ABC 14/10/14
EDURNE URIARTE
· Lamentable el espectáculo de tantos medios de comunicación incapaces de cuestionar esta reacción de irresponsabilidad colectiva
HEMOS tenido ocasión de experimentar ambas claves en los últimos días en España. Claves de un problema que es común a todas las democracias y en el que España no tiene particularidad alguna. Simplemente, variaciones en sus manifestaciones, y, en lo de la última semana, ni siquiera variaciones. El escándalo de las tarjetas opacas de la cúpula de Caja Madrid es uno más de la interminable lista de los abusos de los políticos y una muestra de la destructiva corrupción política, primera clave, que alimenta el odio a los políticos. Pero la segunda clave está en la sociedad, en su irresponsabilidad, y la hemos experimentado con toda su fuerza en la crisis del ébola, con el problema añadido de que parece no existir para la inmensa mayoría de los analistas. Y así no hay manera de tratar la crisis de la política, más bien de seguir agravándola.
Lo de las tarjetas opacas de Caja Madrid supone un carro de votos para Podemos, dicen algunos. Y es muy posible porque Podemos es un partido de extrema izquierda populista que vive precisamente de agitar el odio a los políticos. Y este es un escándalo que reúne todos los ingredientes de la corrupción, la ausencia de ética y el uso del poder para beneficio privado. Obviamente, esta es una causa fundamental de la crisis de la política. Cuando la ausencia total de ética afecta, además, a miembros de todas las ideologías y colores, como en este caso, es bien difícil combatir la percepción social de que todos los políticos están corruptos o son unos impresentables. Y aún más cuando las mismas garantías legales del Estado de Derecho hacen que sea tan extremadamente difícil castigar estos comportamientos. Probablemente, los protagonistas de esta historia ni siquiera tendrán que devolver el dinero de esa caja que contribuyeron a quebrar y que hubo de ser rescatada con los impuestos de todos. Construirán las suficientes trampas legales para que ese derroche sea legalmente aceptable y la percepción de impunidad de la corrupción siga creciendo entre los ciudadanos.
Pero tan dañino para la política democrática como lo anterior es la segunda clave, la de ese ciudadano irresponsable alimentado por la propia élite política y por los medios de comunicación. Ese ciudadano que atribuye todas las responsabilidades a los políticos, al Estado, y que no asume ninguna por mucho que esto de la democracia signifique responsabilidad compartida. Consiste en que todo es culpa de los políticos, incluidos los accidentes provocados por un error humano. Incluido un contagio provocado por un error humano. Lamentable el espectáculo de tantos medios de comunicación incapaces de cuestionar esta reacción de irresponsabilidad colectiva, incapaces de decir una sola palabra ante hechos tan graves como los de algunos profesionales sanitarios renuentes a tratar una enfermedad como esta o que censuran al Gobierno lo que deben censurar a algunos de sus compañeros.