ABC 10/05/15
· Preparativos, logística, personal y millones de euros de los presupuestos para «la fiesta de la democracia»
Es la fiesta a la que están invitados más de 35 millones de españoles y extranjeros residentes en España. Un ritual para algunos, decisivo para otros e importante para la mayoría, incluso para los que deciden no participar. La llaman la fiesta de la democracia. Y, como todas las celebraciones, va acompañada de preparativos –y un desembolso en los presupuestos– y de un engranaje formado por cientos de personas en el que ninguna pieza puede fallar.
La cita comienza a las nueve de la mañana, pero los primeros invitados llegarán a las ocho. Son quienes constituyen la Mesa Electoral: presidente y dos vocales, a quienes el azar ha colocado en sus puestos; los suplentes –nerviosos, bien a la espera de que llegue el titular y puedan marcharse, bien deseando ocupar su lugar–, el representante de la Administración y los responsables de la Junta Electoral de zona. Cada partido lleva a su pequeña comitiva a los colegios. El interventor, uno por partido y luciendo el emblema del mismo como único signo de campaña, y su grupo de apoderados, voluntarios, a veces remunerados, que pululan por la sala para controlar que nada perjudique a su formación.
Las urnas que recogerán los votos y cuyo diseño dicta el BOE descansan el resto del año en los depósitos municipales, junto a las cabinas y parte de la señalización, o las pone la Delegación o Subdelegación del Gobierno. Y en cada proceso se compran unidades nuevas. Los ayuntamientos arman el escenario electoral o contratan a una empresa externa para ello. En Oviedo, por ejemplo, el gasto de la contrata para estos comicios es de 60.000 euros.
Poner en marcha la maquinaria electoral supone un buen mordisco en los presupuestos del Estado, salvo para las autonómicas, que corren a cuenta de cada región. Más de 345 millones de euros se han presupuestado para las muchas citas con las urnas de 2015. Y a la cuenta hay que sumar los casi 31 millones de euros que pondrán las autonomías para sus comicios.
Durante la campaña, el país entero se empapela. Y no solo con los carteles en los que los candidatos intentan lucir su mejor cara. Las papeletas electorales se imprimen por millones y casi el 90% de ellas acaban pegadas a la suela de algún zapato o directamente en la basura. Para las elecciones generales del 20-N se redujo el número de impresiones en 500 millones, con un ahorro de 850.000 euros (y la tala de 11.000 árboles menos). Para la impresión de las papeletas, se abre concurso y las empresas que quieran hacer caja ofrecen sus presupuestos. Casi 97 millones de papeles se pedían en el pliego de prescripciones técnicas con el que la Comunidad de Madrid sacaba a concurso la impresión y transporte a cada ayuntamiento para las autonómicas.
Antes del día D, como lo llaman en algunos partidos, ya recogen papeletas sus sedes, adonde van los más veteranos a pedir la suya. Otras se envían a los buzones de los electores, junto con la propaganda. Lo que no se permite es que otros metan la papeleta en el sobre por ti; al menos, no a ojos de los apoderados e interventores. María Fernández ha sido interventora de su partido varias veces. «En estos años he visto de todo. Hay que vigilar las cabinas, que las papeletas estén bien colocadas y a la vista. También hay señoras mayores a las que ves cómo su cuidadora les mete la papeleta en el sobre, y entonces el interventor dice que ese voto no entra», explica.
Muchos de los que no pueden asistir a la fiesta encomendarán su voto a Correos, que también se lleva un trozo del presupuesto. El cartero llega a la mesa, con su montón recogido con una goma. Cerrado ya el colegio, el presidente se hace cargo de la correspondencia. «En las últimas elecciones recibimos el voto por correo de una mujer fallecida justo antes del día D. No nos poníamos de acuerdo y llamamos a la Junta Electoral. Al final el voto no entró», explica María. Bolígrafos, papeles, impresos… todo está incluido en la logística. También los alrededor de 60 euros que reciben los miembros de la mesa. «Pero no está pagado», dice Juanma Díaz, que ocupó esta función en 2008. Pero su experiencia fue gratificante. Cayeron incluso churros de desayuno a los que invitó el marido de una vocal. A los interventores los buscan los partidos entre sus afiliados, o algún amigo o familiar al que no le importe colaborar. «Antes se les daba hasta cinco mil pesetas, pero cada vez menos», señala María.
A medida que los españoles pegan los ojos a sus pantallas, atentos a los resultados del escrutinio, uno imagina un sofisticado sistema tecnológico haciendo las labores de recuento. Pero la realidad es otra. Cartulinas, bolígrafos y pintar palitos para contar de cinco en cinco, un presidente de mesa abriendo una urna y diciendo en voz alta el nombre del partido incluido en la papeleta, que irá a engrosar uno de los montones. Es otro de los momentos mágicos de las elecciones: un sistema de recuento artesanal pero increíblemente infalible. El «truco» reside en que cada interventor defiende los intereses de su partido, y velará por que «esta papeleta que lleva un tachón» no vaya al montón equivocado. «Una vez un voto no cuadraba y tuvimos que recontar y recontar», recuerda.
Para estos comicios se estrenan en 21 ciudades las nuevas mesas administradas electrónicamente, que buscan agilizar el proceso electoral y «evitar errores humanos». Seguirán estando los miembros de la mesa tras ellas, pero habrá un portátil con lector de DNI electrónico y una impresora. Entre sus ventajas, el ahorro en material electoral impreso. Tras el recuento y los muchos documentos que toda la mesa tiene que firmar y sellar –«¡casi nos sale un callo en la mano!», se queja Juanma–, el presidente lleva la urna y las actas hasta la Junta Electoral. Tiene derecho a taxi pagado, pero la cola para cobrarlo es la más larga del Juzgado.