MIQUEL PORTA PERALES-EL DEBATE
  • El nacionalismo catalán no entiende que los impuestos los pagan las personas y no los territorios y que la redistribución de la riqueza es una característica esencial del estado del bienestar

1.Cataluña es una nación. La falacia originaria. A finales del XIX, el catalanismo/nacionalismo imagina una nación catalana seleccionando características, reales o imaginarias –lengua, identidad, mitos, símbolos, historia, tradición, cultura, manera de ser, etc.–, susceptibles de cohesionar a una parte de la población alrededor de un sentimiento nacional diseñado a la carta. Un ejercicio de manipulación, mitificación, mistificación y reivindicación que nacionaliza determinados elementos «propios» que se opondrán a los elementos «impropios» españoles. La obsesión enfermiza por la diferencia y la exaltación de lo «nuestro». La afirmación heráldica. La depuración/exclusión del Otro español. El dilema: domesticación o extranjerización.

2. Cataluña es una nación y España es una nación fallida. La falacia originaria tiene sus secuelas. Un ejemplo: los nacionalismos periféricos sostienen que España es una nación fallida que se habría impuesto/sigue imponiéndose por la fuerza de la represión. El grado omega de la mistificación.
3. Cataluña es una democracia milenaria. El nacionalismo catalán sigue enfermo de pasado. La Cataluña medieval no era un Estado-nación precoz como asegura la historiografía patriótica nacionalista. La Cataluña medieval –una sociedad estamental- no era una Arcadia feliz y democrática. La democracia milenaria o así emerge el supremacismo catalán. La mitificación de la historia a mayor gloria de la nación a construir o reconstruir.
4. Cataluña tiene una identidad propia. El despotismo de la identidad, propio del nacionalismo catalán, margina a los ciudadanos que no cumplen los criterios establecidos por los definidores oficiales de la identidad nacional catalana. A vosotros, nacionalismos catalanes, os invito a salir a la calle para percibir cómo es la gente y escuchar qué lenguas habla.
5. El catalán es la lengua propia de Cataluña. Pero… si los territorios no hablan. Quien habla son las personas. No se debe coaccionar ni excluir a los ciudadanos de habla española. No se puede marginar la lengua oficial española, que es la más usada por la ciudadanía en Cataluña. Se trata, simplemente, de cumplir la ley. El nacionalismo catalán no se siente concernido por la ley.
6. Cataluña es una tierra de acogida. Algunos datos: en los 30 del siglo pasado, en el linde entre Barcelona y Hospitalet de Llobregat, había un cartel donde se podía leer «Aquí empieza Murcia»; en los 60, dos escritores de prestigio –Manuel Cruells y Manuel de Pedrolo– decían de los inmigrantes que «hay que admitir quieras o no esta masa excesiva de forasteros… no lo podemos evitar… es una mano de obra que necesitamos… hay que digerir aunque nos resulten indigestos… los extraños que se meten entre nosotros»; Heribert Barrera –presidente del Parlamento de Cataluña en los 80– advierte que los inmigrantes «ponen en peligro nuestra identidad nacional»; y José Montilla –nacido en Iznájar– cuando accedió a la Presidencia de la Generalitat de Cataluña (2006), fue catalogado como «okupa». Suma y sigue en la tierra de acogida.
7. Cataluña es una nación cívica y pacífica. Efectivamente: sabotajes en las vías de comunicación y el transporte, ocupación del aeropuerto, quema de contenedores, intento de bloqueo del Palacio de Justicia de Barcelona, intento de asalto del Parlamento de Cataluña, hostigamiento a la Jefatura Superior de Policía de Barcelona o lanzamiento de artefactos de índole diversa –piedras, vallas, barras, botes de pintura, huevos o escupitajos– contra las Fuerzas de Orden del Público. Por eso, porque no hicieron nada, tienen derecho a la amnistía y a volverlo a hacer.
8. Cataluña es sujeto del derecho a decidir y de la autodeterminación. La mentira: en el Derecho Internacional Público no existe el derecho a decidir. La tergiversación: en las resoluciones de la ONU de 1960, 1966 y 1970 se lee que «ninguna de las disposiciones de los párrafos precedentes [se refiere a la autodeterminación de los pueblos] se entenderá en el sentido de que autoriza o fomenta cualquier acción encaminada a quebrantar o menospreciar, total o parcialmente, la integridad territorial de Estados soberanos e independientes». Más: «Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas».
9. Cataluña es víctima de la represión del Estado español. Parece increíble, pero es verdad: el nacionalismo catalán –que mantiene pésimas relaciones con la democracia– no comprende que el Estado de derecho persigue a quien delinque y le juzga con todas las garantías de la legalidad democrática. A la manera de Hans Kelsen: «La policía democrática… hace cumplir la ley… [en] un acto de manifestación de la voluntad colectiva» (Esencia y valor de la democracia, 1920).
10. El Estado español nos roba. El nacionalismo catalán no entiende que los impuestos los pagan las personas y no los territorios y que la redistribución de la riqueza es una característica esencial del estado del bienestar. Un nacionalismo que transita por una espiral victimista que va del egoísmo fiscal a la xenofobia pasando por el enemigo exterior que siempre roba a los catalanes. Un nacionalismo que olvida que España, para los catalanes, es la gallina de los huevos de oro que brinda crédito –el rating de la Generalitat ha caído a la categoría bono basura– y enjuaga la deuda de la Generalitat de Cataluña. El hecho diferencial catalán: «dame más». La Generalitat de Cataluña –generosa– paga con su deslealtad continuada. ¿Qué vendrá después? Ni Pedro Sánchez, su seguro servidor, lo sabe.
  • Miquel Porta Perales es escritor