Luis Ventoso-ABC
- Hay extraño miedo a ejercer un elemental patriotismo que en otros países es natural
Un sábado reciente comimos de manera opípara en un restaurante siciliano del centro de Madrid (y no voy a recomendarlo por su nombre, porque no comparto esa práctica periodística camp de citar cenadores para incitar a que luego te inviten a zampar de gorra). Almorzamos pegados a una ventana que dominaba la terraza, donde en una mesa alargada se desempeñaban con jovialidad un grupo de septuagenarios y octogenarios. Resultaba entrañable verlos, el buen ambiente que mantenían, la animación de su conversación amical. Al fijarme mejor me percaté de que se trataba de figuras de la vida cultural española. Allí estaba el estupendo patriarca del rock español, sentado, entre otros, junto a un columnista y escritor de prosa primorosa, resplandeciente; o un director de cine que marcó estilo en los setenta y ochenta, aunque haya colgado ya la cámara. Un andaluz, un valenciano, un cántabro… varios amigos de los cuatro puntos cardinales de España, unidos en su amistad en la capital del país donde viven. Tras verlos, me quedé pensando que si este tipo de personas, figuras de la cultura respetadas por la opinión pública, diesen su testimonio sobre las bondades de su país y se animasen a defenderlo, harían un enorme servicio frente al que hoy es de largo el mayor problema de España: la amenaza separatista. Pero dudo que lo veamos. Por desgracia aquí impera una extraña aprensión a la hora de ejercer un elemental patriotismo que en otros países resulta de lo más natural.
No esperen en una clara defensa de España al cineasta de los Oscar, o a la novelista y la ensayista de moda, o al valioso filósofo de las ejemplaridadades, o al afamado pintor español cuya firma triunfa en todo el mundo, o a nuestra gente del cine, tan valiente siempre a la hora zumbarle al Gobierno (aunque solo si es de derechas). Existe un extraño pudor a la hora de decir en alto que España es un país magnífico, de los cinco de mayor calidad de vida del mundo, una nación antigua que representa además un proyecto solidario, en contraposición al de un separatismo de resabio xenófobo, que aboga porque nos demos la espalda tras ochocientos años de sociedad común. Da mucho que pensar que dos de las figuras que defienden la valía de España con más naturalidad sean sendos españoles nacidos en América: Vargas Llosa y Andrés Calamaro.
El fenómeno es extrapolable al mundo empresarial, donde parece imperar aquella máxima cínica que a veces soltaba Franco: «Haga como yo, no se meta en política». No hay cenáculo del mundo económico donde no se escuche que el ‘procés’ es un disparate suicida y donde no se critiquen los indultos. Pero salvo notabilísimas excepciones, los capitanes del empresariado español prefieren disertar sobre tecnología, o futuro verde -en efecto, cuestiones muy importantes-, antes que referirse, aunque sea con una simple frase, a la única espada de Damocles que pende sobre nuestro país: la posibilidad de que se rompa por el triunfo cultural y político de la pulsión separatista.
Cuánto ayudaría a España que cayesen todos esos muros de silencio.