo han sido posibles gracias a la ayuda de alguien necesariamente próximo a esa profesora en esa universidad. Imagine el lector qué ambientazo de trabajo, de estudio y de libertad se respira en ese centro académico.

Imagínese que esa mujer al ver cómo le dan la plaza de docente a un preso llamado Joseba Mikel Garmendia, conocido por haber sido el responsable de las finanzas de ETA y por haber justificado ante las cámaras de televisión de todo el país un asesinato se decide a crear una plataforma, «Profesores por la Libertad», cuyo manifiesto fundacional lee una mañana a cara descubierta pero rodeada de compañeros encapuchados. Siga imaginándose el lector que un año después de ese paso adelante esa mujer y ese grupo de profesores consigue que el Gobierno introduzca una modificación en el Artículo 56 de la Ley General Penitenciaria por la cual se intente poner fin a esa situación de privilegio que disfruta el colectivo de los presos de ETA si bien garantizándoles en todo momento el derecho a la educación pero a través de la UNED. Imagínense que esa mujer es una veterana socialista que podía haberse ido a otro lugar de España y a otra universidad donde no fuera insultada cada vez que atraviesa, escoltada, el campus o podía haber pedido la baja dada su situación y como han hecho muchos de sus compañeros engrosando unas cifras de las que no informan los periódicos. Imagínense que el partido en el que milita esa mujer el PSE-EE como concejala del conflictivo ayuntamiento de Getxo ayuda a los nacionalistas en el Parlamento vasco a cargarse esa modificación legal con el fin de que los presos de ETA puedan volver a esa Facultad y recuperar sus privilegios.

Pues bien. Me dejaré ya de imaginaciones. Esa mujer es Gotzone Mora y eso que he contado es exactamente lo que ha sucedido: que su propio partido, el presidido en el País Vasco por Patxi López, la ha dejado sola en medio de la escenografía de «El resplandor», sin verduguillo que la cubra el rostro y ante un tipo que se parece mucho a Jack Nicholson y que lleva, junto al hacha, la serpiente y un diploma de licenciado. Y ha sucedido porque ésa es la factura que a ese partido le parece más barata de pagar al PNV para que lo acepte como socio. Una factura cara, sin embargo, porque sería también una fractura, la primera que lograría hacer el nacionalismo en la estrategia legal de acoso a ETA y en el Pacto por las Libertades. Por ahora y detrás de Gotzone Mora ya se han opuesto estos días al pago de ese recibo la AVT, el PP y el Basta ya. Esta semana lo harán más grupos cívicos. Lo haremos todos los que podamos. Éste no sólo ha sido el año en que ETA no ha podido matar. Ha sido el año en el que sus matrículas, que podían seguir cursándose en la UNED, han disminuido vertiginosamente. El año en el que ETA no se ha paseado por las aulas y los estudiantes no han tenido que ligar con la pregunta de «¿estudias o amenazas?».

Iñaki Ezkerra, LA RAZÓN, 5/7/2004