Ramón Pérez-Maura-ABC

¿Qué confianza podemos tener en un Ejecutivo que asume todos los poderes pero quiere gobernar desde el ocultamiento?

Hay un viejo dicho que sostiene que «hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas», del que se deriva el ejemplo de que si una persona tiene dos coches y otra no tiene ninguno, la estadística te dice que tienen un coche cada uno. Lo que, obviamente, no es cierto. En estos días todos los medios de comunicación publicamos gráficos en los que damos las cifras de enfermos, de fallecidos y de curados. Desgraciadamente he llegado a la conclusión de que esas cifras carecen de credibilidad.

El pasado viernes contaba a los lectores en esta página mi peripecia para hacerme la prueba del coronavirus, lo que resultaba imposible en la sanidad pública y casi imposible en la sanidad privada. Como era previsible,

dados mis síntomas, la prueba salió positiva. Yo no sé cómo se comunica eso desde el centro privado a la estadística oficial, pero lo que sí sé es que en el 900 102 112 se me sigue diciendo que mientras no empeore me quede en casa. La realidad es que no estoy mal y puedo aguantar en mi domicilio sin problema. Y con toda probabilidad esto pasará. ¿Cómo se registrará mi cura si no me ve ningún médico?

A mayor abundamiento: a mí me dijeron que no era necesario hacerme la prueba del coronavirus si no me ponía mucho peor. Algo que, ciertamente, no ha ocurrido. Supongo que eso es lo que dicen a casi todos los potenciales enfermos. Incluso a los que pertenecemos a grupos de alto riesgo -grupo en el que estaba también la persona que me acompañó al primer hospital en el que intenté hacerme la prueba-. Por lo tanto, puede haber miles de enfermos, como yo, a los que no se hace la prueba. Y eso no es tanto porque no sea necesaria como porque no hay suficientes bastoncillos para hacer el incómodo test. Lo que sí podemos saber es que las cifras que nos dan tienen un valor muy limitado. Y yo sospecho que el porcentaje real de curaciones es infinitamente superior.

Algunos científicos calculan que los supuestos 11.409 contagios en España son en realidad alrededor de las 300.000 personas. Y a mí me parece verosímil. Pero para este Gobierno que ha pasado en cinco días de convocar múltiples manifestaciones, una de ellas de hasta 120.000 personas, a declarar el estado de alarma es difícil reconocer las cifras de la verdad. Con la cifra de casi 11.500 infectados se calcula que la epidemia seguirá al alza diez días más. Calculemos las cifras a las que podemos llegar durante diez días más partiendo de que ahora haya 300.000 enfermos. Aunque es evidente que el aislamiento va a generar una reducción rápida del contagio del virus.

Pero lo que cabe preguntarse es qué confianza podemos tener en un Ejecutivo que asume todos los poderes -y eso es mejor que tener las competencias de sanidad desparramadas en diecisiete autonomías- pero luego quiere gobernar desde el ocultamiento. Un Gobierno que ha puesto al frente de la emergencia a un ministro de Sanidad que sabe de esa materia lo mismo que yo de física cuántica. Y probablemente de otras materias también. Yo no sé cuál es la especialidad de este filósofo de la Universidad de Barcelona. Pero el pasado domingo en la rueda de prensa conjunta con los ministros del Interior, Defensa y Transportes demostró su desconocimiento total de lo que tiene que coordinar. Pretendió dirigir una pregunta sobre fronteras al ministro de Transportes. El pobre Ábalos tuvo que aclararle que de eso se ocupa… el ministro del Interior. En estas manos estamos en una situación de alarma. Créanme, no paramos de mejorar.