ABC 14/10/16
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
· Mientras el PP ha ido consolidándose, el PSOE no ha hecho más que perder fuerza
SE cantan las diez últimas de una partida que comenzó el 20 de diciembre de 2015, cuando los españoles eligieron un Congreso muy distinto al que venía existiendo desde que empezaron a elegir a sus gobernantes: los dos grandes partidos sufrían una pérdida considerable de poder y votos, mientras emergían con fuerza dos nuevos, sobre todo uno de ellos, en la izquierda, que amenazaba al que había venido siendo su representante tradicional, aparte de haber gobernado el país más que ningún otro en la democracia.
Diez meses y otras elecciones después, la escena ha cambiado notablemente. Mientras el PP ha ido consolidándose hasta el punto de aparecer ya en todas las combinaciones de gobierno, el PSOE no ha hecho más que perder fuerza hasta el punto de haber perdido no sólo la carrera hacia La Moncloa, sino también a su líder y, lo que es más grave, ver amenazada su primacía en la izquierda. Hay incluso quien le vaticina que, como siga cometiendo errores tan graves como los cometidos últimamente, puede desaparecer, como desapareció UCD, o quedarse en partido testimonial, como les ha ocurrido a sus colegas griego e italiano.
Pero sigue siendo el árbitro de la situación. No para solucionarla, sino para estropearla del todo, Eliminada, por simple cálculo aritmético e insalvables discrepancias ideológicas de sus potenciales socios, la posibilidad de que gobierne, sólo le queda la posibilidad de permitir que lo haga el PP o impedirlo. Es como elegir entre la sartén y el fuego, habiendo provocado la mayor crisis interna de este «viejo gran partido» en su reciente historia, que tendrá que resolver en tiempo récord por motivos de calendario. De hecho, en el comité federal que celebrará el 23 de octubre. Con las fuerzas al cincuenta por ciento matemático. Mayor suspense, imposible.
Que el Rey haya intervenido citando al día siguiente a los representantes de los distintos partidos da la impresión de que se confía en romper el impasse. ¿O se trata de dar un empujón a las negociaciones? Nadie lo sabe. Todo puede depender de cómo se plantee la alternativa a los líderes socialistas. Desde luego, planteada como un sí o no a que Rajoy siga en La Moncloa, la respuesta casi segura iba a ser un no. Otra cosa es si se elige entre que haya gobierno o nuevas elecciones. Ahí, muchos de esos líderes socialistas iban a pensárselo. Todos ellos saben lo que unas terceras elecciones en un año significarían para su partido… y para ellos. El PSOE, ya responsable inequívoco de haberlas causado, iba a quedarse en el esqueleto. Muchos de ellos perderían su escaño. Como para pensárselo. Pues si «París bien vale una misa», como dijo Enrique IV de Francia, en España un escaño vale una abstención. U once, que son las que necesita Rajoy para ser investido con la composición actual de la Cámara. «El mal menor» lo llamarían, afilando los cuchillos para lo que viniese después. Si hay después para ellos.
Como les decía, de Hitchcock.