Ignacio Varela-El Confidencial
El caso del comisario Villarejo, corrupto y corruptor a escala masiva, muestra un gigantesco agujero negro en los mecanismos de control interno de nuestros cuerpos policiales
El caso del comisario Villarejo, corrupto y corruptor a escala masiva, muestra un gigantesco agujero negro en los mecanismos de control interno de nuestros cuerpos policiales, si no algo peor.
Un policía dedicado durante años a grabar ilegalmente conversaciones comprometedoras, manejar información de la que no debería disponer y traficar con ella en todos los niveles del poder. Con un pobladísima agenda de contactos con políticos, empresarios, jueces, fiscales, periodistas… ninguno de los cuales pensó que debía denunciarlo. Es inevitable preguntarse a dónde han mirado durante tanto tiempo las autoridades policiales y quién nos garantiza que sólo haya existido un Villarejo.
A la vista de la tolerancia con que el mafioso funcionó durante años y de la extensión y distinción de su clientela, no sé si es más adecuado hablar de las cloacas del Estado o del Estado como cloaca. Todas las esferas del poder (empezando por la propia cúpula policial) usaron en algún momento sus servicios sucios; y, al hacerlo, cayeron en sus redes. Golfos e incautos a la vez, un chollo.
Las conversaciones procaces de Villarejo con la actual ministra de Justicia -entonces fiscal de la Audiencia Nacional- prueban la astucia de él y la estulticia de ella; pero sobre todo, muestran la concupiscente relación entre magistrados, fiscales, policías, abogados…todos los encargados de hacer cumplir la ley, mezclados en un revoltijo en el que se comparte lo que no debe compartirse y se borra cualquier rastro de respeto institucional a la función de cada uno.
Que la secretaria general del PP se reúna con un policía corrupto en la sede de su partido para intercambiar las turbiedades que vamos conociendo es, como mínimo, imprudencia temeraria. Si la conversación va seguida de un encargo ilegal (se supone que remunerado), entramos en un terreno mucho más escabroso en lo jurídico.
Además, parece que el encargo consistió en espiar a dirigentes de su propio partido. Cuando ya se veía venir el tsunami que ha asolado al PP, la principal preocupación de la jefa del aparato era controlar los movimientos de sus potenciales rivales por el poder interno.
Cospedal ha sido después presidenta de una comunidad autónoma y ministra de Defensa, y se postuló para la presidencia nacional de su partido, Todo ello, sabiendo ya que su proveedor de basura había sido atrapado y que, muy probablemente, sus tratos colusivos de 2009 estarían grabados. ¿Qué clase de crisis se habría creado si esas grabaciones se hubieran difundido cuando ella estaba al mando de las Fuerzas Armadas, o si hubiera ganado el Congreso del PP?
Cospedal tiene que desaparecer de la vida pública no sólo por haberse embarcado en negocios indecentes con un malhechor, sino por su infinita insensatez. Lo mismo puede decirse de la actual Notaria Mayor del Reino, que, además, se ha delatado ante el país como embustera. Y para todos los que vengan detrás, que esta fiesta de las grabaciones por entregas sólo ha comenzado.
Por lo demás, no era necesario este caso para constatar que el Partido Popular salió del poder con un boquete en el casco que hace inviable cualquier intento de recuperación a corto plazo. La mochila que dejó Rajoy sería demasiado pesada para cualquier líder, pero resulta inmanejable para uno tan liviano como Pablo Casado.
Hay quienes emparejan el modelo de oposición de Casado con el que practicó Aznar contra Felipe González. Es un espejismo. No sólo por las obvias diferencias entre los protagonistas, sino porque la circunstancia histórica es totalmente distinta.
El Aznar de la oposición de tierra quemada dirigía un partido que no había gobernado, y se enfrentó a un gobierno de varias legislaturas arrasado por la corrupción, el malestar social y la división interna. Aún así, es falso que la sociedad premiara aquella estrategia de la crispación: en 1993 Aznar perdió lo que parecía imperdible, y en 1996 estuvo a punto de repetir la hazaña. Seguramente habría enviado al PSOE a la oposición mucho antes con un discurso menos cerril.
La situación actual del PP se parece más a la del PSOE post-Zapatero que a la de Aznar en los 90. Y la estrategia de la oposición es polarización a tope
Hoy los papeles están cambiados. Casado ha heredado un partido expulsado del Gobierno por una marea de casos de corrupción, que carga con la dureza de los recortes en su primer período y con la debilidad y el tancredismo de su presidente en el segundo. Y tiene enfrente a un gobierno tan anómalo y errático como se quiera, pero recién estrenado.
La situación actual del PP se parece más a la del PSOE post-Zapatero que a la de Aznar en los 90. Y la estrategia de oposición de Casado es un remedo de la que en su primera época ensayó Pedro Sánchez: polarización a tope, levantamiento de trincheras internas y externas, populismo discursivo y noesnoísmo como pauta de relación con el Gobierno. Todo ello con el propósito prioritario de defenderse del ‘sorpasso’ de los vecinos. Por el momento, a Casado le basta con tener en Andalucía un voto más que Ciudadanos para sentir que está haciendo historia.
Con Casado o sin él, el PP tardará en recuperar el vínculo emocional con sus votantes, que se deterioró largamente y quebró el 1 de octubre de 2017. De la vergüenza y la amargura de aquella jornada se alimentan principalmente Ciudadanos y Vox. El “efecto Casado” consiste en que, a día de hoy, el PP sigue traspasando un millón y medio de votos al partido de Rivera y medio millón a Vox.
Tras lo de Villarejo y Cospedal, aún esperan al PP varias sentencias judiciales que irán cayendo como mazazos. Y pese al adanismo de querer desentenderse de todo lo sucedido antes de su advenimiento (otra similitud con Sánchez), el crédito de la sigla sigue sufriendo y el boquete permanece abierto.
Cada vez cunde más la sospecha de que en el Congreso de julio el PP dio un paso en falso y que Pablo Casado no vende una escoba
Casado, pese a sus impostados aspavientos y enormidades verbales, aún no ha puesto en un aprieto serio a Sánchez en el Parlamento. Cada vez cunde más en sus propias filas la sospecha de que en el Congreso de julio el PP dio un paso en falso y que este nuevo líder no vende una escoba. Suele suceder con los liderazgos de ocasión que nacen de una coalición negativa y le caen en suerte al primero que pasa. En julio, en el PP, alguien debió pensar también aquello de “no sirve, pero nos sirve”.
Lo cierto es que Cospedal, comadrona de aquella maniobra de emergencia para cerrar el paso a su enemiga mortal, hoy se ve expuesta al escarnio público como socia y después víctima del indeseable Villarejo. Y la criatura a la que ella encumbró no piensa en otra cosa que en librarse de su cercanía, que se ha hecho radiactiva.