ABC-IGNACIO CAMACHO
Sánchez quiere ocultar la evidencia antipática de que en sus cálculos hay un factor sin el que las cuentas no cuadran
YA no existe aquel programa de televisión llamado «Tengo una pregunta para usted», pero hay una inquietud ciudadana que debe despejar Pedro Sánchez, y es la de si está dispuesto a dejarse investir de nuevo por el independentismo amotinado y rampante. No se trata de un capricho sino de un punto crucial en la formación de los estados de opinión preelectorales, máxime después de que Albert Rivera haya retirado la red de un posible pacto con el PSOE incluso contra el criterio de muchos de sus votantes. El presidente está obligado a retratarse, ante el periodismo o en los debates, y cualquier respuesta evasiva sugerirá, si no un asentimiento implícito, al menos un propósito de ocultación de sus intenciones reales. En ausencia de segunda vuelta con las urnas por delante, los españoles tienen derecho a conocer la política de alianzas de los candidatos antes de tomar una decisión clave. Y se supone que ninguno de los aspirantes a gobernar el país planea nada de lo que tenga que avergonzarse.
El asunto es esencial porque los separatistas abordan estas elecciones desde una posición de radicalismo exacerbado. Tanto Puigdemont como Junqueras están dispuestos a convertir sus listas en otro desafío al Estado, incluyendo en ellas a sus dirigentes más sectarios, a los pretorianos más convencidos de extremar el conflicto en términos drásticos. Dado el precedente de que ya aceptó sus votos para tomar el poder por asalto, Sánchez está en la obligación moral y política de aclarar si los volverá a admitir para revalidar su mandato, y en todo caso qué está dispuesto –y qué no– a conceder a cambio. La derecha ya ha adelantado que desea aplicar en Cataluña un artículo 155 de largo plazo y efectos amplios. Le toca al Gobierno informar si puede haber indulto, o un nuevo proceso estatutario, o una reforma constitucional, o una negociación bilateral sobre privilegios fiscales al estilo vasco. Toda esa materia es de primordial relevancia y no se puede camuflar en el mantra abstracto de la disposición al diálogo. Forma parte del núcleo del programa que más interesa a los ciudadanos y sus términos deben quedar perfectamente claros.
Porque es de eso de lo que trata esta campaña. De cómo se va a abordar la cuestión catalana y de quién va a encabezar, y con qué proyecto, el Gabinete obligado a abordarla. El bloque liberal-conservador se presenta con sus propuestas expresas y su correlación de fuerzas desplegada, pero el de la izquierda esconde sus planteamientos y oculta que en sus cálculos de gobernabilidad falta un elemento sin el que las cuentas no cuadran. En este momento, y más después de que ERC haya suscrito un acuerdo de acción conjunta con los legatarios etarras, abrirse a colaborar con el secesionismo resulta una confesión muy antipática. Pero quien no muestra sus auténticas bazas no es digno de confianza. Sobre cuando está en juego el futuro de España.