Ignacio Varela-EL CONFIDENCIAL
- Desde el tumultuoso cambio de ministros del mes de julio, el artefacto político que lidera Sánchez ha reunido una hermosa colección de crisis autoinducidas, de esas cuya única solución posible sería no haberlas provocado
¿Saben aquel ‘que diu’ que un Gobierno convoca a los medios de buena mañana en un día semifestivo para contarles que acaba de enterarse de que hace un año un agente externo tomó el control de los teléfonos del presidente del Gobierno y de la ministra de Defensa y que no tiene ni pajolera idea de quién lo hizo y qué información comprometedora les robaron?
Este chiste no lo contó Eugenio, sino Bolaños (eso salimos perdiendo). Y no produjo risa, sino estupor. No quiero ni pensar en el tenor de los despachos de los embajadores occidentales a sus gobiernos esa mañana. Y qué decir de los reportes de los agregados de Inteligencia a sus centrales: no os lo vais a creer, colegas: que a estos ‘pringaos’ les han chuleado los teléfonos, ¡y van y lo cuentan!
¿Saben aquel ‘que diu’ que la oposición defiende el buen hacer de quien dirige los servicios de información dependientes del Gobierno mientras este y sus aliados la ponen públicamente en el disparadero y el portavoz de un grupo gubernamental exige “responsabilidades políticas”? Este tampoco lo contó Eugenio, sino Echenique, al que Margarita Robles trató en vano de explicar que hay cinco miembros de su partido con asiento fijo en el Consejo de Ministros. Digo yo que nadie tiene tan fácil como Unidas Podemos provocar una crisis de gobierno: para que suceda, basta una llamada.
¿Saben aquel ‘que diu’ que la reunión de una comisión autodenominada de secretos oficiales fue seguida de un alud de ruedas de prensa para contar lo que la ley prohíbe contar? Ninguna comisión parlamentaria en la legislatura tuvo tanta difusión como esta. Antes, cuando había pudor, los secretos se filtraban. Ahora se cuentan en ruedas de prensa, se tuitean o ambas cosas a la vez.
Por último, ¿saben aquel ‘que diu’ que el presidente del Gobierno sostiene que se enteró ayer mismo, por la indiscreción de sus señorías, de que los servicios de información bajo su mando solicitaron y obtuvieron autorización del Tribunal Supremo para intervenir 20 teléfonos de dirigentes políticos, entre ellos el presidente de la Generalitat? Menos mal que es tan falso como los chistes de Eugenio, aunque mucho menos divertido.
Cuando un Gobierno o una coalición política entran en descomposición, el primer síntoma suele ser un rosario de lo que Pablo Pombo llama “crisis autoinducidas”. No aquellas que derivan de circunstancias externas o de la acción de los adversarios, sino las que germinan, se desarrollan y finalmente estallan en tu propio organismo. Pues bien, desde el tumultuoso cambio de ministros del mes de julio que estaba llamado a relanzar la acción del Gobierno (la relanzó, pero hacia el precipicio), el artefacto político que lidera Pedro Sánchez ha reunido una hermosa colección de crisis autoinducidas, de esas cuya única solución posible sería no haberlas provocado y que solo reportan perjuicios sin mezcla de beneficio alguno.
Esta última de los espionajes telefónicos es de las que se estudian en los libros: cuando te metes en un lío y, para resolverlo, te metes en uno mayor y así progresivamente, hasta que ya solo importa salvar el cuello al jefe y terminas a trompadas con tu propio equipo, tras meter varios goles en tu portería. Todo eso sin que los rivales hagan otra cosa que contemplar el espectáculo. Cuando la ‘merdé’ ya te llega al cuello, dices que la culpa es de la derecha, que no arrima el hombro, esperas que pase la ola y a por la siguiente pifia. Lo malo de los estropicios sanchistas es que suelen llevarse por delante la integridad de alguna de las instituciones del Estado. Esta vez le ha tocado al CNI, pero la lista viene siendo ya abrumadora.
En este momento, el Gobierno de Sánchez produce la impresión del conductor que ha perdido el control de su vehículo y va dando volantazos para no salirse de la carretera o estrellarse con cualquier objeto que se interponga en su camino. Es inútil tratar de interpretar su comportamiento con criterios estratégicos, porque ni siquiera tienen ya tiempo para la estrategia: únicamente para salir con vida del embrollo de cada día.
El descontrol se manifiesta, en primer lugar, en el interior del Consejo de Ministros, y va mucho más allá de las disensiones entre los dos componentes de la coalición. El mapa de los conflictos declarados entre distintos componentes del Gobierno se va haciendo cada día más denso y opera en todas las direcciones: Sánchez contra Yolanda y contra Margarita, Yolanda contra Belarra y Montero, Margarita contra Marlaska, Escrivá contra Yolanda y Calviño, Calviño contra Ribera… y Bolaños contra todos y todas, como siempre sucedió en España con los validos que se exhiben como tales.
Pero también se multiplican las grietas en la mayoría: aquel legendario bloque de la moción de censura (luego de la investidura y de los presupuestos) que, según el diseño inicial de Iglesias y Redondo, estaba llamado a perpetuar a Sánchez en el poder y proscribir a la derecha para toda esta década y parte de la siguiente.
El bloque entra en barrena fundamentalmente porque se han evaporado los tres presupuestos estratégicos que lo sostenían: primero, que la alianza compactada de la izquierda y los nacionalismos resultaría electoralmente imbatible. Segundo, que el crecimiento económico pospandémico, añadido a un reparto políticamente orientado de los fondos europeos, crearía euforia social y una sólida base de respaldo clientelar al Gobierno. Tercero, que, en última instancia, siempre sería buen negocio estimular la crecida de la extrema derecha para trompetear en su momento la alerta antifascista y provocar un reagrupamiento reactivo del voto del mal menor. Todo ello está ahora mismo en cuestión, y los primeros en saberlo son los socios.
Se dice que, pese a todo, el temor a un Gobierno de la derecha mantiene unido el Frankenstein. Yo lo veo de otra manera. Si continúa la deriva actual, llegará un momento en que los actuales socios del PSOE vean más oportunidades en reactivarse desde la calle combatiendo a un Gobierno del PP —especialmente si está acompañado por Vox— que en seguir amustiándose en los despachos oficiales sin obtener nada sustancial a cambio, asociarse a las medidas económicas desagradables que inevitablemente habrá que tomar en los próximos meses y acompañar a Sánchez hasta los pies del catafalco. Más pronto que tarde, el saldo coste-beneficio de sostener esta coalición les saldrá desfavorable. Ese será el momento del abandono.
Serán Iglesias y Yolanda, Junqueras y Otegi, y no Abascal y Feijóo, quienes extiendan el certificado de defunción del sanchismo cuando certifiquen que hay más riesgos para ellos en permanecer junto a él que en dejarlo en la cuneta. Contra la derecha viviremos mejor, pensarán: visto con su óptica, tendrán razón.