Las brasas de la ira

ABC 22/01/15
IGNACIO CAMACHO

· Este clima callejero y populista de visceralidad justiciera es fruto de un fracaso de la pedagogía democrática

LO peor del régimen constitucional, como lo llaman quienes quieren destruirlo, es que en treinta y cinco años de existencia no ha hecho pedagogía de sus virtudes. La ausencia de una educación cívico-política no doctrinaria ha impedido que los ciudadanos conozcan las garantías que los protegen, de tal modo que ante la crisis de los valores éticos se ha extendido un clima de sospecha sobre la ley y el derecho, abonado con la complicidad de políticos demagogos y opinadores oportunistas. Estos tienen mayor responsabilidad porque sí saben los fundamentos de la estructura jurídica y los retuercen por mero ventajismo con intención incendiaria. El populismo es el mal de este tiempo y solo queda el consuelo de que alguno de los que lo propagan acabe por justicia poética achicharrado en sus propias brasas.

El escándalo por la libertad de Bárcenas –no le ha costado mucho encontrar amigos que tengan suelto para la fianza– responde a esta mentalidad de visceralidad justiciera que es el fracaso de la educación democrática. La mayoría de los españoles ignoran que la prisión preventiva no es un adelanto de la pena, menos aún de la pena que no se ha sentenciado, y nadie ha hecho el menor esfuerzo por explicárselo. Da igual que el «tesorero infiel» todavía no esté condenado: la justicia de barra de bar, que ahora se expresa en las redes sociales, ha emitido el habitual veredicto de culpabilidad anticipada. Por antipática que nos resulte la situación, Bárcenas lleva 19 meses en prisión sin haber sido juzgado; la investigación de su caso está cerrada y no existe ningún motivo para mantenerlo en la jaula. Sólo el de riesgo de fuga, pero ese corresponde evaluarlo a los tribunales; el primer interesado en que no se escape es el Gobierno, que no resistiría un nuevo «caso Roldán» bajo su guardia. Al marianismo, dicho sea de paso, tampoco le conviene ahora que el excontable ande suelto, convertido en el sustituto del pequeño

Nicolás para largar por las teles su ristra de medias mentiras y medias verdades. Pero no se trata de una cuestión política, sino de derecho y de derechos: es esa la diferencia que nos distingue de, pongamos por caso, la Venezuela a la que algunos pretenden asimilarnos.

La libertad de Bárcenas duele, sí. Pero es el resultado de un sistema de garantías que nos protegen a todos del abuso de poder y de la invasión política. Bárcenas no estaba en la cárcel porque todos pensemos que es culpable, sino para que no pudiese estorbar la pesquisa de sus presuntos delitos. Concluida esta, le corresponde esperar fuera el juicio que con toda probabilidad volverá a encerrarlo. Que la calle no lo entienda es consecuencia de un fracaso pedagógico. Pero que ciertos dirigentes extiendan adrede la confusión para sacar ventaja representa una perversión ética que tal vez termine quemándolos a ellos en la hoguera de una ira social inflamada.