Liderazgo inmunodeprimido

 

Ignacio Camacho-ABC

En ausencia de respuestas políticas efectivas, le va a tocar de nuevo al Rey el rearme moral de la nación unida

Hay algo de lo que el Gobierno aún no se ha dado -ni es probable que se dé- cuenta, y es de que el coronavirus se ha llevado ya por delante toda su estrategia. La de fondo, la de la legislatura, la de la alianza «de progreso» entre el nacionalismo y la izquierda. Sánchez puede, aunque le va a resultar difícil porque arrastra el lastre crucial del 8-M, mejorar su gestión de la epidemia; de hecho al menos ha recompuesto la desastrosa comunicación que brilló por su ausencia cuando se extendió por el país una oleada de alarma rayana en la histeria. Pero no va a enderezar la situación mientras continúe amarrado a Pablo Iglesias. Muchos socialistas, incluidos bastantes ministros,

están convencidos de la perniciosa influencia que el líder de Podemos ejerce sobre un presidente que hasta le permitió asistir al Consejo de Ministros saltándose la cuarentena. Es cierto que lo excluyó del núcleo de mando, del minigabinete de emergencia en el que se resistía a quedarse fuera; sin embargo, las medidas económicas de ayer están directamente relacionadas con su fuerte ascendencia. El grueso de ellas prioriza la cobertura social, de todo punto imprescindible en circunstancias como ésta, pero se quedan cortas en la ayuda a autónomos y empresas, ese tejido productivo crucial al que el cierre obligado de la actividad empuja al borde de la quiebra. Iglesias ha olido en la crisis una oportunidad de intervenir a fondo en la banca, la sanidad privada, la cadena de distribución alimentaria o la vivienda; hasta llegó a proponer el sábado la nacionalización de las compañías eléctricas y de la prensa. Ha visto de cerca el desconcierto de un Sánchez carente de ideas y ansía tomar el control con una demostración de fuerza, el clásico acelerón leninista cuando se tambalean las estructuras del sistema.

El jefe del Gobierno, en cambio, no es capaz de percibir otra cosa que el miedo al deterioro de su liderazgo (?). Se niega a aceptar que se está cumpliendo todo lo que él mismo había pronosticado: que la coalición es inviable, que Podemos no se conduce con lealtad, que el separatismo -¿dónde está la «pragmática» Esquerra?- sigue al margen y en contra del Estado. Ni siquiera se ha atrevido a desplegar a la UME en Cataluña y el País Vasco. Continúa aferrado a un esquema que la irrupción del virus ha desmantelado; ya no sirve la política de bloques, ni tiene sentido la propaganda efectista, ni la agitación de causas nimias con las que cavar trincheras de ideología. La población encerrada en sus casas espera respuestas efectivas. Qué absurdo parece ahora el conflicto independentista, qué lejos queda la sentencia del procés, qué insignificantes la reforma penal, las leyes de ingeniería social o el asalto a las instituciones de justicia. Con una clase dirigente bajo inmunodepresión crítica, le va a tocar de nuevo al Rey ejercer como líder moral de la nación unida.