La debilidad del liderazgo en ETA constituye una oportunidad para los dirigentes de su entorno político: la de intentar convencer a la banda que deje las armas sin esperar nada a cambio, o hacerle saber que el camino que han recorrido juntos ha llegado al final. Pero ello exige que esos dirigentes no pretendan cobrar un precio político por ese abandono. Esa es la estrategia aprobada en Batasuna.
Los fundadores de ETA rechazaron en 1958 la posibilidad de llamar a la nueva organización Aberri Ta Askatasuna porque el acrónimo, ATA, significaba pato y no parecía serio para organización patriótica y revolucionaria. A Mikel Carrera Sarobe, ‘Ata’, en cambio, no le importó adoptar el alias de pato como nombre de guerra.
Carrera pertenece a la promoción de Txeroki y, en contra de lo que suele creerse, no ha ido a su estela sino por delante, abriéndole paso. Ambos entraron en ETA poco antes de la tregua del año 1998 y tuvieron una participación activa en su ruptura. Los dos -y alguno más- comenzaron a percibir el declive de ETA en fecha temprana: hacia el año 2003 ya se dieron cuenta de que la banda terrorista iba hacia abajo, que su funcionamiento dejaba mucho que desear, sufrían caídas a ritmos acelerados y el nivel de actividad no estaba ni de lejos a la altura de lo que deseaban. Acumularon frustración y reaccionaron dando un puñetazo encima de la mesa. Escribieron papeles broncos contra sus jefes -entonces el pato y el indio sólo eran capitanes- y contra quienes les habían precedido en la escala de mando.
La crisis abierta por los Atas y los Txerokis fue de tal calibre que sus jefes les hicieron un consejo de guerra y les obligaron, como en el viejo régimen comunista, a retractarse, a hacer autocrítica y a comerse sus palabras. A ‘Txeroki’ le perdonaron los excesos y ascendió en el escalafón, pero ‘Ata’, que había sido mucho más duro, fue castigado y sacado del ‘aparato militar’. Craso error, porque lo enviaron al ‘aparato logístico’ y terminó haciéndose el jefe del negociado.
Luego, en 2008, ‘Ata’ abrió de nuevo otra guerra interna, la más importante en tres décadas. Escribió un texto incendiario contra tres de los cinco miembros que formaban entonces la dirección de ETA y Txeroki se alineó con él. Tres contra dos en la cúpula. Ganó la minoría. Los tres fueron expulsados por los dos que, a fin de cuentas, controlaban los aparatos militar y logístico. Y en medio de la bronca, los tres -López Peña, Igor Suberbiola y Ainhoa Ozaeta- fueron detenidos por la Policía. Algunos seguidores de los tres encontraron sospechosa la coincidencia de los arrestos con la crisis interna y vieron chivatazos detrás de la operación policial. Ayer hizo dos años.
Los críticos de 2004 se hicieron cuatro años más tarde con todo el poder en el seno de ETA, pero no han sido capaces de detener el declive imparable de la banda terrorista. Antes registraban un deterioro operativo, una disminución de la capacidad de cometer atentados y de recuperarse de los golpes policiales. Esa debilidad es ahora mucho mayor que entonces, pero a ella se ha añadido la debilidad política. La dirección de ETA -encabezada hasta ayer por Karrera Sarobe- ya ni siquiera era capaz de imponer su voluntad a su entorno político. Al menos en 2004 eso todavía lo hacían los que entonces eran sus jefes.
La debilidad del liderazgo en la cúpula de ETA constituye una oportunidad para los dirigentes de su entorno político si es que la quieren aprovechar. Es la oportunidad de intentar convencer a la banda de que deje definitivamente las armas sin esperar nada a cambio o hacerle saber que el camino que hasta este momento han recorrido juntos ha llegado a su final y que ya no les acompañarán en el resto del viaje. Pero eso exige que los dirigentes del entono de ETA no pretendan ser ellos los que negocien y cobren un precio político por el abandono de las armas por parte de la banda. Ese es, en el fondo, el esquema de la estrategia que se ha aprobado en los debates de Batasuna.
Siempre se ha dicho que la gran diferencia entre el caso de Irlanda del Norte y el del País Vasco era que en el Ulster los dirigentes del Sinn Fein tenían mando y ascendencia sobre el IRA, cosa que no ocurría con los de Batasuna sobre ETA, que han estado siempre supeditados al grupo terrorista. Ahora parece haber una situación de empate: los dirigentes de ETA tienen problemas para imponerse a Batasuna, pero los jefes de este partido, a cambio, no se atreven a enfrentarse abiertamente a los primeros.
ETA lleva más de nueve meses sin cometer atentados en España, aunque ha matado en Francia. En ese tiempo, y particularmente en lo que va de año, no han cesado los preparativos de la banda para llevar a cabo atentados, lo que demuestra su voluntad de continuar con el terrorismo que no ha cambiado hasta el día de hoy. La eficacia policial es la que permite mantener a raya a ETA y la que, al debilitar a la banda, abre la oportunidad a los dirigentes de Batasuna de resolver si quieren hacer política.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 21/5/2010