FRANCO LO PIPARO-El Mundo

Se cumplen 80 años de la muerte de Antonio Gramsci, uno de los referentes intelectuales del siglo XX. El autor analiza con qué ánimo escribió sus ‘Quaderni’ y qué lecciones nos deja para el presente.

TOGLIATTI comenzó a construir un Gramsci imaginario en 1937, en un artículo publicado en Lo Stato operaio que conmemoraba al camarada recién fallecido. Las falsedades en las que incurre el artículo son numerosas. Gramsci era «hijo de campesinos pobres» (su padre fue empleado municipal, la madre ama de casa alfabetizada), «fue evidente la influencia que ejerció sobre él la obra de Stalin» (Gramsci entró en la cárcel poco después de haber criticado la represión estalinista), desde la cárcel lanzó la consigna «Trotski es la puta del fascismo» (el propio Gramsci fue sospechoso de trotskismo), «no ha sido un intelectual, un estudioso, un escritor (…) ante todo ha sido y es un hombre de partido» (si fuese así, no habría sido tan estudiado y discutido), «murió en la cárcel» (Gramsci falleció en la clínica romana Quisisana, frecuentada por la burguesía)…

Hoy ningún estudioso osaría sostener esas tesis. El mismo Togliatti recreó varias veces un Gramsci imaginario para adaptarlo a la situación política de la posguerra. En Yalta, los vencedores de la guerra habían decidido que Italia permanecería en la esfera de influencia americana y Togliatti supo, con inteligencia política, transformar la originalidad no marxista de los Quaderni en el manifiesto teórico de la llamada vía italiana al socialismo, fórmula con la que el PCI practicó la socialdemocracia utilizando una retórica comunista.

El ejercicio de fake news togliattiano continúa gozando de amplia circulación. «Debemos impedir que este cerebro funcione durante 20 años», habría dicho el fiscal durante el proceso al que fue sometido el pensador sardo. Pero esa frase nunca fue pronunciada. Se puede comprobar en las actas del proceso publicadas por D. Zucaro en 1961. Gramsci había sido encarcelado ilegalmente, pero indicios convergentes apuntan a que Mussolini habría protegido a su prisionero de lujo. Le concede disfrutar de una celda para él solo, puede utilizar papel y bolígrafo, además de tener acceso a libros que no se encontraban en la biblioteca de la cárcel. Privilegios de los que no gozaba ningún otro preso político.

A veces, el director de la cárcel le prohibía leer algunos libros. Pero Gramsci resuelve escribiendo directamente a «Su Excelencia el jefe del Gobierno» y la autorización llega. Por ejemplo, en una carta fechada en octubre de 1931, dirigida a Mussolini, Gramsci escribe: «Recordando como usted el año pasado me concedió una serie de libros del mismo género, le ruego se complazca en concederme la lecturas de estas publicaciones». Entre los libros figuran: La révolution défigurée de Trotsky, las obras completas de Marx y Engels y las Lettres à Kugelmann de Marx, con prólogo de Lenin. No parece, por tanto, que Mussolini quisiera impedir que el cerebro de Gramsci dejase de funcionar.

Fijémonos en los Quadernidel carcere, la obra más original de Gramsci. Los 33 cuadernos que conocemos fueron escritos en seis años: la primera página está fechada el 8 de febrero de 1929, el último, dedicado al concepto de gramática, fue escrito en abril de 1935. Desde agosto de ese mismo año hasta su muerte, el 27 de abril de 1937, Gramsci vive en la clínica Quisisana y no poseemos ningún apunte ni carta relevante de ese periodo. No obstante, su hermano Carlo, quien lo visitaba, contaba que Gramsci «continuaba trabajando en los Quaderni también allí». Se trata del gran agujero negro de la biografía gramsciana.

¿De qué tipo de necesidad nace la escritura de los Quaderni? Los estudiosos los leen como si fuera una obra teórica sistemática. ¿Y si los leyésemos como el diario de una crisis existencial y político-cultural? Su obra de aquellos años muestra de manera clara el retrato de un hombre que ha perdido muchas certezas y que busca una nueva brújula política y filosófica que pueda orientarlo. En una carta de 1931 dirigida a su mujer escribe: «Me parece que si tuviese que salir ahora de la cárcel no sabría orientarme en el vasto mundo, no sabría introducirme en ninguna corriente sentimental». Las corrientes sentimentales son las tres ideologías dominantes: comunismo, fascismo y liberalismo. En una carta dramática del 27 de febrero de 1933 escrita a su cuñada Tania escribe de forma extremadamente clara: «A veces he pensado que toda mi vida ha sido un gran (grande para mí) error, una equivocación». ¿Qué otra cosa podría ser el error-equivocación del que si no es la opción de vida que le había llevado a al cárcel?

Los Quaderni fueron escritos bajo este signo. Un episodio acaecido pocas semanas antes del arresto, el 8 de noviembre de 1926, nos ofrece la clave de la crisis política que sufre Gramsci cuando entra en la cárcel. Gramsci conoce los métodos represivos de Stalin contra quien no estaba de acuerdo con su línea política. El 14 de octubre envió una carta a Togliatti, que residía en Moscú, criticando esta represión. Se trata de una carta oficial del Secretario del PCI a un camarada jerárquicamente subalterno. Togliatti recibe el encargo de hacerla llegar al Comité Central del partido, pero se niega. «No estoy de acuerdo con la carta», escribe el 18 de octubre a un Gramsci que, ocho días después, le responde con dureza: «Tu carta me ha parecido demasiado abstracta y demasiado esquemática (…) Tu forma de razonar me ha producido una impresión penosísima (…) Todo tu razonamiento está viciado de burocratismo». Trece días después, el 8 de noviembre, Gramsci fue arrestado. En algunas cartas dejará caer la sospecha de haber sido traicionado por su partido. Desde ese momento rompe con Togliatti. En adelante lo llamará «ex amigo».

Este episodio ayuda a entender el estado de ánimo con el que fueron escritos los Quaderni. Cuando Gramsci fue arrestado ya no es el secretario del PCI. Entra en la cárcel como un secretario despojado de la confianza de su partido, de Stalin y de la Internacional. Vale la pena fijarse en el fondo de la polémica entre Gramsci y la Internacional. Gramsci escribe sobre la línea política de Stalin. El desacuerdo no es sobre los contenidos. Es más radical: sobre la legitimidad del disenso. Aquellos que disienten no pueden sentirse, escribió a Togliatti, como «un grupo enemigo aprisionado o asediado que sÓlo piensa en la evasión y la salida sorpresiva». El disenso: un tema que no forma parte del arsenal teórico marxista, sino de la cultural liberal. Precisamente sobre eso gira la reflexión de Gramsci en la cárcel y en las clínicas en las que estuvo.

Los Quaderni son leídos como la obra que explica el modo en el que un grupo dirigente forja el consenso. Un poder político e intelectual al que se da consentimiento libremente, sin constricciones legales. Gramsci lo llama hegemonía. La lectura leninista del concepto ha oscurecido la acepción liberal que el término tiene en los Quaderni. Si la hegemonía es un poder al que se da consentimiento libremente, del mismo se debería poder disentir, de igual forma, libremente. Lo dice claramente en algunos pasajes de su obra que no han sido valorados como merecen. Por ejemplo: «La hegemonía (…) presupone una cierta colaboración, es decir un consenso activo y voluntario (libre), es decir un régimen liberal-democrático» (Cuaderno 6). Por eso la hegemonía, entendida gramscianamente, no puede ser ni única ni totalitaria: «Hay lucha entre dos hegemonías, siempre» (Cuaderno 8).

ALLÍ donde la hegemonía se convierte en un poder único impuesto por la fuerza coercitiva del Estado tenemos una sociedad iliberal. «Las estructuras de gobierno iliberales son aquellas en las que la sociedad civil se confunde con la sociedad política, sean despóticas o democráticas (o sea, aquellas en las que una minoría oligárquica pretende ser toda la sociedad, o aquellas en las que el pueblo, indiferenciado, pretende y cree ser verdaderamente el Estado)». Aún más: «Una política totalitaria tiende: 1) a lograr que los miembros de un determinado partido encuentren sÓlo en ese partido todas las satisfacciones que antes encontraban en una multiplicidad de organizaciones, es decir, a romper todos los hilos que unen a estos miembros a otras organizaciones culturales; 2) a destruir todas las demás organizaciones o a incorporarlas a un sistema en el que el partido sea el único regulador» (Cuaderno 6). Los gobiernos iliberales «donde existe un partido único y totalitario» están destinados al fracaso. «Si no existen otros partidos legales, siempre existen otros partidos de facto o tendencias incoercibles legalmente, contra las cuales se polemiza y lucha como en el juego de la gallina ciega» (Cuaderno 17). Dicho con otras palabras: no se puede eliminar el disenso. Y la referencia a Rusia parece clara.

¿Les parecen consideraciones marxistas? La hegemonía gramsciana no se apoya en el consenso, sino en la dupla consenso-disenso. Por eso los Quaderni desbordan el tradicional paradigma marxista. Gramsci muere en plena crisis y no podemos saber con certeza cuál habría sido el destino final de su pensamiento. Si algún día conocemos los apuntes que a buen seguro escribió en la clínica romana Quisisana, donde estuvo del 24 de agosto de 1935 al 27 de abril de 1937, quizá podamos saber más.

Franco Lo Piparo es profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Palermo. Ganador del premio Viareggio con su obra Le due carcere di Gramsci (Donzelli, 2012).

Traducción de Jorge del Palacio